Hay quienes afirman que la caficultura en El Salvador ha desaparecido. Nada está más lejos de la realidad. En medio de los abundantes cafetales que aún cubren extensiones del territorio nacional, hay vida, hay sueños que luchan todos los días por salir adelante.
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Con las manos ennegrecidas por la miel que despiden los granos, con la ropa gastada por los años y la espalda cansada después de varios viajes con un costal sobre los hombros, estos son los retratos que deja la jornada: mujeres y hombres que trabajan para que en la mesa siempre haya una taza de café.