Puede que las homilías fueran las primeras formas de comunicación y noticias en ausencia de periódicos. Sirvieron para promulgar explicaciones de la fe pero también noticias para los que no viajaban. Tal vez podemos considerarles como los primeros periódicos en los tiempos cuando la civilización occidental estaba surgiendo de la fragmentación del Imperio Romano.
Una realidad que resulta evidente es que sin tecnologías de comunicación, no hay comercio. Además, para que la maquinaria gubernamental pudiera funcionar, crecer y dar lugar al comercio en estos tiempos críticos, desde el siglo V hasta el comienzo de las cruzadas en el siglo XI, y más adelante cuando las finanzas internacionales tomaron forma, tenemos que considerar todas las metodologías -las tecnologías- de comunicación, que crecieron como grandes redes de comunicaciones para apoyar las actividades de los gobiernos y del comercio.
Cuando consideramos la comunicación como una tecnología, durante los períodos bajo análisis, el término “tecnología” significa redes sociales de herramientas e instrumentos por medio de los cuales se transfirió información necesaria para casi todas las actividades humanas en los momentos críticos de la formación de las doctrinas eclesiales, las economías, los gobiernos y el comercio. Para estas y otras actividades se requiere una variedad de tecnologías de comunicación y por supuesto la diplomacia.
Te puede interesar: Las palabras fueron entregadas al hombre para esconder sus pensamientos
Esta tecnología consistió no solo en la comunicación verbal, si no también en la escrita: testamentos de donaciones y pagos, libros de contaduría, descripciones de tierras y terrenos con sus fronteras y dimensiones, inventarios así como las anotaciones marginales en todos estos documentos. Además hay que incluir medios y modalidades de transporte y viajes, carreteras, puertos, ríos, canales, mares y océanos: todos instrumentos -tecnologías- de comunicación.Ahora, el acto de viajar, que es precisamente una tecnología de comunicación, era una aventura muy peligrosa y la mayoría de gente nunca viajaba fuera del lugar donde había nacido, salvo los empresarios, mercaderes en pequeño, peregrinos, monjes, embajadores, refugiados de guerra, piratas y ladrones, estudiantes, trovadores, comerciantes y las unidades militares; también había tránsito de correos eclesiales, correos privados, factores de bancos, y en general toda suerte de mercadería.
Estos movimientos requerían documentación por escrito como cartas de presentación y autorización o libros de contaduría. Una forma especial eran los inventarios de esclavos, descritos como “herramientas con voces”, que documentan los viajes por toda la cuenca del Mediterráneo.
Un inventario, por ejemplo, indica que en un solo barco se encontraron las siguientes personas capturadas para venderlas en mercados como Siria, Iraq, Creta, Egipto, España y Tunisia, entre otros. Había 20 bizantinos, ocho eslavos, seis de los Estados Papales de Italia, seis francos, cuatro lombardos, tres judíos, dos visigodos y un árabe. A los que vendieron esclavos y que también viajaban por tierra, los carolingios les cobraban peaje para cruzar carreteras, puentes y pasajes montañosos en los Pasos de los Alpes. Todo documentado por escrito.
Así podemos ver, de estos ejemplos, que el poder político no está divorciado del contexto comercial, social o cultural y requiere comunicación para ser efectivo, es decir, para que se puedan implementar todas las formas de actividad humana en la construcción de sociedades y estados. Por eso, es obvio que, a lo largo de la historia el comercio llegó a estar involucrado, de forma directa o indirecta, en guerras, política y altas finanzas.
Hablar de comunicación y diplomacia nos lleva al terreno político. Aquí, como nos enseñan los primeros historiadores, se requiere el uso del lenguaje ambiguo en los tratados, contratos y toda clase de documentos para que cualquiera de las partes pudiera interpretarlo a conveniencia, según las circunstancias y ventajas, lo que ahora ha llegado a ser, en el discurso político contemporáneo de los americanos: “datos y hechos alternativos” (alternative facts). Como nos dice el siempre astuto Tucidides: “Las palabras tenían que cambiar su significado ordinario al que fue dado a ellas en las circunstancias” (Historia de la Guerra del Peloponeso, III.3.82).
