Patria y libertad

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23 enero 2014

No veo por qué a favor de la globalización, tengamos que abandonar conceptos que forman parte de nuestro ser y que, considerados en su justo valor, configuran el escenario geográfico y social de los pueblos: el colorido mapa mundi. Es cierto que el nacionalismo, llevado al extremo, ha sido fuente de distanciamientos, de conflictos y hasta de guerras. Todo el siglo XX se vio sacudido por el fenómeno inédito de los totalitarismos que, en gran medida, tenían como causante, entre otros, la exacerbación de este componente. Pero en su esencia, dentro de límites razonables, y considerando su arraigo profundo en las distintas colectividades del planeta, bien podemos considerarlo, además de un dato de la realidad, como la expresión de una fértil diversidad dentro de la unidad de la especie humana. Sé perfectamente que hay grandes pensadores, propios y extranjeros, que afirman lo contrario. Pero la libertad de pensamiento, por fortuna, es uno de los grandes derechos del hombre y de la mujer, y está consagrado en buena hora por el artículo 6 de nuestra Constitución, que afirma: "Toda persona puede expresar y difundir libremente sus pensamientos siempre que no subvierta el orden público, ni lesione la moral, el honor, ni la vida privada de los demás".

Salarrué afirmó, en su célebre "Carta a los patriotas" que él no tenía patria sino terruño; que para los soñadores como él, su patria era el universo. Muy bien. Los líricos tienen licencia poética y derecho a ser provocativos.

En contra de esa intuición estética, don Alberto Masferrer, nuestro más profundo pensador social, a quien nadie --salvo el exabrupto de uno de nuestros más notables poetas-- podría llamar retrógrado o reaccionario, publicó algunas de sus mejores reflexiones desde su periódico "Patria," entendiendo por ella el suelo, el cielo, la naturaleza, el clima, la sociedad que nos vio nacer, y en última instancia "mi árbol y yo" como expresó tan sentida y nostálgicamente Alberto Cortez en una canción inolvidable. Masferrer se esforzó, con sus meditaciones, en mejorar nuestras costumbres, elevar nuestras aspiraciones y afirmar nuestra proverbial laboriosidad, alejándola de vicios y perversidades, en pos del "Mínimum Vital" o bienestar para todos. El general Juan J. Cañas, al componer la letra de nuestro Himno Nacional, comenzó solemnemente por saludar a la patria "orgullosos de hijos suyos podernos llamar". Y cuando, con la mano en el pecho, entonamos las notas que integran la melodía que compuso el maestro Juan Aberle, nadie negará que aquí, en nuestro suelo o en tierras extrañas, pugna por salir la lágrima que impulsa nuestro pecho. ¡Tenemos patria, pues! ¡Y, a pesar de sus flaquezas, sus carencias y debilidades, nos sentimos orgullosos de ella. ¡Patria imperfecta, es cierto; pero patria nuestra!

Y tenemos libertad. Libertad burguesa dicen sus enemigos. Pero preguntémosle al más humilde campesino, tan grande en su dignidad como el más alto dignatario, si aprecia su libertad. Preguntémosle. Y aunque cuida con primor sus milpas y sus frijolares, sus frutales y sus animales de corral, siente que vive bajo el sol ardiente, que en sus venas corre sangre nacional, y le agradece al cielo el don de la libertad, lejos, muy lejos de la insufrible pena de estar entre rejas, el peor castigo que puede sufrir el hombre. La libertad no es hija de la bonanza, como quiere hacernos creer el materialismo histórico, que afirma que sólo somos libres en el sistema del socialismo real, que promete tal cosa, y que, sin embargo, muy pronto convierte en cadenas el paraíso anunciado; y, contrariamente a lo que proclama, transforma la vida en miseria, cárcel o paredón para los disidentes.

En su libro "Páginas sobre la libertad", Franco Cerutti, reproduce estas bellas palabras de Michelle Abbate: "Ser libres no significa solamente no tener miedo, poder expresar la propia opinión sin temor de represalias, tener independencia de juicio; también significa encontrarse en condiciones de que la propia opinión pese realmente en los asuntos de interés común; se dialogue con los demás; sea requerida por la sociedad como contribución necesaria y no sólo como expresión de un derecho intangible; incida en la relación social y no se reduzca a un lujo inútil o, peor aún, a una pantalla tras la cual siga funcionando el mecanismo de formación del poder y de las decisiones con sentido autocrático y centralizador. Libertad es plenitud de vida. No soy libre si, disponiendo de un cerebro que puede producir cien, se me deja vegetar en una función donde rindo diez".

¡Jóvenes: la llama de la libertad parpadea. Pedimos a la Providencia que ilumine al pueblo para que nunca, nunca, se deje aherrojar por el suplicio de las cadenas!

*Doctor en Derecho.