Venezuela, a la deriva

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22 March 2015

Hay quienes equiparan cualquier conversación sobre los horrores que el autoritario gobierno venezolano está aplicando a su población como "campañas de miedo". Sin embargo, para los muchos que piensan que la empatía que despierta un pueblo oprimido solo puede ser motivada por agendas políticas u obsesiones ideológicas, parece no molestarles que el venezolano promedio tenga que perder horas en fila con tal de obtener acceso a los productos más básicos.

Como si la falta de cosas tan elementales como la leche o el papel higiénico no fueran lamentables de por sí, estas se dan mientras el hijo del presidente Nicolás Maduro baila bajo una lluvia de billetes en una fiesta en la que alguien lo grabó para compartir el video en las redes sociales. No solo no se duele de su pueblo la familia Maduro, además se burla de él despilfarrando lo que a los demás les falta.

El bochornoso suceso se dio el mismo día en que Maduro hizo desfilar a todas las fuerzas armadas venezolanas (solo le faltaron los cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar). Lo hizo en afán de demostrar sus fuerzas bélicas, en un pulso (o juego de "fuerza de manos") contra los Estados Unidos que solo está ocurriendo en su cabeza.

La reacción se dio tras la acción ejecutiva que firmó el presidente Obama para imponer sanciones a siete altos funcionarios del gobierno venezolano, acusados de corrupción y violaciones a los derechos humanos. La única manera de imponer estas sanciones sin contar con la aprobación del Congreso estadounidense, tal y como sucedió con las sanciones impuestas a otros funcionarios venezolanos el año pasado a Obama solo le quedaba recurrir a la acción ejecutiva. Para justificar su actuar unilateral, debía recurrir a los "poderes de emergencia" que sus funciones constitucionales le otorgan, y que solo pueden invocarse cuando otro país es una amenaza a los Estados Unidos. De ahí proviene la declaración de Venezuela como amenaza: un mecanismo legal para castigar a estos siete funcionarios.

Es por eso que resultan extrañas las críticas de los defensores de Maduro: de ninguna manera está en peligro la soberanía venezolana ni sus tierras se encuentran vulnerables a ataques estadounidenses. ¿Por qué entonces la indignación ante el hecho de que siete funcionarios de probidad dudosa no puedan ya hacer uso de sus visas de turismo a los Estados Unidos, o a que se les hayan congelado sus propiedades (habidas de manera dudosa) en territorio estadounidense? ¿Es que les indigna más que les hayan tocado las costillas a los poderosos que las filas que deben hacer los ciudadanos indefensos para algo tan vital como el sustento? ¿Les indigna más que se le ponga el dedo en la llaga a un régimen corrupto a la cantidad de presos políticos en las cárceles venezolanas, donde el debido proceso se ha convertido en un milagro por el que hay que rezar?

Aunque tienen mucho de razón los que argumentan que los Estados Unidos no es necesariamente un referente en el respeto a los derechos humanos (véase Ferguson, Selma, los ataques con drones en el Medio Oriente, entre otros), sería negligente de quienes tienen la posibilidad de poner un alto (ya sea con garrote o zanahoria) a los abusos de poder de unos pocos, quedarse de brazos cruzados ante un pueblo que sufre y clama por ayuda a la comunidad internacional.

*Lic. en Derecho con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg