Ya que hemos comenzado con una premisa tomada de los escritos del famoso filósofo escocés, David Hume, es importante aclarar que él no fue el único que escribió sobre este tema. El siglo dieciocho vio aparecer los primeros escritos y novelas sobre el comercio, hasta el punto que se dice que aquel siglo experimentaba una “revolución comercial”.
Como corolario, David Hume (1711-1776) comenta sobre la confianza en la sociedad civil y declara que el comercio es la gran máquina para el cambio y que es imposible que se dé el surgimiento de las artes y las ciencias en cualquier pueblo si éste no goza de la bendición de un gobierno libre.
Es que había una necesidad urgente por reconciliar los intereses políticos con los mercantiles para que de esta forma se pudiera deshacer el nudo gordiano que los había separado desde los tiempos de Platón, pasando por la naturaleza pecaminosa de la usura como base de condena con la que la Iglesia Católica de la Edad Media tachaba el comercio hasta llegar al momento, en el siglo dieciocho, cuando un orador en el Parlamento inglés declaró: “Cada hombre que tiene el honor de servir como representante en el Parlamento de esta nación deberá entender la teoría del comercio”.
Estas eran palabras revolucionarias. La Revolución Industrial pertenecía todavía al futuro, la Ilustración Escocesa estaba creciendo a todo vapor y existía una esfera pública, agentes mercantilistas y la prensa: todos comenzaron a abogar por el comercio y el imperio como metáforas para las ansiedades y aspiraciones en un sistema internacional competitivo. El imperio y el mercado se casaron en la obra El mar libre (De mare liberum) de Hugo Grotius, denominado el Padre del Derecho Mercantil Internacional, en 1609 en que constataba que “ni el mar mismo ni el derecho de la navegación sobre él pude llegar a ser la posesión exclusiva de un privado, ni por medio de la captura, ni de una bula papal ni tampoco por costumbre”.
Tal vez la interconexión entre la política y la felicidad en el siglo bajo consideración es esta famosa declaración del año 1776, en que el conflicto armado de la Guerra de la Independencia irrumpió y los insurgentes, en un intento por explicar al mundo la situación, declararon que iban a tomar las armas para ganar su “felicidad”:
“Sostenemos como certeza manifiesta que todos los hombres son creados como iguales, que son regalados, por su Creador, con ciertos derechos inalienables, y que entre estos están, la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad…”.
Declaración de Independencia de los Trece Colonias De Gran Bretaña (1776).
Ahora, la felicidad en el siglo dieciocho debía ser concebida de manera muy diferente a como lo hacemos ahora si los colonos estaban dispuestos a comenzar un conflicto armado y tomar las armas para garantizar su derecho a la búsqueda de la felicidad.
Algunos de seguro equipararon la relación imperio-comercio con la relación imperio-comercio-derecho a la búsqueda de la felicidad. Que el comercio no tenía que ser la ocasión para una guerra (mercantilismo) y podía servir como vínculo entre las naciones y fuente de felicidad.
Examinemos ligeramente varias expresiones literarias de estos fenómenos.
Alexander Pope (1688-1744) es tal vez uno de los poetas más famosos del escenario histórico y literario de Inglaterra. En su poema, satírico hasta la extravagancia, El Riso robado (The Rape of the Lock), Pope celebra la cualidad exótica que surge del comercio y termina con aterrizarse ante el espejo de la exquisitamente bella Belinda:
Este cofre abre las joyas brillantes de la India, y todas las brisas de Arabia respiran de la caja a la par.
Alexander Pope. El Riso robado (1717), líneas 133-34.
Todavía estamos lejos de “la opulencia universal” elogiada por el escocés Adam Smith (1723-1790) en su Riqueza de las Naciones que se acerca al sueño del comercio de la Ilustración Escocesa en que “una marea creciente levanta todos los barcos”.
Otra variedad de la búsqueda de la felicidad se encuentra en el famoso y muy leído relato Historia de Rasselas, Príncipe de Abissinia (1759) del Dr. Samuel Johnson en el que un joven príncipe de África busca el estilo de vida que crea para él la felicidad más grande, pero diverge a una complejidad filosófica en la que se cuestiona, en primer lugar, en qué consiste la felicidad.
Estos primeros frutos del jardín escocés del siglo dieciocho favorecieron las grandes posibilidades para la felicidad por medio del comercio y “la mano invisible” del mercado que promueve Adam Smith en su Riqueza de las Naciones junto con otros en la profunda e importante “filosofía del sentido común” de la Ilustración Escocesa o en la alegría de compartir en común ideas que conducirán a la felicidad y placer de la conversación en los nuevos coffee-houses.
Esta filosofía del sentido común se llevaba a cabo durante la revolución comercial. He aquí otro cruce entre el comercio (de los chismes y chambres comerciales en los coffee houses) y la felicidad que proviene del comercio.
Había, además, una “escuela de escritores mercantiles” durante el siglo dieciocho que celebrara la nueva teoría de política en la que el comercio internacional fue asociado con riqueza, salud, felicidad y la fortaleza de la nación entre quienes encontramos el primer novelista escocés, Tobias Smollet (1721-1771). Smollett presenta al mundo sus novelas, la más famosa de las cuales es Peregrine Pickle. (1751). Esta tendencia literaria llevaba consigo las consecuencias políticas del papel económico de la capital y la inversión que fueron más y más reconocidos y, así, había menos y menos razones para que los capitalistas ricos fueran excluidos de los grupos elites que ahora controlaban el país. Vale la pena mencionar que Smollet escribió novelas picarescas y tradujo Gil Blas de Santillana del español Le Sage.
Regresando a Peregrine Pickle, es una novela de esta tendencia mercantil y picaresca en la que el protagonista Peregrine (léase, peregrino) viaja “a campo raso” por toda Europa, ofendiendo, gozando y llegando a la felicidad del matrimonio al final de sus escandalosas aventuras.
Los escoceses no inventaron la felicidad del comercio, pero en el siglo XXI, su flamante primera ministra, Nicola Sturgeon, ha declarado al mundo que un nuevo referéndum “está en la mesa”, y que no necesariamente concordará con el brexit de Gran Bretaña, del que, por ahora, Escocia forma parte.