La democracia, como sistema de gobierno —‘imperfecto, pero el menos malo’, parafraseando a Churchill—, es una aspiración legítima de sociedades que buscan la libertad y la igualdad de derechos de todos sus miembros, como pilares y objetivos de la convivencia entre ciudadanos. Casi la mitad de los países del mundo se podrían considerar democracias, algo que desde una perspectiva histórica corrobora el avance positivo de la Humanidad, pero democracias “plenas” únicamente lo son veinte países, según el Índice de la Democracia 2015 (The Economist).
Las democracias, ¿están bajo amenaza? Una primera respuesta a esta pregunta es que siempre lo han estado. Un sistema que aspira a acabar con privilegios e injusticias que parecían connaturales en las sociedades humanas, siempre ha tenido un nacimiento difícil y un desarrollo complejo en los países en los que se ha arraigado. Además, una democracia no es un “estado inmutable” en una sociedad. Si no se profundiza, se anquilosa y marchita.
Lo que es una novedad hoy, y muchas personas de los países occidentales lo estamos viviendo, es que parece haber una estrategia urdida para socavar los pilares de aquellas sociedades que representan el modelo de convivencia sociopolítica más avanzado en nuestra historia. Expresiones de estas amenazas hay muchas, entre ellas puedo mencionar: los recientes atentados terroristas en capitales occidentales y otras grandes ciudades, con el objetivo de sembrar el terror y provocar reacciones antidemocráticas; el mantenimiento de regímenes represivos; la violación sistemática de libertades fundamentales y derechos humanos; el narcotráfico y el crimen organizado transnacional; la persistente brecha de desigualdad y exclusión social de segmentos importantes de las poblaciones; y la incapacidad de solucionar conflictos de décadas, especialmente en países en vías de desarrollo.
La lucha contra la democracia se ha globalizado, es algo real a lo que tenemos que enfrentarnos como naciones y como miembros de la comunidad internacional, con un pensamiento crítico sobre nuestras propias carencias. El Salvador es parte de ese andamiaje democrático mundial y no puede desentenderse ante tal amenaza. Quizás no tengamos el tamaño o los recursos para liderar la defensa internacional de las sociedades basadas en la libertad y el respeto a los derechos, en resumen, de sociedades modernas, pero sí que debemos hacer nuestra parte en reforzarlas y no debilitarlas, empezando por la nuestra.
Una actuación contraria a este ‘deber’, sería aceptar propuestas populistas que circulan en nuestro país, como reinstaurar la pena de muerte, justificar ejecuciones sumarias o plantear recortes de las garantías constitucionales ante el espiral de violencia que afrontamos, socavando nuestros avances democráticos. Aspirar a una democracia ‘plena’ exige un proceso de construcción y maduración continua. Se tiene que avanzar sin titubeos, modernizando y fortaleciendo la institucionalidad y garantizando los derechos humanos y las libertades fundamentales. Cuanto más libre seamos, más amaremos la libertad.
Nuestro país debe contribuir a la resolución de este creciente problema mundial. Si “ningún hombre es una isla”, tampoco lo debe ser El Salvador, a pesar de su tamaño y nuestros problemas internos. Tenemos que comenzar dando respuestas contundentes a la marginalización y exclusión económica, social, política y cultural que enfrenta gran parte de nuestros ciudadanos desde hace ya demasiado tiempo y con gobiernos de todo signo. La falta de respuestas adecuadas y sostenibles a dichas situaciones se convertirá en un caldo de cultivo que fomentará un mayor debilitamiento y retroceso de nuestra frágil democracia.
El Salvador también tiene otra oportunidad para cooperar al fortalecimiento de la democracia global. Este camino es a través del proceso de integración centroamericana, nuestro campo de acción regional más inmediato. Una Centroamérica unida sobre los principios de democracia, libertad, progreso y justicia social no es una quimera, es un compromiso histórico incumplido que hoy, ante las amenazas mundiales a la libertad, cobra una urgencia inexcusable. El Salvador debe liderar la integración regional con visión, temple, generosidad y ejemplo, de lo contrario Centroamérica seguirá siendo un figurante en el escenario latinoamericano y mundial.
Como dijo Octavio Paz: “Sin democracia la libertad es una quimera”. Hoy ambas parecen estar amenazadas.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@cavalosb