Otras tecnologías de comunicación -siempre en la ausencia de periódicos- durante la Antigüedad Tardía y el Medioevo, eran visuales y no verbales, así como los frescos en las paredes de edificios e iglesias, además que los pequeños fragmentos de piedra que, ubicados estéticamente, formaban mosaicos. Se llaman tesserae -teselas- y, como un historiador comenta:
“Representaciones (de ideas, gobiernos, estados) siempre se las puede ensamblar al ubicar tesserae tomadas de los pequeños espacios que, por sí solos son reales, y organizarlos en formas tangibles para que representen un dibujo racional y grande que puede ser, o una ilusión, o una sugerencia de como podría ser la realidad esperada”. Ellis and Kidner. Travel, Communications and geography in Late Antiquity: sacred and profane (2004).
Es decir, las pequeñas tesserae, como modalidades y tecnologías de comunicación, pueden presentar realidades, ilusiones o esperanzas, iguales como representaciones reales o amorfas.
Para que el comercio pueda funcionar, como es lógico, además de tecnologías de comunicación también se requiere de la acumulación de capital. Las primeras dos acumulaciones de capital en la historia del Occidente son la trata, compra y venta de esclavos, en los tiempos y neblinas del pasado mencionado arriba; y la segunda aquella que se llevó acabo en Europa Occidental, en el siglo XI, cuando los cristianos emprendieron las cruzadas para reclamar las Tierras Santas en el Levante.
También puedes leer: Razón y sensualidad: Raíces de nuestras imágenes del hombre y de la mujer
Los cruzados -caballeros montados a caballos con armadura y espadas quienes habían tomado la cruz y en señal de ello cosieron una de color rojo en su sobrevesta- al llegar a Italia para atravesar al Levante, tenían que contratar barcos, comprar alimentación, negociar contratos, pagar aduana para las reliquias, contratar alojamiento, traductores, notarios, etc. Todo pagado a un precio tres o cuatro veces mayor que lo normal, porque no había otra alternativa. Todo eso está documentado por los italianos, pisanos, genoveses, amalfitanos y venecianos en sus libros de contaduría y otros documentos. La tecnología de comunicación comenzó a tomar la forma de lo que se llama en inglés, un “paper trail” (documento que registra la historia de las transacciones).También, se debe mencionar el tesoro de documentos de comunicación más grande e importante que se descubrió en El Cairo en un cielo raso, que en el siglo XI se llamaba el Genizah, donde estaban preservados los escritos de una comunidad de judíos comerciantes de El Cairo y de Alejandría en Egipto. Descubiertos en 1867, los 300,000 documentos en varios lenguajes semíticos están ahora almacenados y son estudiados en la Universidad de Cambridge. Al respecto de ellos un erudito declaró que estos vestigios de comunicación “respiran comercio y mercadería”.
Las metodologías de comunicación vinculadas con la acumulación de capital en el Medioevo también podían ser visuales como, por ejemplo, las procesiones que los empresarios hacían en días festivos para exhibir y ostentar los éxitos y ganancias de sus esfuerzos. Hay testigos que describen una celebración alegre que es, con seguridad, una tecnología de comunicación vinculada con el comercio en el siguiente recuento:
“En la procesión, primero pasaron todos los empresarios venecianos residentes en Bruges (en Bélgica), y sus sirvientes a caballo.
Delante de ellos pasaron 50 hombres que llevaban antorchas. Los venecianos usaban vestuario magnificente de terciopelo escarlata… Después siguieron los florentinos vestidos en seda negra con medias escarlatas… Los empresarios genoveses todos usaban vestuario de color violeta, y mientras que desfilaron por las calles de Brujas, la voz de las campanas de las iglesias proclamaban la gloria de la procesión”. Johannes Huizinga. El Otoño del Medioevo (1919).