Un problema en la columna aqueja a Joaquín Segovia desde hace tiempo. Él es carpintero y trabaja en el oficio desde hace más de 40 años. No es que la espalda le duela mucho, es que la vida debe ir un poco más despacio.
Los viajes se hacen más largos y los pasos cuestan cada gota de sudor en la frente. Pero nada de eso lo detuvo cuando conoció la historia de Carlos Barrientos, un lustrabotas de Santa Tecla, que se gana la vida realizando su oficio con una sola mano y una caja de madera con más de cuatro décadas.
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Joaquín es originario del municipio de Santo Domingo, departamento de San Vicente. Leyó la historia de Carlos Barrientos en las páginas de El Diario de Hoy, se conmovió y sintió la necesidad de ayudar a un compañero que, como él, trata todos los días de ganarse la vida de forma honrada y a pesar de sus limitantes.“Teniendo la madera, hay que ayudar”, afirma este hombre que, luego de leer la historia de Carlos, buscó un trozo de cedro de buen tamaño, pedazos de tela, algodón y algo de cuero; con todos esos materiales y toda la convicción que su madre le transmitió desde pequeño -de siempre ayudar a los demás-, puso manos a la obra y en poco más de seis horas diseñó y construyó una nueva caja para Carlos, una que según él, durará más de 80 años.
Luego, salió a la calle a comprar varios cepillos, pastas y ceras para lustrar, las puso dentro de la caja, incluyó unos pedazos de tela para pulir y bolsitas de añilina, metió todo en una bolsa de plástico, se la puso al hombro y abordó un autobús hacia San Salvador en busca del periodista que escribió la nota, no se atrevía a visitar Santa Tecla, nunca estuvo ahí, al menos San Salvador lo visitó antes un par de veces.
Llegó a una ciudad casi desconocida, jamás había visitado las instalaciones de El Diario de Hoy y optó por comenzar a preguntar por las calles.
Tras varios minutos de no dar con el sitio, tomó una difícil decisión: abordar un taxi que lo llevara hasta la puerta del periódico. Después de darle la dirección y pedirle que lo llevara hasta ahí, el taxista, en una poco usual muestra de sinceridad, le dijo que no hacía falta que pagara para llegar hasta ese punto.
Le dio un par de indicaciones para llegar a píe y sin más siguió su camino. Joaquín hizo lo mismo y, sin otro remedio, a paso lento, llegó a la puerta del periódico y realizó su entrega. “Estamos viejos pero hay que hacer la cacha”, fue una de las frases con las que este personaje se despidió, esperando que su regalo fuera bienvenido por el lustrabotas de Santa Tecla. “Tal vez se pone feliz”, concluyó y regresó a Santo Domingo.
La Entrega La entrega del presente se realizó unos días después. Carlos se encontraba sentado en su vieja silla de madera, esa que también tiene más de 40 años. Con algo de sorpresa en el rostro, recibió en sus manos la bolsa de plástico, tal cual fue entregada por Joaquín en la redacción de El Diario de Hoy. Preguntó por su contenido y al no recibir respuesta, fue abriendo poco a poco la bolsa y sacando una a una las piezas de su nueva herramienta de trabajo.
En su rostro se veía un tono de incredulidad y sorpresa. “Le agradezco mucho, de todo corazón”, señaló. “Esto es lo que yo ocupo para trabajar”, añadió, mientras pasaba de la sorpresa a un punto entre la emoción y las lágrimas.
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“Habemos muchos que necesitamos y nadie nos ayuda”, agregó mientras seguía sacando los cepillos y las pastas. A su alrededor, otra decena de lustrabotas miraban atentos, algunos se acercaron por curiosidad, otros prefirieron ver desde lejos. Todos mostraban algo de orgullo y esperanza en el rostro. “Háganme un reportaje a mí”, se escuchó a lo lejos.Hasta esa hora, cerca del mediodía, Carlos había tenido dos trabajos, con los que reunió poco más de dos dólares. “A veces comemos y a veces no comemos, he hecho dos lustres y vine a las seis de la maña”, afirma.
Carlos con una firme convicción que de ahora en adelante, ya que tiene una nueva caja, también tiene un nuevo comienzo. Espera que con su nueva herramienta sea un poco más sencillo ganarse el pan de cada día. Por su parte, Joaquín, el carpintero de San Vicente, espera algún día conocer a este curioso personaje tecleño, quizá para compartir historias, quizá para compartir algo más que dolores.