“El incremento continuo de los impuestos constituía, en sí, un debilitamiento del capital privado. Cuando los impuestos fueron aplicados a las empresas industriales, el mero hecho de cobrar más y más impuestos no permitía la retención y re inversión de ganancias, y, simultáneamente, bajó la tasa de ganancias y lo que pudo haber sido ganado por la inversión en el comercio y la manufactura. Esta secuencia, por su parte, actuó para disuadir a los empresarios de sus intenciones de hacer más inversiones, porque la inversión normalmente depende de los estimados y proyecciones optimistas de las ganancias futuras”.
Miskimin, Harry A. The Economy of Later Renaissance Europe, 1460-1600 (Cambridge University Press, 1977), p. 170.
Hace 400 años falleció el dramaturgo más reconocido de la civilización occidental: el día 23 de abril de 1616, murió William Shakespeare, quien nos quería despertar a unas verdades todavía vigentes hoy, aunque reconoció que era difícil despertar a una persona que finge estar dormida.
Shakespeare era empresario, economista y un dramaturgo visionario de su propio mundo pasado, pero increíblemente de nuestro presente. Y aunque el pasado no siempre es la mejor lámpara eterna para iluminar el futuro, Shakespeare nos invita a celebrar un pasado desde el cual fluye el futuro-bajo la condición de que dejaremos de fingir que estamos dormidos, en un sueño que todos sabemos es un estado de inconsciencia.
Los periódicos de hoy intentan despertarnos-así como las mismas obras de Shakespeare-de un estado de inconsciencia para reconocer que el presente está cambiando, transformándose, por medio de este motor, que muchos se rehúsan a reconocer: el comercio. La metamorfosis que puede brindar el comercio es la fuente de la riqueza de un país y, las buenas noticias son que, poco a poco, está remplazando la falsa ilusión de que los impuestos son la única fuente de riqueza para un estado próspero.
Pero muchos siguen durmiendo durante este proceso de cambio que se nos viene encima, día tras día. La palabra “dormido”, en esta aseveración, es una metáfora para un estado psicológico en el que una persona está empañada con ilusiones y engaños. Además, el estado psicológico de “fingir estar dormido” implica una intencionalidad. Fingir estar inconsciente de lo que está pasando en la economía de una sociedad y en el mundo alrededor, adrede, y con intención, es de vivir fingiendo que se está dormido-un estado de conciencia que dificulta despertar a la persona. Además, esconde la astucia que resiste esfuerzos de despertarse a otra realidad.
Sin embargo, es una ironía elemental estar despierto y dormido a la misma vez. Muy listo es quien puede mantener esos dos estados simultáneamente. Pero esto no es nada nuevo. En los tiempos medievales y renacentistas había poemas que nos dibujan visiones soñadas, con la intención de representar o criticar a una sociedad. Consideremos, por ejemplo, El Romance de la Rosa (Francia, siglo XIII) o La Visión de Pedro el Labrador (Inglaterra, siglo XIV) en el que la figura de Pedro está fingiendo ser pastor de ovejas, acostado, dormido, pero simultáneamente despierto, al lado de un riachuelo mientras comenta, en su poema, su visión y sueño sobre la injusticia de este mundo y como superarla. Eso es debido a que, al escribir su poema-visión, está soñando despierto.
Los muy listos desean quedarse fingiendo un sueño que los proteja por medio de murallas invisibles contra las cuales, eventualmente, tendrán que enfrentarse a si mismos y su mundo si se despiertan. Mejor, se dicen, fingir; mejor seguir actuando en una manera muy lista y astuta, en su propio mundo, ensimismado.
En este año en que conmemoramos el cuarto centenario de la muerte de William Shakespeare, empresario, dramaturgo, soñador y economista del Londres renacentista, podemos recordar su visión de las opciones que una sociedad puede tener cuando los empresarios y mercaderes actúan para despertar a una sociedad a las posibilidades de la riqueza que puede brindar el comercio. Esta es la visión que Shakespeare nos presenta en su comedia del año 1605, El Mercader de Venecia.
