“Es un país en guerra” era la advertencia sobre la realidad de El Salvador que más llegaba a los oídos de los estadounidenses Robert y Lorena Zeller, cuando decidieron ser voluntarios en el país.
Pero la convicción de ayudar que tenían los esposos Zeller ganó, y se embarcaron en un proyecto alimentado por la solidaridad, dejando por un tiempo a sus hijos, familia y amigos en Estados Unidos.
No sabían mucho de El Salvador, pero sus deseos de ayudar aumentaron al escuchar sobre una doctora salvadoreña que se había dedicado a trabajar en un tema olvidado para un país en medio de una guerra; atender la salud de la población de la zona rural.
Justo como les habían advertido, encontraron un país afectado por una devastadora guerra civil, comunidades que apenas tenían acceso a doctores con el riesgo de que, al movilizarse en busca de uno, pudieran ser víctimas de la violencia que imperaba.
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Pero a la vez encontraron familias y comunidades que les dieron lecciones sobre generosidad y sacrificio por los demás. Familias que su único lujo era comer pollo una vez a la semana y sin dudarlo lo compartían con ellos. El amor que desarrollaron por El Salvador fue inevitable.Ese primer año, en 1988, comenzaron a trabajar junto a Vicky Guzmán, la doctora que fundó un proyecto para mejorar la atención de la salud de los campesinos en la zona occidental y oriental del país.
Han pasado 29 años desde su primera visita y esta podría ser la última vez que Robert (o Bob, como le dicen de cariño), de 81 años, y Lorena, de 70, vienen al país.
La edad ha comenzado a competir con sus ansías por ayudar a las comunidades salvadoreñas que han conocido a lo largo de los años, pero se van satisfechos con las esperanzas puestas en los nuevos voluntarios que vendrán y los salvadoreños que continuarán su legado.
Actualmente, el proyecto iniciado por Guzmán, la Asociación Salvadoreña Pro Salud Rural (Asaprosar), ha sido reconocido tanto fuera como dentro del país.
En septiembre de 2012, Guzmán fue nombrada Hija Meritísima de Santa Ana por su labor humanitaria.
Pero, para 1972, todo era apenas un sueño para Guzmán, la doctora que inspiró a los esposos Zeller a dedicar más de dos décadas a mejorar la salud de las comunidades de Santa Ana y San Miguel.
Apenas un par de años antes de que ellos vinieran al país, la acciones de Guzmán habían sido vistas como subversivas y tanto ella como sus trabajadores habían sido víctimas de la represión.Por ello es que en 1986 fundó legalmente Asaprosar para brindar protección a todo el personal y voluntarios que apoyaban el proyecto.
Cuando los Zeller vinieron a El Salvador encontraron que los pacientes comenzaban a tener más acceso a médicos, pero detectaron un grave problema para las personas con problemas oftalmológicos.
Cuando eran atendidos les daban la prescripción para los lentes, pero ellos nunca los podían comprar y se resignaban a una vida con una problemas en su visión que podría culminar en una ceguera permanente.
Por ello, cuando regresaron a Estados Unidos, se dedicaron a hablar con todos sus contactos. Bob, un médico con especialidad en ginecología y obstetricia, y Lorena, especialista en terapia ocupacional, pidieron la ayuda de amigos oftalmólogos y optometristas para poder hacer los procedimientos que necesitaban los pacientes salvadoreños.
Cuando regresaron, el siguiente año, no solo venían más preparados para atender las necesidades de las comunidades, sino que también habían conseguido que vinieran más médicos con ellos y un lote de lentes donados.
Con el paso del tiempo han llegado a recolectar más de cinco mil pares de lentes disponibles para los pacientes atendidos por Asaprosar.
Lazos solidarios
La entrega de los lentes dio lugar a uno de los momentos que más ha impresionado a Lorena.
Conocieron a una adolescente que poco a poco estaba perdiendo su vista, ya necesitaba ser guiada para caminar. Pero su expresión cuando por fin le pusieron los lentes adecuados a su condición era la de alguien a quien le ha cambiado la vida. Por primera vez en mucho tiempo podía ver a su mamá, que estaba al otro lado de la habitación.
Lorena recuerda cómo lloraron al ver la felicidad de la niña.
“Era algo que cambiaba la vida. Ese tipo de cosas son tan significativas”, explica.
Bob también recuerda el caso de un joven que padecía estrabismo, es decir que tenía un ojo desviado.
Bob lamenta que las personas con estos padecimientos no solo se enfrentan a una calidad de vida poco adecuada, sino que también hay una tendencia en el resto de creer que no son inteligentes porque su apariencia es distinta a los demás.
Cirujanos estadounidenses, también, comenzaron a acompañarlos y el adolescentes fue uno de los que logró ser operado, durante las jornadas.
“Él le escribió una carta al doctor en la que le decía que tenía una novia, que nunca había tenido, y trabajo porque lucía normal. Es algo que cambia la vida”, comenta Bob.
Los Zeller recuerdan lo difícil que era movilizarse durante la guerra para los habitantes de las comunidades rurales, por lo que ellos fueron los que comenzaron a ir a las montañas, de Santa Ana; iban hacia otros lugares como Candelaria de la Frontera y a Metapán, cuando repararon los puentes.
Cuando terminó la guerra ellos apoyaron la decisión de Guzmán de comenzar a construir un verdadero centro de salud en Santa Ana.
“Era mejor que los pacientes vinieran donde nosotros porque así podíamos ver más”, dijo Bob.
La necesidad de tener un centro médico y quirúrgico para ellos creció aún más después de que el espacio que tenían asignado en el Hospital San Juan de Dios de Santa, de Ana, fuera cedido para otra jornada, llevada por la esposa de un funcionario de ese entonces.
Cuando los esposos comenzaron a venir al país, el grupo estaba compuesto por menos de siete médicos.
Este año, fueron 60 personas, de distintas especialidades médicas, que acompañaron la jornada realizada en Santa Ana y San Miguel.
Un vínculo permanente
Los Zeller recuerdan los temores que acompañaron a su familia la primera vez que vinieron a El Salvador, sobre todo a sus tres hijos.
“Estaban muy preocupados, aunque ahora también estamos conscientes de la violencia que existe”, comenta Bob.
Ambos recuerdan a un joven a quien ayudaron con una beca para que estudiara agricultura y no fuera reclutado por el Ejército.
Hace diez años, cuando él estaba en el patio de su casa, fue asesinado sin razón alguna y hasta la fecha lo único que saben es que su asesinato podría estar relacionado a la prueba de iniciación de las pandillas.
Por ello, al pensar en todas las personas que han conocido a lo largo de los años, tienen la esperanza de que se logre una reducción del ciclo de violencia que ha afectado al país.
“Amamos el país, es hermoso y las personas son aún más hermosas. Lo mejor de hacer esto es la amistad”, dice Bob.
Parte de su cariño seguirá en el país. Su hijo, de 40 años, está dedicando parte de su trabajo en la asociación en Santa Ana. Además, ellos desde Estados Unidos seguirán manejando la organización para obtener las donaciones de lentes, instrumentos e insumos médicos.
“Aunque vamos a terminar nuestro trabajo después de 29 años sabemos que hay muchas personas con el grupo que están dedicados a continuar”, expresan los esposos.
Los Zeller también invitaron a que más salvadoreños se sumen como voluntarios para apoyar a las comunidades, que aún enfrentan dificultades en el acceso a la salud.