José Rubén Pérez Morán, no había cumplido los 30 años cuando se hizo de tres manzanas de terreno en el cantón Siete Príncipes, en Coatepeque, Santa Ana, durante la Reforma Agraria, en 1980.
Desde entonces los utilizó para sembrar café y maíz en la zona. Aunque Pérez nunca tuvo hijos, en el cantón Jocotón Abajo, del referido municipio, se le consideraba un patriarca tanto en su casa como en la comunidad y los cantones aledaños.
La simpatía y el respeto que se ganó entre la gente lo llevaron a ser concejal en la Alcaldía de Coatepeque entre los años 2000 y 2015.
Tras dejar el cargo, el señor, de 67 años, siguió haciendo tareas agrícolas junto con sus tres sobrinos, a quienes crió como si fueran sus hijos.
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La mañana del domingo, dos de ellos, Henry Alexander Rojas Pérez, de 26 años, y su hermano Douglas Omar, de 25, salieron con Rubén de la vivienda rumbo al cafetal.
Iban a ponerle abono a los cultivos y a las 5:00 de p.m. tendrían que estar de regreso en la casa. Eso no pasó.
Sus parientes les llamaron por teléfono varias veces y al no tener respuesta se organizaron con sus vecinos y la Policía para salir a buscarlos.
Alrededor de las 7:00 p.m., hallaron algunas pertenencias de los hombres a más de un kilómetro de sus terrenos.
Luego, entre matorrales, descubrieron una fosa donde estaban los cadáveres de los tres agricultores, quienes eran parientes de un Policía.
La escena era de difícil acceso, por lo que las autoridades llegaron hasta ayer a las 10:00 a.m., a realizar el reconocimiento forense.
Los allegados de las víctimas portaban palas y machetes: a ellos les tocó remover la tierra para extraer los cuerpos.
“Los han dejado uno encima del otro. Tienen las manos atadas y tapada la boca. Los mataron con arma blanca”, contó un anciano que conoce a los Pérez desde hace varias décadas y fue de los que ayudaron a hacer la exhumación.
Fincas asediadas por las pandillas
Los parientes de las víctimas relataron que hace seis meses habían llegado a cortar café cuando fueron sorprendidos por unos seis pandilleros que portaban armas de fuego.
Los delincuentes, según las fuentes, se limitaron a hacerles preguntas, entre ellas dónde vivían, y luego se fueron.
“Esa vez sentimos un poco de temor y pensamos en dejar abandonado esto (los terrenos), pero uno se encariña con lo que hace y además de aquí sacamos provisiones de alimento... Ya no sabemos si volveremos”, dijo con tono desolado un familiar.
Ninguna de las víctimas había sido amenazada, por lo que sus parientes sospechan que los asesinaron porque los delincuentes creían que podían estar vinculados con pandilleros rivales.
Pero esto no era así, aseveraron varios conocidos de las víctimas que estaban en la escena.
Según ellos, los hombres eran muy trabajadores y queridos en la comunidad. Ambos ayudaban a su tío en las tareas agrícolas en su tiempo libre.
En la semana, desde hace un año, Henry Alexander trabajaba como operario de frijol cocido molido en una empresa alimenticia.
Mientras que Douglas Omar tenía siete años de trabajar en una empresa textil. El cargo que tenía actualmente era de auditor. Deja en la orfandad a una niña.
Mientras las autoridades procesaban la escena del triple homicidio, algunos agricultores se dedicaban a limpiar sus cultivos.
Aunque algunos dijeron sentirse atemorizados con lo ocurrido, señalaron que no pueden dejar de frecuentar los terrenos porque de eso sostienen a sus familias.
Algunos afectados señalaron que los planes de seguridad en los que participa la Policía Rural no les produce una sensación de alivio porque saben que no hay suficientes agentes para cumplir la tarea.