El tratamiento noticioso sobre la situación de los cristianos divorciados y vueltos a casar, así como lo que se ha dicho en el Sínodo de la Familia acerca de las personas homosexuales (y lo que no se ha dicho, y algunos quisieran que se dijera), ha ocultado en cierto modo el propósito de esa reunión de obispos presidida por el Papa: cómo ayudar a vivir el matrimonio cristiano a quienes desean casarse, y acompañar a quienes ya están casados para que encuentren la felicidad en ese estado.
Los participantes son conscientes de que el mejor modo de acoger a los cristianos divorciados, y a quienes desean casarse pero no ven por qué hacerlo, y a todas las personas casadas, es difundir las enseñanzas de la Iglesia acerca de la vida matrimonial, presentar ejemplos vivos de cristianos que no solo son felices en sus matrimonios, sino que además pueden convertirse en ejemplo de vida, y organizar la vida eclesial de manera que todos encuentren en la Iglesia calor, aliento y ayuda para fortalecer su familia.
"Los hombres y las mujeres necesitan desesperadamente oír la verdad, en primer lugar, de por qué deberían casarse. Y, una vez casados, necesitan saber por qué Cristo y la Iglesia desean que permanezcan fieles el uno a la otra durante toda su vida en la tierra. Y necesitan saber que cuando el matrimonio cuesta, como le pasa a la mayoría de parejas, la Iglesia va a ser una fuente de apoyo, no solo para los individuos que se han casado sino para el matrimonio mismo", se ha escrito en estos días.
No hay duda de que el matrimonio sigue siendo un ideal de vida para muchas, muchas, personas, pero tal y como muestran las estadísticas, el divorcio, la cohabitación sin compromiso, la desnaturalización legal del matrimonio al equiparlo a uniones civiles que poco tienen que ver con él, la plaga de la infidelidad matrimonial y un largo etc., amenazan no solo la estabilidad de la familia, sino que van instalando poco a poco en la cultura dominante una idea según la cual "casarse está bien", pero no es para todo el mundo.
Por más que se muestre cómo la cohabitación y el divorcio tienen como consecuencia tasas más altas de pobreza, de menor rendimiento en las escuelas, de peor salud física, o de una cada vez más baja capacidad de comprometerse por parte de los jóvenes; las ideas en boga, difundidas por el cine, las novelas, agencias de prensa, y otros forjadores de cultura, siguen siendo un ataque frontal al matrimonio cristiano. Corren tiempos en que los amigos son amantes, los novios se traicionan, y la comida es de las pocas cosas serias que van quedando.
Pensar que el papa Francisco ha convocado el Sínodo exclusivamente para cambiar el estatus de las personas divorciadas, o para modificar el discurso de la Iglesia con respecto a la situación social y pastoral de los hombres y mujeres homosexuales, es simplificar demasiado las cosas. Considerar que las cuestiones de moral familiar son asunto de facciones eclesiásticas, o de luchas de poder, es no entender --o simplemente ignorar-- la naturaleza de la Iglesia.
Si algo ha mostrado el Papa, es que comprende muy bien a los cristianos comunes y corrientes, que nuestras preocupaciones y problemas no son tratados solo a nivel académico, y que su discurso está al alcance de todas las capacidades intelectuales, de todas las personas: creyentes y no creyentes.
Es importante no perder de vista que "el futuro de la humanidad se fragua en la familia", como se escribió en la Familiaris Consortio. Y de eso se trata en el Sínodo: de la familia, y de todas sus implicaciones.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare