Vidas paralelas

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20 febrero 2014

Son célebres las biografías agrupadas en pares, denominadas Vidas Paralelas, escritas por el filósofo griego Plutarco, hijo de Aristóbulo, nacido en Queronea, Beocia Occidental, junto al río Cefiso y no lejos del monte Parnaso, el año 46 d.C., quien estudió matemáticas y filosofía en Atenas. Entre sus obras, recordamos las biografías de Teseo y Rómulo; de Licurgo y Numa; de Solón y Poblícola; de Perícles y Fabio Máximo; de Alcibíades y Coriolano; de Alejandro y Julio César; de Demóstenes y Cicerón; de Demetrio y Antonio.

En esa tradición, guardando las distancias, y con personajes de actualidad menos conspicuos, consideramos oportuno ejercer nuestro deber ciudadano (Art. 73 N°2, de la Constitución) y decir algo sobre dos presidentes contemporáneos que reflejan grandes semejanzas: Nicolás Maduro, de Venezuela, y Mauricio Funes, de El Salvador, ambos profundamente admirados por el incondicional voto duro de sus respectivos partidos y premiados con el aplauso de los infaltables corifeos, entusiasmados con "la venganza histórica" que representa el socialismo del Siglo XXI, pero sujetos al severo juicio de la historia.

Hay, sin embargo, importantes diferencias entre ellos: Maduro, de quien se afirma que en realidad es colombiano, asumió la presidencia de su país, al fallecer el comandante Hugo Chávez, sin tener título legítimo para ello, pues según el Art. 233 inciso 2° de la Constitución venezolana: "mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta (sic) de la Asamblea Nacional", cargo que ostentaba y ostenta el comandante Diosdado Cabello. En cambio, el Presidente Funes asumió legítimamente el cargo, con una pequeña pero eficaz distancia sobre su adversario, contando con los votos de los ciudadanos con D.U.I. vencido que en esa ocasión se habilitaron por decreto de la Asamblea Legislativa. Su triunfo, por pequeño que haya sido, y la alternancia que significó su elección, nunca fueron obstaculizados por el gobierno saliente, respetuoso de lo establecido por el Art. 88 de la Constitución salvadoreña, que expresa: "La alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República es indispensable para el mantenimiento de la forma de gobierno y sistema político establecidos. La violación de esta norma obliga a la insurrección".

Las semejanzas en cambio, son inobjetables. Se han hecho presentes en fatal comprobación de dos apotegmas que se han vuelto axiomáticos: Uno es debido al escritor francés Jean-François Revel, quien advierte de "la tentación totalitaria" que sufren los gobernantes autoritarios, y otra, muy célebre, es debida al político John Emerich Edward Dalberg-Acton, mejor conocido como Lord Acton (1834-1902), quien afirmó que "el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente".

Estos renglones no tienen la pretensión, claro está, de agotar las semejanzas y las diferencias entre ambos presidentes. Pongo mi acento, más bien, en las últimas afinidades: Maduro, no contento con el poder que alcanzó después de unas elecciones amañadas, obtuvo del Congreso, entre vítores, hurras, aplausos y golpizas para los opositores, la llamada "Ley Habilitante", que le otorga poderes omnímodos para legislar y gobernar sin intervención legislativa. Con esos poderes, ejercidos a discreción, enfrenta actualmente los graves y multitudinarios levantamientos en las calles de Caracas y otras ciudades, encabezados por la juventud universitaria; manifestaciones que ya produjeron un grave saldo de muertos, heridos, detenidos, desaparecidos y la detención del líder del Partido Voluntad Popular Leopoldo López. Funes no ha necesitado pedirle nada a la Asamblea Legislativa, sino él mismo, en forma más expedita, "por sus pistolas" (como se dice en el lenguaje común) ha decidido desobedecer campantemente las sentencias de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, y las débiles y morosas instrucciones del Tribunal Supremo Electoral. Así vemos cómo, a pesar de que ambas instituciones le han prohibido la propaganda electoral a favor del FMLN, que representa la continuidad de su gobierno, él, "nos guste o no nos guste", no sólo continúa sino redobla su desmedida propaganda electoral, minuto a minuto, segundo a segundo, en un bombardeo feroz, en contra de claras prohibiciones de la Constitución salvadoreña, expresadas en sus artículos 168 N° 3 y 218, y en el 184 inc. 2° del Código Electoral que, respectivamente, obligan al Presidente a procurar la armonía social y le prohíben prevalerse de su cargo para hacer política partidista. Más claro no canta un gallo. ¿Y qué? También el presidente de la Asamblea Legislativa desobedece las órdenes del Instituto de Acceso a la Información Pública ¿Y qué? Son prerrogativas que otorgan los gobiernos del ALBA a los iluminados. ¿Y qué?

La forma desmesurada, plagada de insultos, que ambos presidentes emplean en sus intervenciones públicas, así como la propagación del odio de clases que de inmediato y sin remedio se convierte en factor criminógeno que inunda las calles de criminalidad, es otra semejanza que nos disgusta consignar pero que no puede ocultarse.

¿Puede llamarse sistema republicano al que sufrimos? ¿O es sólo una actitud dictatorial, preludio de lo que está por venir? ¿Vivimos un Estado de Derecho? ¿O estamos sumergidos en el capricho y la arbitrariedad de nuestro gobernante? ¿Toleraremos los salvadoreños el 9 de marzo, el gran salto atrás en nuestra historia? ¿O velaremos por la preservación del Estado de Derecho?

Si Plutarco reviviera, estamos seguros que seleccionaría personajes menos objetables para continuar escribiendo sus "Vidas Paralelas".

*Doctor en Derecho.