Carlos Barrientos, un lustrabotas que le hace frente a la vida

En el parque Daniel Hernández, Santa Tecla, trabaja Carlos Barrientos, el lustrabotas de una sola mano: un hombre que cree en la enseñanza, esa que se transmite de generación en generación, esa que ayuda a luchar contra las adversidades de la vida.

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Foto/ Marvin Romero

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09 April 2017

En el bolsillo lleva unas cuantas monedas que a veces no le alcanzan ni para comer; en un viejo cajón de madera guarda cepillos, pasta para lustrar y pedazos de tela para pulir. En su cabeza resuenan a cada instante los consejos que alguna vez le dio su padre y en sus manos exhibe, con orgullo, las cicatrices que le han dejado sus 75 años.

Carlos Barrientos es bien conocido entre los lustrabotas de Santa Tecla, lleva 63 años dedicándose a ese oficio. Hacia abajo del Bulevar Monseñor Romero, su existencia es poco más que un mito urbano que se esparce entre los lustrabotas de la capital. Ellos relatan que a don Carlos le faltan las dos manos, aunque realmente es solo una: la izquierda -por alguna razón muchos pierden interés cuando descubren que solo le falta una mano- él ríe cuando se enteran de la verdad.

Comenzó a trabajar en 1953, cuando cada lustrada costaba cinco centavos de colón, lo que ahora equivale a menos de un centavo de dólar. Aunque él mismo confiesa que recuerda poco de esos días, su relato coloca en esa misma fecha el accidente en que perdió la mano. No le gusta hablar mucho del tema, solo cuenta que fue por la pólvora -un mortero- y que tenía 12 años de edad.

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Primero fue la tragedia y luego vino el oficio. Su padre, al verlo caer lentamente en una depresión que sólo auguraba muerte, lo sacó del cobijo de su madre y lo impulsó a dedicarse a algo que ocupara su mente.

Hasta ese día, Carlos únicamente conocía los eventuales trabajos que un mercado le ofrecía a un niño de su edad. De alguna forma, al perder la mano obtuvo las alas para salir de ese mundo.

Esa es la razón por la que su padre es tan importante, tanto que por momentos pareciera que es él quien le susurra las respuestas al oído.

“Recuerdo algo que me dijo mi papá”, señala en repetidas ocasiones cuando cuenta sus historias, “el hombre mientras no está muerto, no está vencido”, asegura que era frase más célebre de su padre, sus ojos muestran brillo cuando lo recuerda.

Para Carlos es vital que nadie lo vea con lástima, su padre no lo hizo y en cambio le enseñó a afrontar sus batallas sin poner demasiado cuidado en su condición.

“Tenemos que superar cualquier barrera y salir adelante, eso es lo que yo le diría a cualquiera que pierde una mano, una pata o un ojo”.

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Sus hijos han crecido bajo esas doctrinas. Su esposa murió hace tiempo y a él, con su trabajo, le ha correspondido ser el sostén y el ejemplo para sus hijos.

“Una mano me hace falta”, deduce y no queda claro si lo dice en forma literal o figurada. Sea como sea, esa mano le sigue faltando. Hace más de 33 años que trabaja con la misma caja y la misma silla, ya deteriorados por el tiempo y por toda la carga que han debido soportar.