Sharp y Ringrose exploran el golfo de Fonseca

En la primavera de 1682, los corsarios Bartholomew Sharp y Basil Ringrose arribaron a San Miguel y al golfo de Amapala o Fonseca

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25 March 2017

Tras hacer su recorrido desde Acajutla y Sonsonate hasta más allá de la ribera oriental del río Lempa, el grupo de corsarios capitaneado por Sharp penetró en la provincia de San Miguel, un amplio territorio al que le dedicaron varios días para explorarlo y enterarse de sus riquezas y de sus elementos más estratégicos de cara a futuras expediciones.

Todo ese conocimiento obtenido fue plasmado por Ringrose en sus detallados apuntes y mapas trazados a lápiz, en los que dejó registró numérico de las brazas de profundidad de las aguas del golfo de Amapal o Fonceca (sic: Amapala o Fonseca), de las casas de personas principales de la zona, de la ubicación de poblados, los astilleros, ríos, bancos de arena y muchas referencias geográficas más.

Tras medir las 2 brazas de profundidad existentes en la desembocadura del río Grande de San Miguel, Ringrose anotó, con su elegante caligrafía, que era importante ver el volcán situado al norte, ya que gracias a eso un marinero no necesitaría otra referencia para ubicarse y navegar por aquella zona.

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A ojos de ese corsario con afanes de cartógrafo, el golfo de Amapala tenía 4 leguas inglesas en la entrada, entre el pueblo de Amapala y Punta Cosigüina. Desde esa entrada hasta el pueblo de Choluteca, el fondo del golfo debía medir unas 9 leguas inglesas. En esas aguas, la profundidad alcanzaba entre 2 y 7 brazas, lo cual las hacía óptimas para atracar naves como el Trinity u otras de mayor tamaño. El punto de anclaje más permanente del barco corsario quedó asentado mediante una cruz situada frente al pueblo de Amapala.

A su manera, Ringrose anotó los topónimos o nombres de varias de las islas del golfo, la mayoría de las cuales estaban deshabitadas. En el siglo XXI, la mayor parte de esos topónimos ya no se emplean o han sido cambiados por el uso: Latoca (¿Conchagüita?), Lamiangola (ahora Meanguera), Concava (hoy Conchagua), Negrillos, Maçanpique (Punta Zacate), etc. Para ese año 1682, las dos islas más pobladas eran Conchava y Lamiangola, donde sólo había pueblos de indios vinculados con el poblado hispánico y mestizo de Amapala. De acuerdo con recientes investigaciones hechas por el arqueólogo y profesor mexicano Dr. Esteban Gómez -del Departamento de Antropología de The Colorado College-, Latoca y Conchava formaban parte de las llamadas “islas de La Teca”, un nombre de origen lenca, usado también para designar al templo franciscano de Santa Ana de la Teca, una estructura religiosa del siglo XVI cuyos restos aún se alzan en la isla Conchagüita.

En esa zona insular, expediciones como la de Sharp-Ringrose y Dampier-Funnel presenciaron bailes rituales (como el guanasco) en lugar de prácticas cristianas como las existentes en tierra firme. Eso motivó al Arzobispado de Guatemala para que, a partir de 1693, se procediera a la edificación con adobes, arcilla y tierra del templo barroco de Santiago Apóstol, en la isla Conchagua, adonde fueron trasladados los pobladores de algunas islas cercanas, con la finalidad de ofrecerles mayor protección de las autoridades del Reino ante las cada vez más constantes incursiones piratas y corsarias.

El pueblo de Amapala (ahora desaparecido, en la parte sur del actual departamento de La Unión) tenía un centenar de casas, cuyos moradores eran controlados por un teniente que obedecía a las autoridades del Reino y bajo cuya administración la gente se dedicaba al comercio de cacao, sebo, madera y diversas provisiones necesarias para las tripulaciones y naves que atracaban en la zona.

Al fondo del golfo se alzaba la aldea de Chuluteca (sic: Choluteca), donde dos españoles controlaban las actividades comerciales de los indígenas que habitaban las 30 casas del lugar. Debido a que esos españoles no dejaban que los extranjeros hicieran tratos directos con los indígenas, Ringrose estimó que “el perezoso español no podría crecer tan rico, pero hay crueldades insoportables hacia estos pobres nativos.

Espero que a su debido tiempo lleguen a los oídos de todos y que abrirán el corazón de un príncipe más cristiano” para que brindara más oportunidades de ley y vida a esa comunidad tan sometida y explotada. La anotación anterior resulta curiosa, pues viene de un personaje que atacaba, saqueaba y asesinaba a cuanta población podía de los españoles asentados en tierras americanas.

Otras anotaciones de Ringrose dejaron registro de varios ríos, de la ruta del camino real hacia San Miguel, de la casa de Pedro de Guinea (¿comerciante o colaborador de los piratas y corsarios?), del Condadillo (ahora estero El Tamarindo), de Punta Cosivina (sic: Cosigüina), de los astilleros de Ávila y Padrón (ahora estero Padre Ramos) y de varios acantilados blancos existentes a lo largo de la ribera oriental de esa “costa muy audaz”.

Tras su regreso a Londres, ser sometidos a juicio y después liberados, Sharp, Ringrose y sus hombres fueron catalogados como personas de alta importancia para la corona británica. El derrotero o conjunto de mapas que capturaron a un barco español frente a Ecuador y los manuscritos de Ringrose fueron entregados al cartógrafo William Hack, quien produjo una serie de hermosas acuarelas. De ese conjunto pictórico, en la actualidad existen trece ejemplares, seis de los cuales aún pueden consultarse en Reino Unido, dos en Estados Unidos y el resto en diversos archivos y bibliotecas del mundo.