Santa Marta, un alivio para los olvidados

Justo atrás de la Iglesia El Calvario, en Tonacatepeque, viven seis ancianos abandonados por sus familias. Cada uno con infinitos recuerdos e historias; sin embargo, es el silencio el que predomina en los pasillos de Santa Marta.

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El sueño de los administradores de Santa Marta es contar con los medios para llevar a los ancianos de paseo por la ciudad. Foto por Marvin Rodríguez

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29 March 2017

Prácticamente olvidados por sus familias. En el Hogar Santa Marta de Tonacatepeque, seis ancianos viven las largas horas de sus días sin otra compañía que la eventual visita de sus recuerdos. No hablan mucho, se sientan en los pasillos a esperar por algo, quizá alguien, que seguramente nunca llegará.

Angélica Juárez, de 78 años, busca consuelo a esa soledad en una pequeña radio de baterías que guarda debajo de su almohada. Esta mujer, que hace varios años perdió completamente la vista, enciende el aparato religiosamente a la misma hora, para escuchar la misa matutina. “La compré hace nueve años, me pidieron quince dólares pero al final pagué solo cinco”, recuerda mientras lucha por sintonizar la estación, pero la misa comienza y las palabras del sacerdote se pierden entre el sonido de la estática.

El hogar Santa Marta fue fundado el 07 de octubre de 2008, con la intención de proporcionar un hogar digno para los ancianos abandonados que deambulaban por las calles de Tonacatepeque, sin una familia que los cuidara. También fue pensado para convertirse en un sitio de retiro para aquellos adultos mayores que, por su avanzada edad, no pudieran salir de sus hogares ni valerse por ellos mismos.

Como Eusebia Villanueva quien todas las mañanas, desde el pasillo, trata también de escuchar la misa que transmiten por la radio. Con su cadera rota y postrada en una silla de ruedas, esta mujer de 87 años no puede moverse en absoluto, razón por la cual ocupa el mismo espacio a diario, en su silla, a la entrada del pasillo principal, parece estar molesta pero es solo la desconfianza de los años, la clásica sonrisa de su edad le vuelve al rostro cuando recuerda a sus hijos y a sus nietos, esos que ayudó a educar, pero que ahora pasan de largo evitando verla de frente, la voz se le corta: “quizá les caigo mal”, deduce “aunque yo no les he hecho nada”, dice, como tratando de convencerse a si misma y prefiere cambiar de tema.

A diferencia de Eusebia, quien si tuvo hijos, la mayor parte de los inquilinos de Santa Marta son adultos mayores sin descendencia, que en algún momento de sus vidas debieron depender de sobrinos o hermanos para quienes se volvieron en una carga. En algunos casos, los ancianos fueron despojados de sus viviendas con engaños, excluyéndolos en habitaciones alejadas de la vista.

Como a Xenón Marroquín, de 90 años, que dice haber educado y aconsejado a sus hermanos y sobrinos para evitar que tomaran caminos equivocados como los vicios y el alcohol. Los ayudó durante sus años productivos y estuvo a su lado cuando les hizo falta. Ahora nadie lo visita: “Ya no siente amor”, deduce. A Xenón no le gustan mucho las preguntas, él prefiere que por las tardes le cuenten cosas que no sabe mientas se mece en su mecedora o se recuesta en su hamaca. “Me levanta el espíritu”, afirma.

Tras la fundación del hogar, en Santa Marta se dieron cuenta que comenzaban a convertirse en la excusa perfecta para el abandono de los ancianos. Muchas familias dejaron a los adultos mayores en cuido por un tiempo, con un número de teléfono que resultaba ser falso o en el que nunca contestaron.

En esa situación han vivido los 14 inquilinos que el hogar ha tenido a lo largo de los años, los seis que todavía lo habitan y los ocho que vivieron sus últimos días ahí, solos. Ningún familiar los visitó cuando enfermaron, nadie estuvo con ellos el día de su muerte y al parecer nadie los recuerda.

Los administradores del hogar no niegan la entrada a los ancianos pero prefieren tomar consideraciones para recibirlos, con la intención de no incentivar la práctica del abandono. La capacidad máxima de acogida es de 10 inquilinos para los cuales es necesario reunir al menos $2000 al mes que se distribuyen entre la alimentación y las medicinas que requiere cada uno.

Daisy Morán, directora del hogar, afirma que de no existir esta iniciativa, posiblemente los seis ancianos habrían muerto hace varios años en las peores condiciones. “A una señora, los sobrinos la habían sacado de su casa y la habían llevado a un cafetal, estaba viviendo en una carreta, tapándose con lo que podía”, recuerda y hace hincapié en que el hogar logra mantenerse gracias a la colaboración de la comunidad local, pero que los fondos todavía son insuficientes y lo que se consigue se ocupa únicamente en suplir las necesidades básicas, porque tristemente la soledad de los ancianos es algo que el dinero no puede solucionar.

Si desea colaborar con el hogar de cualquier forma, puede hacerlo al 6205 6290.