Los pobladores del caserío El Marillal en cantón Yologual, de Conchagua, no cuentan con los servicios básicos de energía eléctrica, agua potable, de salud, ni vías de acceso.
Pero no solo eso es su problema. La mayoría de las personas no saben leer ni escribir y pasan a formar parte de los 35 mil habitantes analfabetas en el departamento de La Unión.
Son un aproximado de 30 habitantes que su único método de subsistencia es la pequeña agricultura de granos y hortalizas.
Los ranchos en que habitan están deteriorados, en su mayoría construidos con pedazos de láminas, plásticos, varas y cartón.
Aunque viven en un ambiente natural, lamentaron el descuido de las instituciones estatales y de la alcaldía, quienes no les ayudan a desarrollar la comunicad.
La escuela más cercana está ubicada en el centro del cantón, para eso deben caminar una hora por largas y rústicas veredas, lo que significó que los padres de familia dejaron de enviar a sus hijos a estudiar.
Una de las metas que tiene la comunidad para este año es el de lograr construir una pequeña y provisional biblioteca para que los que saben leer puedan enseñarles al resto.
Mariana Villatoro, líder de la comunidad, dijo que el único apoyo que tiene es el quintal de abono que les da el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) para la siembra, por lo que considera que es poco lo que tienen que gastar para los insumos para la siembra.
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Según Mariana, los alcaldes conchagüenses visitan el lugar solo antes de la campañas electoral. “Aquí hay bastantes necesidades, los ranchitos los tenemos dañados y, al menos, quisiéramos conseguir algunas láminas”, agregó.Santos Benítez tiene 20 años de vivir en el lugar, y durante dos décadas ya están acostumbrados al abandono del gobierno central.
Este poblador sostuvo que “aquí nadie tiene un empleo, todos trabajamos con el machete, tenemos que rebuscarnos para tener la tortilla aunque sea con sal”.
Benítez cultiva alrededor de una hectárea de maíz y frijol que le sirve para la alimentación familiar; sin embargo, cuando hay necesidad de comprar medicinas se ve en la obligación de vender la poca reserva que tiene.
Keily, de 17 años, cursa el noveno grado. Ella había dejado de estudiar por la situación delincuencial y el riesgo que significaba irse sola y caminando por más de una hora.
“Estoy posando donde unos parientes que viven cerca de la escuela, lo hago por amor a superarme”, relató la joven. Según Keily, quiere dedicarse los fines de semana a enseñarles a leer y escribir a los de su comunidad.
Álvaro Ramos, director de la casa de la cultura de La Unión, manifestó que visitó la comunidad por una petición que hicieron los lugareños el pasado mes de febrero.
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Este empleado de la comuna expresó que han llevado diversión, como piñatas, payasos y golosinas a los niños de la comunidad. Además, han entregado algunos libros para los jóvenes que han dejado la escuela.El alcalde de Conchagua, Ulises Soriano, manifestó que aún no ha visitado la comunidad y desconoce los problemas que hay; sin embargo, se comprometió ir para conocer las necesidades y ayudarles.
Incluso, podrían buscar ayuda con otras instituciones del gobierno, indicó.
Mientras les llega la ayuda, algunas familias hicieron el esfuerzo económico para comprar un pequeño panel solar de generación de energía, el cual les sirve para el uso básico como cargar baterías.
El resto por la noche se alumbran usando los candiles o veladoras. Así es el diario vivir de las ocho familias.
Las bestias son el único medio de transporte que tienen para el traslado de la cosecha y la mercadería que compran en el pueblo.
Los terrenos donde está asentada la comunidad le pertenecen al Estado, es una zona protegida del volcán de Conchagua bajo la responsabilidad del Ministerio del Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN).