Fueron los mejores 20 años de su vida. Luis Arturo Castro llegó a la ciudad de San Diego, California, en noviembre de 1982, desesperado por la guerra que se vivía en El Salvador, pero su “sueño americano” terminó hace 14 años y desde entonces vive como un extraño en el país que lo vio nacer.
El hombre de piel morena, delgado y de mirada triste aterrizó en el Área de Retorno Aéreo del Aeropuerto Internacional “Oscar Arnulfo Romero”, junto a 48 salvadoreños deportados de Estados Unidos, en noviembre de 2002. A Luis Arturo Castro no le esperaba ningún pariente o amigo. Sus padres murieron y su familia está en Estados Unidos.
Castro cometió tres delitos menores, por lo que la policía no solo verificó lo ocurrido, sino que también su estatus migratorio.
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Tras 18 meses en prisión, se vio con cadenas en las manos y en los pies, como uno de los pasajeros de los vuelos federales que transportan entre 80 y 130 deportados desde Estados Unidos, los cinco días a la semana.
Luis fue solo uno de los 4 mil 66 retornados en el 2002, a quienes se han sumado 236,088 deportados hasta el 13 de diciembre de este año, según la Dirección General de Migración y Extranjería.
El entonces adolescente, que se fue huyendo de la guerra, en noviembre de 1982, volvió adulto, sin dinero, ni oportunidades y sintiéndose un extraño, en la colonia y la ciudad donde creció.
“La peor parte es volver a la realidad, venir a un país en el que nunca has trabajado, que todos te ven mal y sin tener a dónde ir”, afirma Castro. “Y sabes, la palabra deportado... te mata... eso, ¿que hiciste en 20 años?... te duele. Es como que te estén diciendo perdiste tu vida”, explica.
Castro llegó indocumentado y aunque, de inmediato decidió salir a buscar trabajo, solo consiguió frustración.
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“No tenía cartas de recomendación, no he estudiado, no tenía papeles y la gente desconfía”, comenta.
Y por si fuera poco, perdió comunicación con sus hijas, a quienes no ve desde hace 16 años.
“Cuando me detuvieron, yo perdí comunicación con mis hijas. Yo no quería que supieran que me iban a deportar, hasta hace 2 años que las contacté por Facebook”, cuenta.
Con el tiempo, Luis Arturo inició a trabajar jalando café en la finca “El Molino” de Ahuachapán, luego fue microbusero en San Salvador y actualmente es motorista de una empresa de transporte privado.
A pesar que ya han pasado 17 años para Castro, Estados Unidos representa la mejor de sus experiencias y asegura que es un país lleno de oportunidades de crecimiento económico.
“Muchas veces no valoramos el vivir en un país que te puede dar todo, allá podes tener cosas que no las vas a tener acá, aún mejores oportunidades que alguien que tenga estudio aquí en El Salvador. Lo que allá se gana en un día, aquí lo gano en un mes”, detalla.
Finalmente, Castro hace un llamado a las autoridades correspondientes, para que brinden el apoyo que los deportados necesitan, quien enfatiza que “muchos deportados han tenido vidas difíciles”, pero “no todos vienen a delinquir”.