Otro mundo

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04 October 2013

Hasta hace poco, quizá éramos reticentes a utilizar la banca virtual, a proporcionar los datos de la tarjeta de crédito a alguien en Internet, o a confiar en un tiquete electrónico para un viaje en avión. Tal vez nos parecía que las redes sociales eran exclusivamente un asunto de entretenimiento, o de refugio de personas que no podían mantener relaciones sociales "reales". Que la "nube" estaba bien para guardar fotos y recuerdos, pero nunca para poner en línea el disco duro.

Sin embargo, poco a poco, por la seducción de la impecable tecnología, por la facilidad de mantener contactos saltándose las barreras del tiempo y del espacio, por la disponibilidad de las conexiones a Internet, se ha ido comprendiendo que el mundo virtual no sólo ha llegado para quedarse, sino que --para ciertas personas-- la brecha que separa lo real de lo virtual ha ido convirtiéndose de un asunto mental, en una cuestión muy real. Y en ciertos casos, las tornas se han invertido: hay quienes conciben como real lo virtual, y lo real como convencional o imaginario.

El mundo virtual dejó de ser paralelo o alternativo. Puede decirse, grosso modo, que ahora mismo hay personas que no conciben su vida de otra manera, que no se entienden a sí mismos, ni el horizonte de su realidad, sin una conexión de banda ancha y un artefacto que les permita estar permanentemente conectado.

No dan un paso sin publicarlo en la red, ni toman una decisión sin consultarla en línea con sus contactos (a pesar de no conocerlos, de no saber quiénes son en realidad), toman los datos que aparecen en el primer lugar de cualquier motor de búsqueda como verdades incuestionables, confían ciegamente en "expertos" cuyas únicas credenciales son el número de seguidores en Twitter y la frecuencia con que "tuitean", no se cansan de mandar videos que apenas vistos se olvidan, de publicar estados de ánimo, de mandar fotos de comida, mascotas, hijos, o novia… equiparándolos mentalmente, y trivializando lo importante o encumbrando lo banal.

En honor a la verdad, nunca en la historia hemos leído y escrito tanto como hoy. Nos enfrentamos con una manera nueva de redactar, abreviar, urgir… Ha nacido una nueva forma de ordenar los pensamientos: de captar, comprender y procesar la realidad.

Hay quienes han dejado de verse al espejo (se deprimen, se baja su autoestima), y prefieren contemplarse en su perfil de Facebook o releer su cuenta de Twitter, para levantar su estado de ánimo y reconocerse no como son, sino como les gusta ser vistos.

El problema no son los medios, sino que la presencia continua en el mundo virtual pueda convertirse en una ausencia incesante del mundo real. Y entonces fracasan los matrimonios, se descuida la educación de los hijos, despiden a las personas de sus trabajos, es imposible vivir la puntualidad en el mundo real (en el ciberespacio no hay tiempo…), adquirir compromisos (en la Red no hay obligaciones), defender verdades (en Internet todo son opiniones), mantener principios (si todo cambia cada instante ¿por qué conservar los valores?), etc. (las posibilidades de la www son ilimitadas).

Es imposible vivir en dos mundos al mismo tiempo, por mucho que uno de ellos sea virtual, mental, o convencional. Cuando se apuesta de más a lo virtual, la realidad ya no admira, ni seduce, ni convence: nos deja insatisfechos, y --como siempre-- el desasosiego nos obliga a buscar otras experiencias, otras vidas, otras relaciones. El círculo vicioso se cierra más en sí mismo, atrapándonos en una ficción de la que no somos capaces de escapar, pues ni siquiera somos conscientes de padecerla.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org