Con plena conciencia de los que están fingiendo estar dormidos y no desean despertar a la realidad de la riqueza que ofrece el comercio, Shakespeare propone la integración completa de su sociedad como antídoto al proceso de fragmentación económica y polarización causada por la corrupción y la malversación de los fondos generados por el comercio entre Londres/Venecia, en el corazón de la nación inglesa en el siglo XVI. Con sutilezas viste el mensaje en exquisitas metáforas indirectas, presentadas en el escenario a una audiencia compuesta por todas las clases sociales en su obra El Mercader de Venecia.
Como remedio para la polarización, representada tan modernamente en su comedia, Shakespeare aboga, con metáforas, por la superación de la polarización por medio de una propuesta para la integración (léase, matrimonio) entre los que conforman el gobierno, cobrando impuestos a sus siervos, y los que derivan su riqueza del comercio marítimo de larga distancia (representado en la obra por Antonio, el mercader internacional).
Imaginamos a Shakespeare, escribiendo y dibujando su sociedad imaginaria y verdadera a la misma vez, en una visión surrealista y disfrazado como el Jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), quien logra por medio de un matrimonio metafórico, no solamente de hombre y mujer, si no que entre quienes viven de créditos basados en futuros impuestos todavía no realizados y no desean despertar a la realidad, y los empresarios y mercaderes quienes se involucran exclusivamente en el comercio.
Shakespeare, en “El Mercader de Venecia”, proclama que el precio de la unificación de la economía del estado en Inglaterra es la fusión del gobierno (quien cobra impuestos para mantenerse) con los mercaderes, empresarios, prestamistas y financieros internacionales. Es que, en esta comedia dramática de Shakespeare, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de Venecia/Londres emite una sentencia ordenando la confiscación, por el Estado, de todos los bienes y riqueza del prestamista comercial deshonesto, Shylock.
La visión imaginaria y dramática del politólogo y jefe potencial del FMI, William Shakespeare, es que la fusión de los dos estamentos es la sentencia de la corte y el precio para producir un estado orgánico, representado por el matrimonio entre los que cobran impuestos en forma del derecho de cortar una libra de carne y sangre humana como castigo al mercader Antonio cuando parece que no puede honrar su contrato con Shylock, y los que viven por la venta y compra de bienes.
Es en esta manera, que Shakespeare, como dramaturgo-empresario que era, presenta la solución para evitar la caída del comercio entre Londres y Venecia en su obra. Y la corte del gobierno del Doge de Venecia lo ratifica, actuando así de una manera eficaz que limita las demandas injustas presentadas por Shylock en la forma del impuesto de la carne y sangre de Antonio, quien, por un momento, parece haber perdido todos sus bienes del mundo por el naufragio de sus barcos. No vayamos a olvidar, sin embargo, que los barcos que se rumoreaba estaban perdidos con la mercadería de Antonio llegan, al final, sanos y salvos al Rialto.
En su drama, El Mercader de Venecia, Shakespeare ha presentado una nación polarizada entre el gobierno y los empresarios. La resolución para esta polarización es una sociedad cimentada por medio de la metáfora de matrimonio entre los protagonistas, estamentos sociales potencialmente en conflicto (gobierno y empresarios de Venecia/Londres).
Esta, entonces, es la resolución que nos ofrece Shakespeare, el empresario. Su consejo social implícito es el de evitar la dependencia exclusiva en el cobro de más y más impuestos y buscar, de otro modo, una sociedad en que el comercio es el motor de la historia.
La solución Shakesperiana funcionará solo si estamos dispuestos a despertar y no continuar fingiendo, adrede, estar dormidos, embalsamados en la falsa riqueza de la carne y sangre de impuestos como la única fuente para la resolución de la crisis fiscal jacobina, del siglo XVI representada por su arte dramático.
Podemos despertar del sueño de más y más impuestos por medio de una consulta con el testigo experto, William Shakespeare, y su visión del comercio como el motor de la historia, en este, el cuarto centenario de su deceso. FIN