“¿Por qué soy diferente a los demás?, ¿por qué nací así?, ¿por qué no tengo amigos?”, eran las preguntas recurrentes que César le hacía a su madre, Gladys Bonilla, cuando comenzó a notar que no era como el resto de los niños.
César nació con autismo, un trastorno psicológico que encierra a quienes lo padecen en un mundo interior y con el tiempo los aleja de la realidad. Cuando Gladys lo supo, sintió que todo su mundo se le venía encima: “yo no sabía que hacer, sentía que me estaba volviendo loca”, afirma.
El pequeño César se lastimaba a si mismo, se golpeaba la cabeza, lloraba constantemente y sin razón. “Cuidar a un niño autista es desgastante, nadie me dijo qué hacer”, afirma y señala que “El Salvador no cuenta con lo necesario para tratar a los niños como César”.
La Asociación Salvadoreña de Autismo cuenta con un registro que no supera las 3,000 personas con esta condición en el país, pero se estima que pueden ser muchas más las que se enfrentan a diario a esta condición.
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“Estoy muy orgullosa de ser la mamá de un niño autista”, confiesa Gladys. “Él conoce su enfermedad, sabe perfectamente que es autista, a veces se deprime pero se acepta como es: un músico talentoso”, expresa con una sonrisa de madre orgullosa.El autismo no ha frenado a César. Su ímpetu es el de cualquier joven de su edad, con todas las ganas de tragarse el mundo. La música -su acordeón y su bajo- es el instrumento con el que este joven ha dejado claro que a penas ha dado los primeros pasos para ser grande.
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Ya se presentó en escenarios por todo el país y conocido a sus ídolos, como Aniceto Molina, quiénes han sido faros en su camino. “Mi sueño es que él cumpla los suyos”, concluye Gladys.