Dictablanda

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06 febrero 2014

La política en El Salvador se ha llenado de formalismos que nos hacen creer que vivimos en una democracia liberal. Sí, tenemos separación de poderes en la Constitución. También tenemos leyes que regulan el actuar de nuestros funcionarios. Además, por si fuera poco, para la época de elecciones tenemos un tribunal cuya misión es impartir justicia entre los competidores y velar por una competencia equitativa.

Tristemente, los formalismos no hacen realidades. Al hablar de democracia, no sólo basta con referirnos a simples mecanismos para elegir funcionarios. Hace falta también referirse a actitudes democráticas, como por ejemplo:

Funcionarios que hacen únicamente lo que la ley les permite y lo hacen con eficiencia, honradez, transparencia y una gestión de puertas abiertas, con actitudes amigables y conciliadoras ante la crítica.

Un respeto sin excusas a la independencia judicial, entendiendo que de esta depende que nuestras libertades, anteriores al Estado, sean respetadas sin importar la coyuntura política.

Lejos de esta ideal situación, en El Salvador vivimos un peligroso debilitamiento de nuestras instituciones formales y poco a poco nos acostumbramos más a la excusa de "no es bueno, pero tampoco estamos tan mal", la cual nos lleva a pensar que si bien el Estado salvadoreño se ha convertido en una piñata de beneficios para el político de turno y sus amigos, hay países que están mucho, mucho peor.

En lugar de caer en este conformismo fatal, la ciudadanía crítica, la prensa activa e independiente y la academia consistente deberían ser las primeras en denunciar cualquier abuso en el ejercicio del poder y en llamar a las cosas por su nombre: siempre que un político se niega a reconocer límites en su mandato y se desconecta de sus representados es un aprendiz de dictador y sus actos deben ser condenados y detenidos en ese preciso instante.

Es peligroso seguir pensando que tener elecciones cada cierto tiempo y supuestos árbitros del proceso son garantías democráticas. ¿Qué tan democrático es un país donde, por ejemplo, un Presidente de todos los salvadoreños (como los de los veinte años, como el de hoy) se vuelve el principal activista de su partido político y emplea fondos públicos para una campaña que beneficia a un solo bando? ¡Eso es defraudar al contribuyente!

¿Qué tan democrático es un tribunal electoral que en lugar de impartir justicia equitativa lo hace de forma selectiva? ¿Y una Corte de Cuentas que ha estado por años sirviendo a la aritmética legislativa y no a la probidad y el buen uso de los fondos públicos? ¿Qué tipo de democracia es aquella donde el poder ha servido para prorrogar beneficios a ciertos sectores de la economía, amigos del político?

Salvadoreños, evitemos caer en el error de llamar democracia a lo que no es. Cuando el Estado va creciendo y su poder es arbitrario, las primeras víctimas son nuestras libertades.

Sí, todavía decidimos por quién votar, dónde adquirir nuestros bienes y qué hacer con algunos aspectos de nuestras vidas, pero de forma creciente nuestros derechos políticos, nuestros impuestos, el cumplimiento de leyes por parte de los funcionarios públicos y hasta nuestros ahorros en el sistema previsional están sujetos al ánimo con que se despierte un funcionario.

Bienvenidos a la dictablanda, donde mantenemos esa tierna sensación de libertad y prosperidad aunque se no sabemos cuántos tiranos nos tienen bajo su sombra. ¿Uno? ¿Ochenta y cuatro? ¿Muchos más? Disfruten su permanencia en el país donde el mero hecho de votar nos hace olvidar que están abusando progresivamente de nuestras libertades y donde el clientelismo, el populismo y la arbitrariedad pueden vestirse de todos los colores políticos.

Nuestra democracia, la de verdad y no la del papel, nunca estará a salvo sin una verdadera participación que empieza por votar, se mantiene cuestionando a nuestros partidos políticos y nunca deja de vigilar a nuestros funcionarios. De no hacerlo, estamos en riesgo de caer en lo que apuntaba Augusto Pinochet: "Esta nunca ha sido dictadura, señores, esta es dictablanda, pero si es necesario vamos a tener que apretar la mano".

*Colaborador de El Diario de Hoy