Era un viernes bastante fresco, la jornada de la mañana casi llegaba a su fin. Miles de salvadoreños se preparaban para salir a almorzar, otros tantos caminaban sobre las aceras o se viajaban en vehículos particulares y autobuses del transporte colectivo de pasajeros a realizar alguna actividad o de regreso a casa después de haberla hecho.
La aguja minutera del reloj marcaba las 11:49 y, en ese momento, la vida de miles de salvadoreños cambiaría para siempre. Un fuerte terremoto de grado 7.5 en la escala de Richter sacudió al país, causando destrucción y muerte en San Salvador y ciudades circunvecinas.
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El pánico se apoderó de los capitalinos que, entre lágrimas y gritos de auxilio, corrían desesperados buscando la manera de llegar a sus casas, pero todas las calles y avenidas de San Salvador y ciudades circunvecinas estaban colapsadas.
Otros, desde sus oficinas y demás centros de trabajo intentaban llamar por teléfono a sus familiares, pero todo era imposible.
Los servicios de telefonía fija (porque no existían los teléfonos móviles o celulares), así como el de energía eléctrica también estaban interrumpidos, pues la sacudida botó postes y destruyó gran parte del tendido eléctrico. El caos era total.
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Edificios colapsados
Grandes edificios comerciales y de oficinas de gobierno se derrumbaron, como el caso del Rubén Darío, en pleno centro histórico de San Salvador que, además, fue la estructura destruida en la que se registró la mayor cantidad de muertos; otros fueron estremecidos al grado de derrumbarse.
Solo en el edificio Rubén Darío murieron 400 personas, de las 1,500 víctimas mortales, que contabilizaron las instituciones de gobierno encargadas de realizar las labores de rescate y llevar el registro de las víctimas.
El Ministerio de Planificación, frente a ex casa presidencial, en el barrio San Jacinto, fue otra estructura que se hundió con la sacudida. Era una edificación de cuatro niveles y la cuarta planta quedó como plafón a la altura de la acera.
El Edificio Dueñas al costado oriente de la Plaza Gerardo Berrio, en pleno centro histórico capitalino, tampoco soportó la embestida del movimiento telúrico de aquél fatídico viernes, 1o de octubre de 1986.
La sacudida lo hincó y los cientos de personas que, a la hora del sismo, laboraban en oficinas jurídicas, despachos contables y otros centros de trabajo que albergaba, salieron despavoridos hacia la calle y la Plaza Barrios para poner a salvo sus vidas.
El local de la Compañía Cafetalera, en la esquina nororiente, opuesta al Parque Libertad fue otro de los tantos en que cientos de personas trabajaban a la hora del terremoto y que en tropel salieron a las calles cercanas.
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Los mismo sucedió con la gente que estaba en el edificio Tropigas, contiguo al de la Cafetalera.
La Biblioteca Nacional, frente al mercado Excuartel, también fue semidestruido con por la fuerza de la naturaleza.
Los barrios la Vega, San Jacinto, San Esteban y Santa Anita, al Sur del centro histórico de San Salvador fueron literalmente barridos por la tragedia, cientos de casas de bahareque cayeron al instante, provocando decenas de muertos y heridos.
En el Centro de Gobierno, el edificio de la Dirección General de Migración y del Ministerio de Gobernación (antes Ministerio del Interior) también resultó seriamente averiado.
La estatua del Divino Salvador del Mundo, también se vino abajo.
La carretera hacia Los Planes de Renderos fue una de las vías que se abrió, y no falta quien cuente que más de una persona fue tragada por la tierra al momento del sismo.
Milagros
Pero a muchas personas que estaban dentro de edificios y casas, al momento de la tragedia, tuvieron la suerte de escapar a la muerte. Dios les dio una segunda oportunidad de vida, para que contaran el testimonio de sus milagros. Conozca aquí sus historias de fe y esperanza.
“Me encomendé a Dios; sabía que me sacarían”
Héctor Mauricio Arce
Pasó 40 horas frente a la muerte, pero no perdió la fe
“¡A la mocheta!”, gritó Héctor Mauricio Arce, a las 11:49 de la mañana del viernes 10 de octubre de 1986. Lo hizo por instinto, al sentir cómo se “samaqueaba” el edificio Rubén Darío, en el centro de la capital, el que se convirtió en el ícono de la destrucción del terremoto.
Arce, abogad, estaba en la cuarta planta, en sus oficinas, las que compartía con otros colegas. Recién se asomaba para ver hacia la calle, cuando todo se desbarrancó. El viejo edificio se desplomó, provocando un sonido ensordecedor, indescriptible.
Entre el concreto, estaba él, confiado en que le rescatarían. “Me encomendé a Dios. Sabía que me sacarían”, dijo Arce, ahora de 81 años, en una entrevista en el centro de la capital, a pocos metros de donde estuvo el Darío. Pasó dos horas soterrado, “pero sentí que fue mucho más tiempo”, agregó.
Estando debajo de los escombros, sin poder moverse, escuchó los gritos que venían desde fuera. De pronto, se vino una réplica que abrió un pequeño hoyo por el que pudo mirar a los que desesperadamente trataban de ayudar a quienes estaban aprisionados. Un ejército de hombres se había formado improvisando un equipo de auxilio.
Como pudieron, lo sacaron. Cuando Arce caminó estaba en la acera. Vio a su alrededor y supo que había vencido a la muerte.
Pasó 40 horas frente a la muerte, pero no perdió la fe
Alicia Herrera Rebollo
Ella, a quienes de cariño algunos amigos le dicen la chica terremoto. sobrevivió entre los escombros del edificio del Ministerio de Planificación, en San Jacinto.
Herrera Rebollo cuenta que con el cuero cabelludo desprendido, sangrando, aprisionada bajo los escombros, en posición fetal recargada del lado izquierdo, con sus piernas prensadas y sin poder moverse pasó durante 40 horas.
Apenas tenía 20 años de edad y llevaba solo cinco meses como empleada del Ministerio de Planificación cuando la sacudida derrumbó una estructura de cuatro pisos. Ella laboraba en la segunda planta, en Recursos Humanos, allá en San Jacinto, al sur de la capital, contiguo a la entonces Casa Presidencial.
Aquel día escuchó el potente estruendo, sintió el suelo moverse como hamaca y, de pronto, sin poder entender bien lo que ocurría, vio que todo se caía y quedó prisionera cara a cara con la muerte.
Se desmayó, pero no sabe cuánto tiempo. De repente, despertó. Todo estaba a oscuras. El grueso polvo del concreto molido por la sacudida flotaba y era lo que respiraba. No sabía ni dónde estaba, ni que la aprisionaba. Todo era silencio, quizá es lo que pensó mientras recobraba el conocimiento.
De repente llegaron los gritos, los llantos, los pedidos de auxilio de otras personas que, como ella, estaban soterradas.
Su instinto y su fe la hizo aferrarse a Dios. “Les pedí calma y que guardaran silencio a los otros soterrados. Comencé a compartirles acerca de Jesús y la salvación que Él da”, recordó tres décadas después de su amarga experiencia, frente a donde estuvo lo que casi se convirtió en su tumba.
Rescatarla fue una tarea que lograron concretar los socorristas, soldados y voluntarios hasta el domingo 12 de octubre, ya de madrugada.
Alicia tiene secuelas físicas. Para liberarla utilizaron picos, barras, antorchas para soldadura autógena, incluso, detonaciones de dinamita que fueron colocadas por expertos del ejército.
También tuvo lesiones en su cadera, provocadas por quemaduras, pues en la desesperación por rescatarla, le dañaron con hierro al rojo vivo.
Su recuperación fue dolorosa. Hace 30 años, soterrada, Alicia comentó que nunca pensó que moriría. Ahora, cada vez que puede, comparte su relato y afirma que Dios le dio una nueva oportunidad de vida.
