“La Semana Santa tiene unos días muy especiales donde se puede palpar la misericordia de Dios: el Jueves, Viernes y Sábado Santo. Nuestra atención se dirige a Nuestro Señor Jesucristo quien, al encarnarse, toma sobre sí la redención del género humano.
El Jueves Santo Jesús instituye la Eucaristía. Quiso quedarse de una nueva manera entre sus discípulos para alimentarles. Pero también este día tenemos el gesto sencillo y profundo del lavatorio de pies. Un gesto que es toda una síntesis de la vida de Cristo servidor. Así debe ser la vida de todo creyente: servidor de demás.
El Viernes Santo es el día en que culmina la entrega de Jesús.
Una donación al Padre por la salvación de los hombres. La Cruz aparece como la fuente inagotable de salvación. Es un día penitencial.
Por la mañana se participa del Vía Crucis, por la tarde de los Santos Oficios y por la noche del Santo Entierro. En este día la Cruz de Cristo es signo de redención del mal en todas sus formas.
El Sábado Santo es un día de meditación en torno a la muerte del Hijo de Dios, Jesús en el sepulcro comparte con toda la humanidad el drama de la muerte.
La Virgen María, la Madre de los Dolores, es el icono de la esperanza en las promesas de Dios.
Durante la noche los fieles son convocados para celebrar la Solemne Vigilia Pascual.
El símbolo de la luz que resplandece en las tinieblas, de la Palabra de Dios que narra los hechos más relevantes de la Historia de la Salvación y la renovación del bautismo constituyen la actualización del paso de la muerte a la vida.
Esta Noche, la Iglesia vive la alegría del encuentro con Cristo que vence a la muerte y resucita dándonos también a nosotros una nueva vida.
En definitiva, el Triduo Pascual es acompañar a Cristo Jesús, meditar cada gesto y palabra antes de su muerte y descubrirlo resucitado, esperanza de la nueva humanidad.
Deseo a todos los salvadores una Semana muy llena de Dios y les invito a buscar siempre en la Cruz de Cristo la fuerza para llevar la cruz de cada día”.