Así Beda describe los consejos de un consejero a su rey Anglo-Sajón en el siglo VIII en el norte de la Gran Bretaña, abandonada por las legiones romanas después de que Inglaterra había formado parte del Imperio Romano durante 400 años.
Después del retiro de los romanos, la isla que era la patria de las tribus celtas, fue invadida por oleadas de fuertes tribus de guerreros de lo que iban a ser Dinamarca y Bélgica -los sajones. Más tarde fueron invadidos por los feroces vikingos de la Escandinavia glacial, quienes saquearon y masacraron a los monjes de los monasterios porque, en un principio, su único interés era el botín, pero después formaron asentamientos humanos y desarrollaron comercio en “las islas verdes y placenteras” de Inglaterra e Irlanda.
Primero los sajones: ¿Quiénes eran? No eran salvajes tribus germánicas, si no que inmigrantes en búsqueda de una vida mejor, más amable y verde en comparación con el hielo y la nieve del Mar del Norte. Trajeron consigo una cantidad enorme de bella poesía como Beowulf, que describe su vida en el continente en varios dialectos germánicos.
Se trata de las cualidades de un líder querido, Hrothgar, y su comitatus (grupo íntimo de guerreros) que luchan contra un monstruo implacable e incrustado en el liderazgo de su tribu: Grendel, quien representa la debilidad moral de la que surgen los pleitos, odios, celos y la avaricia en el “gobierno” de su tribu.
Un joven guerrero, Beowulf, viene desde afuera, desde otra tribu para ayudar a purificar el liderazgo de estos males y logra hacerlo con su ejemplo de ser “el hombre más humilde, pero a la vez el más ansioso por la gloria (del buen liderazgo)”.
Estamos en un reino compuesto a su vez por seis, cada uno con su propio rey o líder en batalla: Anglia, Essex, Kent, Mercia, Sussex y Northumbria. En el siglo VI llegaron dos enviados de San Benito de Nursia a la pequeña isla de Thanet, una isla en la costa sureña de Inglaterra, para introducir la cristiandad entre estas tribus que adoraban a Thor, Freya y otros dioses nórdicos y también entre los druidas (miembros de la clase sacerdotal) quienes adoraban a la naturaleza y practicaban el sacrificio humano.
Es evidente que los valores de humildad de los cristianos no se mezclaban de inmediato con la sociedad guerrera de los anglo-sajones y vikingos, como vemos en el brillante poema anglo-sajón, The Dream of the Rood (El sueño de la cruz).
En este poema un árbol cuenta, a propia voz, que lo talaron en el bosque y confeccionaron una cruz para crucificar a un héroe. Pero el héroe no es tímido ni sumiso: es un héroe ávido por la gloria y va al encuentro con valor y fuerza. Este joven héroe avanza con bravura y abraza la cruz. Es crucificado. El árbol cuenta que cuando goteaba su sangre, la cruz se adornaba con joyas y gemas de mucha belleza: una nueva clase de gloria.
Otro joven héroe, el primer rey verídicamente histórico de los ingleses, Alfred the Great (Alfredo el Grande), lucha en un largo conflicto armado para unificar los seis reinos en una sola nación.
Alfred visita Roma, en donde aprende latín y conoce de la enorme figura del filósofo político Boecio (480-525), cuya traducción de los textos clásicos desde el griego al latín intenta iluminar y unificar Europa. La palabra traducción proviene de traslatio-ionis en latín, que significa mover ideas física e intelectualmente de una cultura a otra.
Obviamente, Alfred el rey no era solamente un líder militar. Combina en su trayectoria la moralidad y la gloria de Beowulf para defender a su pueblo militarmente contra los invasores, pero toma entre sus manos la educación del pueblo para unificar la nación que está en formación.
Alfred trajo desde Roma a Inglaterra textos como La consolación de la Filosofía de Boecio y los tradujo al idioma anglo-sajón porque la educación de su pueblo, como se dijo en el párrafo precedente, significaba su unificación en ideas alrededor de un mito energizante para una nación en formación, en la que los inocentes sufrían masacres, invasiones y guerras civiles.
En la traducción de esta obra, Alfred es claro en que está luchando con una visión anglo-sajona del universo, buscando moverlo -trasladarlo- desde la órbita del idealismo, orden y círculos concéntricos de la visión romana del universo a la tierra de los muy distintos anglo-sajones.
Entonces ¿cuál es la relación entre Dios y su pueblo en la visión cultural de los anglo-sajones?, quienes por cierto no eran romanos, si no que guerreros en transición a una nación cristiana.
Bueno, Dios, enseña Alfred, es como un jinete que guía el universo como un jinete guía el caballo de guerra: con habilidad y no con fuerza bruta. En esta metáfora, su pueblo puede entender que uno guía a su nación con ligereza, habilidad y destreza refinada y no con la brutalidad y la fuerza de guerra. Alfred advierte a su pueblo lo que pasará si Dios no guía a su pueblo como un jinete guía a su caballo:
“Pero en cualquier tiempo que Dios deja suelta la brida con que Él controla la Creación, las cosas del mundo abandonan la relación de parentesco que tenían y se ponen a luchar una contra otra según su propia voluntad egoísta; abandonan su sociedad, destruyen toda la Tierra y llegan a ser nada”.
Wisdom (wis, la sabiduría de juicio (dom)) y Mod (la maestría de la mente lograda por la educación) deberán guiar al rey y a cada persona del gobierno. El deseo por la gloria de este mundo, característica asignada culturalmente a un guerrero anglo-sajón, persiste a pesar de que se está aconsejando humildad y maestría de la mente.
En un sentido, Alfred está ocupando el antiguo vocabulario y cultura anglo-sajón en cuanto a la búsqueda de la fama, la gloria y el orgullo para exhortar a su pueblo e inclinarlos hacia los estudios. Se propone, mejor dicho, una suerte de detente entre estudiar para alimentar la mente yuxtapuesta con la necesidad de defenderse militarmente y avanzar hacia la unificación de su nación.
La poesía de esta gente y las traducciones del rey Alfred no niegan la experiencia ordinaria de las guerras e invasiones de la vida en esta Tierra. Pero incluye en las enseñanzas a su pueblo, los conceptos de orden, eternidad y buen uso de los bienes de este mundo, en especial para gobernar.
FIN