Recientemente, junto a un grupo de amigas, tuvimos la oportunidad de conocer y colaborar en el orfanato de niños San Vicente de Paul, ubicado en la zona de San Jacinto en San Salvador. Todas íbamos con la emoción de vivir una nueva experiencia y ayudar en lo que se nos indicara, cocinar para más de 100 niños y pasar una tarde jugando y compartiendo con ellos; al estar en el lugar comienzan a surgir sentimientos encontrados: la alegría que irradian estas criaturas y el cariño que están dispuestos a compartir a pesar de las dificultades y de estar alejados de sus familias; y, por otro lado, la tristeza de saber que los niños únicamente tienen el cuido de las monjas que administran el lugar y la gente que colabora en la institución (entre trabajadoras y voluntarios).
Las necesidades de estos niños son muchas, desde el alimento diario, ropa, implementos para el aseo, útiles escolares para que puedan asistir a la escuela pública de la zona, hasta el amor que sus familiares les han negado con su ausencia. Me impactó mucho cuando cargué a un bebé de un mes que solo quería estar en los brazos de alguien para poder dormirse; y a un chiquito de unos cuatro meses, quien no se cansaba de sonreír y jugar con quien estuviera dispuesto a hacerlo.
Estos niños también forman parte del futuro de El Salvador y no es su culpa encontrarse en situación de abandono; aquí se refleja la importancia de la educación sexual para los jóvenes desde temprana edad, pues las acciones siempre traen consecuencias, y cuando estas se traduce en una vida humana, la responsabilidad debería multiplicarse y no abandonarla a su suerte. Al ser parte de las futuras generaciones, sumado a que sus respectivas familias se negaron la oportunidad de compartir con ellos, todos los demás podemos realizar pequeñas acciones que marquen las vidas de estos pequeños. En primer lugar, puede colaborar con los artículos de primera necesidad arriba señalados; y si su situación económica no se lo permite, lo invito a que se tome tres horas de su tiempo, cada quince días, para poder ir personalmente a ayudar a las personas que dirigen los distintos hogares de niños que hay en el país.
Y no solo los hogares de niños son los que urgen de ayuda de todo tipo, también podemos colaborar con cosas que estén a nuestro alcance (como refrigerios, ropa nueva o en buen estado, comida, etc.) al personal de seguridad en las colonias donde vivimos, quienes a veces ganan menos del sueldo mínimo en un trabajo de alto riesgo y no les alcanza para suplir las necesidades básicas; a los agentes de la Policía Nacional Civil, quienes realizan su trabajo en condiciones precarias, con bajos salarios y promesas aún incumplidas por parte de las autoridades de Seguridad Pública; a los asilos de ancianos, a los refugios de animales, lugares que sacan adelante su trabajo a base de donaciones. Si usted tiene mayores posibilidades económicas y dirige una empresa de cualquier tamaño, lo invito a evaluar su tabla de salarios y considerar reajustes al mismo en la medida de sus posibilidades.
Creo que para renovar la esperanza de que nuestro país puede llegar a ser un lugar mejor, en primer lugar tenemos que recuperar la confianza en la humanidad y en la gente que nos rodea cerca de nuestras casas, en la calle o en el trabajo; que a pesar de las diferentes situaciones que todos vivimos, nos une la ilusión ver en mejores condiciones a todos los salvadoreños y los que tenemos alguna posibilidad podemos poner un poquito de voluntad para colaborar. En la solidaridad con quienes nos rodean es donde también todos los ciudadanos podemos unir fuerzas; marquemos la diferencia y regalemos un momento de alegría a quien más lo necesita. La recompensa que recibirá es una sonrisa sincera llena de gratitud, y eso no tiene precio.
*Columnista de El Diario de Hoy.