Los caminos que una persona puede emprender en la vida son de lo más variados. Algunos deciden emplear sus fuerzas en ser profesionales de éxito, gente de negocios o ilustrados académicos. Hay otros que, por aquello que consideran un llamado, una vocación, entregan su vida al servicio de los demás. Este fue el caso de la Madre Teresa de Calcuta, una pequeña mujer de origen albano, con la cara surcada por el tiempo y los pies desgastados.
Este domingo 4 de septiembre, el Papa Francisco la canonizará -la nombrará santa, según la Iglesia Católica-, en la Plaza de San Pedro. Este evento se da 13 años después de su beatificación, llevada a cabo el 19 de octubre de 2003 por Juan Pablo II, pontífice que conoció personalmente y con quien tuvo gran amistad.
Teresa nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, entonces Albania y actualmente Macedonia. Antes de tomar su nombre de monja, por el que mejor se le conoce, se llamaba Agnes Gonxha Bojaxhiu.
Criada en el seno de un hogar cristiano, en 1928 decidió ingresar a la Congregación de las Hermanas de Loreto, en Irlanda. Un año después, llegó a la India como misionera y permaneció allí durante 20 años, dedicándose a la enseñanza y a las obras de caridad. “De sangre soy albanesa; de ciudadanía, India”, decía la religiosa, pues pasó gran parte de su vida en esa nación.
Cuando se dirigía de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro espiritual, en septiembre de 1946, sucedió aquello que llamó “una inspiración, una llamada dentro de la llamada”. Fue en aquellas jornadas, que, según cuenta, escuchó locuciones interiores y recibió visiones que la llevaron a dedicar su vida a los más necesitados.
Dos años después, salió de su convento vistiendo su característico sarí blanco orlado de azul (vestido típico de las mujeres indias) para introducirse de lleno en el mundo de los pobres. Teresa comenzó a recorrer incansable los barrios menos favorecidos, a visitar familias, a lavar a los sucios y a cuidar de los enfermos. Algunas de sus antiguas alumnas se unieron a su misión.
Fue así como en 1950, las Misioneras de la Caridad fueron erigidas como congregación religiosa. Su misión es “saciar la infinita sed de Jesús de amor y de almas, entregándose por la salvación y santificación de los más pobres entre los pobres”, como se explica en el perfil biográfico de la futura santa en el misal de la canonización.
Desde entonces, han pasado a ser más de 5,300 religiosas en 758 casas por todo el mundo. Con el tiempo, fundó también otras ramas de su congregación, como la masculina de los Padres Misioneros de la Caridad.
Toda esta empresa la fundamentó no en sus fuerzas, sino en un profundo amor a Dios, como cuenta sor Mary Prema, segunda sucesora de la futura santa como superiora de las Misioneras de la Caridad. “Después de la oración y la Misa, Madre Teresa estaba preparada para ayudar a todos. Dedicaba todo el tiempo a dar instrucciones a las hermanas de cómo vivir en modo práctico esta experiencia de espiritualidad, de abandono frente al Señor”.
Tal era su generosidad, que renunció a conocer a Pablo VI por servir a los demás. De camino a un encuentro con el Papa, vio a dos moribundos junto a un árbol, marido y mujer. Se detuvo con ellos hasta que él murió en sus brazos. Entonces la religiosa cargó en hombros a la esposa y la llevó a un centro de su congregación. Para entonces, la ceremonia ya había concluido.
Nunca buscó la fama, pero su gran labor humanitaria la llevó a recibir el Premio Nobel de la Paz en 1979. “Estamos hablando de la paz y su mayor destructor hoy es el aborto, porque es una guerra directa, un asesinato directo por la madre misma”, dijo Teresa en su discurso, sin miedo a ser criticada por sus convicciones. Pero, como mujer que buscaba soluciones y no condenas, planteó una alternativa al aborto: “Lo estamos combatiendo con la adopción, hemos salvado miles de vidas, hemos mandado mensajes a todas las clínicas, a todos los hospitales… Por favor no destruyan al niño, nosotros lo recogeremos”, proponía. Todo esto hizo que los medios de comunicación siguieran más de cerca sus pasos y que su labor cobrara mayor relevancia pública.
El camino de Teresa no siempre fue fácil. Por un tiempo atravesó dificultades conocidos por la espiritualidad cristiana como “la noche oscura”, es decir, momentos en los que hay crisis de fe y en los que no se experimenta la misma emoción que animó la vocación.
“Esta oscuridad que sufrió la hizo depender de la misericordia de Dios y al saber que había experimentado esta misericordia era consciente de tener que darla a los demás”, explica Brian Kolodiejchuk, sacerdote postulador de su causa.
Pese a los graves problemas de salud que atravesaba, Madre Teresa continuó sirviendo a los pobres. Después de encontrarse por última vez Juan Pablo II, retornó a Calcuta y el 5 de septiembre de 1997 falleció.