German y Carolina

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21 agosto 2013

Me gustó mucho la columna que Marvin Galeas publicó el jueves pasado en este espacio: 'El Viejo German'. Recibió un homenaje póstumo en las sagradas páginas editoriales de El Diario de Hoy un guerrero del Golfo de Fonseca, que se hizo responsable de la vida de la comandancia de la guerrilla de Morazán y de la seguridad de la Radio Venceremos. Esta idea me encanta: para dejar claro que esta distinción no es un accidente de la historia, sino un signo de que sí hemos cambiado al país, voy a escribir otro homenaje a este guerrillero. De todos modos, el Chele German merece mucho más que esto...

Así que me voy a meter en el género que Marvin ya tiene años de desarrollar en El Diario de Hoy: la columna narrativa que revive personajes y hechos relevantes de nuestra guerra.

Hace unos 10 años, fui a Morazán a buscar al Viejo German. No lo había visto desde los días de la desmovilización de las fuerzas guerrilleras en 1992. La última vez lo vi en la primera asamblea general del ERP en tiempos de paz, en Jocoaitique. Cuando se armó una acalorada discusión con Joaquín Villalobos, German le dijo: "Durante la guerra, yo hubiera cumplido cualquier orden tuya, y me hubiera muerto para sacarte de cualquier huevo. Pero ahora ya no somos soldados, ahora tenés que convencernos..."

En las siguientes asambleas, con discusiones aún mucho más controversiales, el Chele ya no participó. Como muchos que quedaron en Morazán, se sintieron abandonados.

Llevé conmigo a una amiga, cuya madre había caído en combate en enero de 1981 en el cerro de Conchagua. Y como el Chele German fue fundador de la guerrilla de Conchagua, decidí buscarlo para ver qué sabía sobre la muerte de esta mujer.

Encontramos su casa en la Segundo Montes, aquella comunidad de ex-refugiados en Meanguera, donde también han construido sus casas y rehecho sus vidas cientos de ex-combatientes del ERP. Una casa campesina de estas que nunca dejan entrar mucha luz. Sorprendimos a German dormido en su hamaca adentro de la casa. Cuando se despertó, vio en la puerta a dos figuras envueltas en luz. El guerrero de docenas de batallas se levantó, y en vez de acercarse a sus visitantes, retrocedió al último rincón de la casa, con cara de espanto y palidez de muerto, como si hubiera visto un fantasma. "Soy yo German, Paolo". Pero no me estaba viendo a mí, sino a la muchacha, y al rato dijo un nombre: "¿Caro? ¿Caro?..."

Pensaba ver el fantasma de la muchacha que murió a exactamente la misma edad que ahora tenía su hija. Al rato el Viejo cayó en la cuenta: "¡Sos la hija de Carolina! Siempre nos hablaba de su bebé... ¡Qué susto! Pensaba que es ella". Abrazaba a la hija, y cuando levantó la cara, vi que el guerrero más duro que había visto en la guerra estaba llorando. Bueno, los tres estábamos llorando...

Luego German nos contó cómo murió Caro. Jamás había contado esta historia a nadie. "¿Por qué, Chele? Si a cada rato nos estuvimos contando historias de guerra..."

"Por pena. ¿Cómo iba a contar que esta muchachita perdió su vida salvándome la mía. Si yo era el jefe, yo tuve que sacar vivos a mi gente, y nos termina salvando el culo una muñequita como esta niña aquí, igual de chiquita, igual de guapa, que ni siquiera era combatiente, era radista y enfermera..."

Nos cuenta cómo cayeron en una emboscada y un francotirador le pegó un balazo a Carolina. Sólo a ella, todos los demás inmediatamente se cubrieron. Caro ya no podía caminar. No se podían retirar, porque no podían dejar a la herida. Y cargándola nunca lograrán salir. Ya bajo fuego permanente y con la certeza que al rato los iban a encerrar, se hicieron la idea que ahí se iban a morir todos.

Hasta que Caro dijo: "German, déjenme dos G3 y bastante munición. Yo les voy a cubrir la retirada. ¡Váyanse ya!"

Y aunque German no quiso aceptarlo, así fue. Caro murió cubriendo la retirada a German y su pelotón. Con ella murieron varios soldados, pero ningún otro guerrillero. German nunca olvidó esta escena, y nunca dejó de sentirse culpable. En muchas noches de posta vio la silueta de Carolina. Nunca contó a nadie lo que pasó aquel día en el Conchagua, hasta que apareció, en la puerta de su casa, la silueta de Carolina...

Nos despedimos, otra vez con lágrimas. Fue la última vez que vi a German. Y Caro, la hija, al fin pudo cerrar el capítulo de la muerte de su mamá. Gracias a German, que al fin no era tan macho como pensaba. Descanse en paz, Viejo.

*Columnista de El Diario de Hoy.