Los Francos y los Anglosajones

“¿O tal vez pensaba que cualquier asunto constante salvo una naturaleza cambiadiza pudiera encontrarse en el hombre?”.

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La visión de Alcuino era

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05 February 2017

Si una población se encuentra en la necesidad de un renacimiento en el que la educación contribuye al proceso de afianzar la construcción de una nación, podemos entender las palabras del gran abad benedictino, Alcuino de York, escritas cuando sirvió como arquitecto del renacimiento educativo del siglo IX encabezado por Carlomagno. La visión de Alcuino era, en sus propias palabras, “crear en Francia una nueva Atenas”. 

A través de los siglos, los filósofos griegos siempre han estado a la base de los renacimientos intelectuales. Así fue cuando Constantinopla cayó en 1453 ante los Turcos Otomanos y los refugiados de guerra huyeron de Bizancio y llegaron a Ravenna con los manuscritos de los griegos, por lo general desconocidos en Europa Occidental, donde los intelectuales de la iglesia hablaban latín y no dominaban el idioma griego. Como resultado, floreció el renacimiento en Florencia en el siglo XV cuando conocieron, por primera vez a los pensadores griegos.

Pero tal vez menos conocidos son los renacimientos ocasionados en la Inglaterra de los anglosajones y en la corte de Carlomagno en lo que iba a ser Francia durante los siglos VIII y IX por las ideas del filósofo griego Platón.

En pleno medioevo, pues, durante el proceso de la fragmentación del Imperio Romano, encontramos la enorme figura de Boecio (Anicius Manlius Severenus Boethius, 480-525) quien, en el siglo VI, era bilingüe en griego y latín y asumió como proyecto de vida la traducción de los textos clásicos -principalmente de Platón- el proyecto de traslatio-ionis, que, en latín, significa trasladar, físicamente, ideas de una cultura a otra; es decir, del griego al latín, con la intención de iluminar y educar a toda la Europa Occidental por medio de las ideas de Platón y otros griegos. Es que Boecio, en esta tarea, funcionó como una especie de bisagra entre el oriente griego y el occidente latín. En ambos casos, la raíz de sus renacimientos tuvo como eje la educación de los pueblos, impulsada por reformadores que dominaban el griego y la filosofía de los griegos y que la hicieron disponible en latín.

De la pluma de Boecio salió la sabiduría de los griegos que rescató el continente de su ignorancia, mientras que su contemporáneo, San Benito de Nursia (480-527), un monje benedictino, asumió, en el norte de Europa, la tarea de la unificación de los cristianos de Europa como figura impresionante de la gran corporación transnacional y supranacional, la Iglesia Católica en Roma durante el papado de Leo III, quien estaba fomentando un renacimiento intelectual. Implantando La Regla de San Benito en los monasterios del continente, unificó la Iglesia, por medios educativos. En el sur, en Verona, de manera simultánea, Boecio estaba traduciendo a los filósofos griegos.

Dos siglos más tarde, cuando el emperador del Sagrado Imperio Romano, Carlomagno, deseaba reconformar el Imperio Romano al cristianismo en Europa Occidental, convenció a Alcuino de York, el abad benedictino de la abadía famosa de York en el norte de Inglaterra, a trasladarse a su corte en Aix-la Chapelle después de la promulgación de su gran Admonitio generalis (orden general) del año 789. Alcuino asumió la tarea del Ministro de Educación para Carlomagno en sus esfuerzos de formar un imperio unificado porque creía que, sin educación, no se podía confiar en la población. Alcuino declaró que, hay que implantar la oportunidad de una educación clásica acompañada por bibliotecas y textos clásicos bien copiados, con el propósito de elevar los procesos de pensamiento de la población para que pudieran participar en la vida cívica y religiosa de su nación. Sin eso, dijo, “No debemos escuchar a quienes les gusta afirmar que la voz del pueblo es la voz de Dios, porque el tumulto de las masas es en verdad muy cercano a la locura”. (Alcuino de York, 735-804, en sus Obras, Epístola 127, escrita a Carlomagno en el año 800).

Con estos propósitos Alcuino, quien era el intelectual más reconocido de Europa, comenzó a servir a Carlomagno casi como el Ministro de Educación de su reforma educativa -renovatio- que entre otras cosas establecía escuelas catedralicias para niños (incluyendo, sorprendentemente, declara el Admonitio, puellae, niñas) que eran abastecidas con bibliotecas de textos clásicos como La consolación de la Filosofía de Boecio, un best seller del medioevo por los más de 400 manuscritos de la época que sobreviven hasta hoy. 

En el año 847, un irlandés, John Scottus Eriugena, quien había traducido textos cristianos griegos al latín, huyó de las redadas y masacres de los Vikingos y se asentó en la corte del rey Carlos el Calvo, de Francia, donde funcionó como director de la escuela palatina. Cuando murió el rey, Eriugena aceptó la invitación de Alfredo el Grande, rey de los ingleses, quien lo nombró director de la Escuela de Malmesbury, donde enseñó las siete artes liberales y los textos de Boecio. 

Estamos repasando los renacimientos en el medioevo, el Carolingio y el Alfrediano, ya que, en Inglaterra, Eriugena estaba escribiendo textos derivados de los pensadores platónicos y cristianos, griegos-siriacos del oriente como las Jerarquías celestiales, texto en el que trataba sobre asuntos como la naturaleza divina de la realidad. Su obra maestra es el Periphyseon, en el que plantea una tendencia de pensamiento cristiana y neoplatónica de manera consistente y sistemática. Dios, declara Eriugena, en su visión platónica, existe más allá del ser y la no-existencia, y, por medio de un proceso de articulación de sí mismo, se mueve desde la oscuridad a la luz del ser por medio de “La Palabra” (logos), llamado a ser Cristo. 

El griego, tan escaso en Europa Occidental en el siglo IX, cobró vida y contribuyó a elevar la educación de los pueblos del norte de Europa, aunque fue considerado algo “revolucionario” pescar ideas e instrumentos ideológicos para la doctrina y textos cristianos en esas fuentes, porque los filósofos griegos eran paganos. Tan avanzadas eran las ideas de Eriugena, prestadas de los cristianos griegos del Oriente, como Gregorio de Nazianzus, que sus alumnos en Malmesbury, en su afán conservador de rechazar el griego, tan espantosamente contrario a su educación patrística en latín, no lograron aceptarlas y lo asesinaron, apuñalándolo con sus plumas. Eriugena había dicho que “no hay una muerte peor que la ignorancia de la verdad”.

Mientras tanto, los monjes benedictinos copiaban las obras de Boecio y las llevaban al reino de Wessex en el sur de Inglaterra como regalo al rey de los anglosajones, Alfredo el Grande (849-899). Alfredo fue un líder militar que con su ejército luchó contra las invasiones de los Vikingos y unificó los varios reinos de los anglosajones, bajo el liderazgo de Wessex. A la misma vez, imitó a Boecio, Eriugena, Carlomagno y Alcuino, por medio del proceso de traducir la obra de Boecio del latín a su dialecto vernáculo anglosajón, precursor del idioma inglés moderno. Eso lo hizo por su pueblo por considerarla una obra de suma importancia en la educación, imprescindible para la construcción de su nación, elevándola de su materialismo deprimente del caos y la anarquía de la violencia, hacia el idealismo de los textos platónicos de Boecio y las enseñanzas del erudito en griego, John Scottus Eriugena en la Escuela de Malmesbury.

El rey Alfredo deseaba diseñar un sistema de educación como su compatriota Alcuino de York había hecho para Carlomagno. La unificación de la nación, la defensa militar y la educación de su pueblo eran las metas declaradas para restaurar y hacer renacer la educación y literatura en su propio idioma, el vernáculo, anglosajón. Pero, había que respetar la cultura anglosajona y no imponer abruptamente, ideas platónicas de los griegos, para que la población no rechazara lo nuevo. 

La traducción al anglosajón de La consolación de la Filosofía de Boecio solamente se parece en parte al libro en latín del original. Donde Boecio vio al universo de una manera platónica como una serie de círculos concéntricos proyectados de la mente de Dios, Alfredo luchaba con el dualismo de la idea y la asunto de forjar su nación en el ambiente de un Weltanschauung que sugiere sentimientos emocionales y filosóficos de los anglosajones, tan distintos de lo que nos comunican las palabras romanas de Boecio. 

Es una visión anglosajona en que Alfredo traduce el concepto de fatum (destino en el latín de Boecio) como Wyrd (el exilio, la mutabilidad, la desesperación y la melancolía) con esfuerzos de subsumirlo bajo un idealismo platónico, estilo romano a una visión anglosajona esencialmente materialista y caótica en medio de las guerras, invasiones y masacres de los Vikingos en el siglo IX. 

Por ejemplo, Boecio, en el latín original de su texto, utilizó una citación de la obra De Oratore, de Cicerón, para elogiar a un poderoso y honesto romano, Fabricius, quien no se doblegó ante la corrupción feroz de Roma, en la frase “Dónde están ahora los huesos fieles de Fabricius?” (Ubi nunc fidelis ossa Fabricii manent?). Alfredo traduce esta expresión del deseo de luchar contra la corrupción en la construcción de un gobierno, al preguntar “¿Dónde están los huesos de Weland?”, el herrero de los dioses anglosajones, quien fabrica la armadura de guerreros como Beowulf quien la población de Wessex iba a conocer mejor que el poderoso, elegante y magnífico romano, Fabricius de Cicerón. (Ver Meter ii.7 de La consolación de la Filosofía).

Consideremos, por un momento, el texto de La consolación de la Filosofía de Boecio traducido por el rey Alfredo. Comienza después de una historia corta de la vida de Boecio y la acusación falsa del emperador romano Teodorico, el Ostrogodo, quien lo ha condenado a tortura y ejecución por traición contra el estado. Alfredo nos presenta una descripción de la angustia del hombre sabio: “Entonces, pasó que el hombre sabio se sintió ansioso (…) deprimido en desesperación”. Aparece en su celda la Dama Filosofía, quien habla con la voz que Alfredo tradujo como Heofencund Wisdom (sabiduría que proviene del cielo) y expresa una suerte de exorcismo: “Váyase ahora tristeza del mundo damnificado, de la mente de mi seguidor, porque usted es la injuria más grande. Después, él regresará a mis enseñanzas”. Y la Dama Filosofía limpia las lágrimas de los ojos del preso y lamenta la discordia de Boecio consigo mismo, que proviene de su búsqueda equivocada por la fama, la riqueza y la gloria como fuentes de la felicidad que ofrece la traicionera diosa romana, Fortuna. La esencia de la Fortuna, quien ha engañado al preso inocente, es de levantar y después hacer fracasar a sus seguidores. No así el caso de quienes buscan la felicidad en la filosofía, la razón que enseña la Dama Filosofía, quien llama al prisionero a buscar la Heofencund Wisdom.

El materialismo del deseo por la gloria de este mundo, caracteriza lo que es encomendado culturalmente a un guerrero anglosajón, persiste aun en los lamentos y emociones del prisionero, cuando la Dama Filosofía está aconsejando la vida de la mente. Alfredo sigue ocupando el antiguo vocabulario anglosajón en el que la ansiedad por la fama, la gloria y el orgullo son el vocabulario propicio para la exhortación a su pueblo con el propósito de inclinarlos hacia los estudios, mientras tenían que defenderse contra la violencia de las invasiones de los Vikingos. 

Y eso es también lo que hicieron Boecio, San Benito, John Scottus Eriugena, Carlomagno y Alcuino de York y los que siguieron a los griegos en búsqueda de un mundo superior representado por la posibilidad de formas perfectas en el elogio de la mente y la eternidad, en contraposición al mundo material y violento de la vida que les tocaba vivir. En sus proyectos de educación el platonismo romano fue agregado al materialismo en la visión de cómo vivir.

En el idealismo y superioridad ontológica de la mente y la eternidad prestada de Platón y los griegos, transmitida en los textos alentadores de Boecio, Eriugena y Alcuino. Alfredo, como era rey (gobierno), como líder político e ideológico aquí en la tierra, siempre tenía que conformar su nación utilizando el ejemplo de Weland, el herrero de los dioses quien fabricó la armadura de los guerreros. Y eso porque no podía negar la experiencia ordinaria de su propia cultura mientras se esforzó por elevar el nivel de conocimiento y entendimiento de los que gobernaran el imperio junto con la población misma. -FIN