Nunca perdió la fe de vivir, tras 72 horas soterrado
Vidal Ventura Rodríguez
“Trabajé en una oficina en el tercer piso del edificio Rubén Darío; recuerdo que faltaban pocos minutos para la hora de almuerzo cuando empezó a sacudirse la tierra.
La maquina de escribir, que estaba limpiando en ese momento, salió volando, junto a las lamparas, archiveros y otros artículos de la oficina. En ese momento, nos encontrábamos en ese lugar, tres personas: el jefe, la secretaria y yo.
Todo ocurrió en un instante... en un abrir y cerrar de ojos estábamos envueltos en una profunda oscuridad, rodeados de polvo y escuchando lamentos y gritos de auxilio desesperados.
Gracias a Dios un plafón quedó inclinado y nos protegió de morir aplastados, aunque una de mis piernas quedó atrapada entre grandes bloques de cemento; igual destino corrió mi compañera, quien sobrevivió pero perdió ambas pierna; mientras que mi jefe fue rescatado el mismo día.
Luego de 72 horas atrapado, y perdiendo las esperanzas de vivir, fuimos rescatados por una brigada de rescatistas franceses, quienes nos trasladaron al hospital Rosales. Tres días después recuperé la conciencia y le di gracias a Dios por haberme librado del valle de las tinieblas y la muerte”.
Socorrista de Cruz Verde cuenta cómo vivió el momento del sismo
Luis Solano, "El Piocha"
Segundos antes del temblor Luis, un socorrista de Cruz Verde, estaba dentro de los sanitarios del Hula-Hula. De repente sintió el movimiento; apresurado salió y se paró a media calle Darío, “esto es un terremoto” dijo y ayudado por su imaginación apunó su cámara hacia la cúpula de La Catedral Metropolitana, pues pensó que se iba a caer. De repente escucho un estruendo a su espada, era el edificio Rubén Darío que se derrumbaba.
En ese momento un bus de la ruta dos cruzaba la vía y el temblor lo sacudía fue cuando Solano hizo “clic”, es la foto en la que se observa a los pasajeros que se lanzan despavoridos por las ventanas del automotor.
Luis Solano a quien el terremoto del 10 de octubre le dejo el apodo de “El Piocha” tiene ahora 76 años pero recuerda con claridad los que vieron sus ojos aterrados por el siniestro. Una mujer abrazada a un poste murió cuando le cayó el transformador que sostenía. Alcanzo a ver como la cornisa de edificio soterraba a otras personas vendedoras ambulantes de la zona que se resguardaban junto a sus ventas a la sombra del edificio.
Después de tomar las primeras fotos se despertó su espíritu de socorrista y comenzó a tratar de ayudar a las víctimas, asegura que fue uno de los primeros en llegar a la zona.
La hora la recuerda muy bien eran las 11:50 porque minutos antes había retirado su cámara de una sucursal de fotos de Crisonino en el Centro Histórico. Recuerda también como rescatistas de La Cruz Verde Salvadoreña y de otras instituciones nacionales y extranjeras llegaron a lugar para socorrer a las víctimas.
Él explica con lujo de detalles los rescates realizados y de las muchas personas que fueron rescatados de los escombros muchos de ellos con vida así como las víctimas mortales que fueron entregadas a sus familiares.
“El piocha” también trabajo en labores de rescate el La Zona del Gran Hotel San Salvador; allí conoció a los miembros de la brigada internacional de rescate “Los Topos”, de México, a los que se unió y de los que aprendió mucho junto a sus compañeros de Cruz Verde, según explica.
De allí nacieron “Los Cusucos” de la Cruz Verde” por eso lleva uno en su casco de rescatista. Ahora en el XXX aniversario del terremoto, explica que los salvadoreños deben estar preparados para eventuales catástrofes, como la ocurrida en el 86, y los rescatistas de todas las instituciones deben entrenar y especializarse en el rescate en estructuras colapsadas.
El reto sigue siendo el mismo de hace 30 años, “salvar la mayor cantidad de vidas posibles en caso de un terremoto”.