El mundo al revés

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27 febrero 2014

Iba yo sobre la novena avenida norte que hace esquina con la Alameda Juan Pablo II, pensando en la inmortalidad del cangrejo, cuando de pronto, como el Dante, me vi envuelto en una selva oscura. La selva en este caso, no era vegetal, sino humana: enarbolando banderas rojas, negras y amarillas, una nutrida manifestación se dirigía a la Corte Suprema de Justicia coreando vivas y muertes a todo pulmón.

¡Mueran los cuatro jinetes del apocalipsis! --gritaban--. ¡Mueran los cuatro tiranos! ¡Mueran los enemigos del pueblo! ¡Mueran los fascistas! ¡Mueran los oligarcas! ¡Viva Venezuela! ¡Mueran los imperialistas! ¡Viva el gobierno del cambio! ¡Mueran los reaccionarios! ¡Mueran los fascistas!

Yo no salía de mi asombro y me sentía tan fuera de lugar como un español en campamento marroquí. Los tiranos, los reaccionarios, los fascistas, los oligarcas, los cuatro jinetes del Apocalipsis eran nada menos que los cuatro magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. ¡Caramba!

El mundo, nuestro mundo, tiene que estar cabeza abajo, pensé, para acosar, en medio de los más sonoros improperios, a la única institución que cumple estrictamente con su deber, actúa con apego a los cánones del Estado Democrático Constitucional de Derecho y de conformidad con los principios estrictamente democráticos.

Ahora resulta que los demócratas son fascistas y los comunistas son demócratas. ¡Caramba! Esta palabra --fascistas-- la ha puesto de moda en Venezuela Nicolás Maduro, quien llama fascistas a los estudiantes que han inundado las calles acompañados de miles de ciudadanos que añoran la libertad y se asfixian bajo un régimen que ha provocado la mayor catástrofe política, económica y social de que se tenga noticias en toda la historia del pueblo venezolano. ¡Estamos bajo ataque de un golpe de Estado fascista! exclama Maduro, sin reparar en que es "el bravo pueblo", como dice el himno nacional de aquel país, cansado ya de tanta miseria, criminalidad y despotismo, el que, con sacrificio de su propia vida, ha decidido poner un basta ya a tanta ignominia.

Las mismas consignas gritan los manifestantes de nuestro país que piden la cabeza de los cuatro magníficos, sin pudor, sin vergüenza, sin sonrojo. Ellos reciben órdenes y estipendios, y punto. Adivinamos de dónde vienen esas órdenes y esos estipendios porque quienes buscan el poder total de las instituciones de nuestro país, como ha anunciado el secretario general del partido oficial, hace años que están ansiosos por deshacerse de ese núcleo patriótico --la Sala de lo Constitucional-- que tanto les estorba y ha puesto en cintura (al contrario del Tribunal Supremo Electoral), a cuanto funcionario, incluido el Presidente de la República, ha rebasado los límites de la Constitución, aun cuando, para desgracia de la nación, sus fallos no hayan sido acatados.

¿Sabrán el contenido de sus palabras estas pobres gentes que corean consignas internacionales llamando fascistas a los demócratas? ¿Lo sabrá el presidente Maduro que hace gala de su proverbial incultura? ¿Habrá leído las obras de Mussolini (1883-1945), "el héroe hecho padre", según frase de José Antonio Primo de Rivera, "entregado al trabajo junto a su lámpara, en el rincón de una inmensa sala vacía, velando por su pueblo, por Italia, a la que escuchaba palpitar desde allí como a una hija pequeña", sin presentir su pavoroso final?; de Georges Sorel (1847-1822) y sus "Reflexiones sobre la violencia"? de Wilfredo Pareto (1848-1923); de Giovanni Gentile (1875-1944), y de los demás autores que dieron forma a una doctrina corporativa tan totalitaria como el comunismo que considera al Estado como la voluntad ética universal y el exclusivo creador del derecho, enemigos ambos del sistema democrático basado en la libertad y en la defensa de los derechos fundamentales del hombre.

¡Soplan vientos tenebrosos, conciudadanos! Lo que estamos viendo, los horrores de una administración inicua en la que, a pesar de no ser de pura sangre, reina la mentira, el engaño y la triquiñuela, es sólo la muestra de lo que nos espera en el infausto caso de que en las próximas elecciones no triunfen las fuerzas que permitan, por fin, instalar en nuestro suelo el imperio del Derecho. Y, "por variar", el Tribunal Supremo Electoral, sigue actuando en una forma tan parcial y sesgada que pocas dudas ofrece, unido a tantas instituciones del gobierno, de la brutal imposición que observamos en la primera vuelta y que seguimos observando para la segunda.

El asombro es aún mayor cuando vemos a analistas políticos que se supone objetivos, serios y bien documentados, expresar sus públicas felicitaciones al Tribunal Supremo Electoral porque, según ellos, ha actuado mejor que otras veces, y nos exhortan a alejar nuestros ojos del espejo de Venezuela, por grande que sean los horrores que allí se escenifican, para concentrarnos --dicen-- en los problemas nacionales.

Pues bien, con la mano en la conciencia y aunque mi voz se pierda en el desierto, reitero lo que he afirmado tantas veces: la imposición electoral, con un Presidente de la República reacio a obedecer las órdenes de la Sala de lo Constitucional; con una ALBA Petróleos campante en su propaganda paralela, y con una censura que impide conocer las expresiones y las actuaciones del pasado inmediato de los candidatos, la cruda imposición es innegable. Se precisa de todo el heroísmo de los salvadoreños, que no puede ser inferior al de los venezolanos, para defender, contra todas las furias desatadas en su contra, la vigencia de la democracia y el imperio del derecho en nuestro país.

Alguien dirá que defiendo los intereses de un partido político. No es cierto. Defiendo los derechos de la ciudadanía nacional, que aspira al ejercicio de unas elecciones limpias y transparentes. Yo, que desde mi juventud he luchado por la democracia y el Estado de Derecho, me apresto, en el limitado tiempo de vida que me queda, a seguir luchando, en cualquier circunstancia, a continuar en una lucha sin término con la esperanza de que los nietos de mis nietos vivan en un mundo mejor.

*Doctor en Derecho.