La destrucción sistemática de la cultura cristiana

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04 agosto 2013

A lo largo de la historia, el bien y el mal luchan entre sí desde siempre. Nunca ninguno de los dos vence del todo al otro, pero hay amplios periodos donde uno de los dos prevalece ampliamente. Derrumbado el Imperio Romano de su anterior esplendor, hasta desaparecer, los primitivos cristianos comienzan, desde dentro de esas ruinas, a levantar, poco a poco, durante toda la Edad Media, una nueva cultura, la cristiana, que pronto se extenderá por toda Europa y América y amplios focos de ella en África y Asia.

No es exagerado, pues, el título de ese libro, del historiador norteamericano John E. Woods Jr., que dice: "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental" porque relata, con ejemplos irrebatibles, la magna empresa de los monjes medievales, rehaciendo la agricultura y la industria europeas y copiando pacientemente todos los libros que pudieron rescatar de la desaparecida cultura greco-romana. Aparecen las nuevas maravillas de la arquitectura y las bellas artes románicas y góticas para desembocar poco después en el esplendor cristiano del Renacimiento.

Esa cultura no carece de sombras y desaciertos, a veces graves, pero en conjunto el mal llamado "oscurantismo medieval" no es tal, sino una creciente luz de fe católica y de fuerte influjo moral, que impregna toda la sociedad civil. No es extraño que en ese mundo católico, donde los ángeles y los demonios siguieron su lucha de siempre, la peor parte la llevaron los diablos. Al revés que en nuestros días, ni los locos asesinos, ni las violaciones y perversiones sexuales, ni el abuso infantil, ni las drogas, ni los abortos legalizados, ni los suicidios de jóvenes y adolescentes, tuvieron entonces especial relevancia. La sociedad medieval y la renacentista son épocas alegres, sanas, de gran vitalidad. En la Edad Media el ideal humano ha sido el Santo; en el Renacimiento sin que haya desaparecido ese anterior ideal, irrumpe otro nuevo: el Héroe, el que acomete nuevas empresas que parecían imposibles, ya sea Hernán Cortés conquistando México con un puñado de hombres o Miguel Ángel y Leonardo da Vinci en sus grandiosas obras de arte.

La brecha en el cristianismo la abre Martín Lutero con su rebelión religiosa. Pronto esa grieta se extenderá para ensancharse en el sistemático trabajo intentando destruir por completo la cultura cristiana. El historiador francés, Paul Hazard, lo describió muy bien en un libro famoso: "La crisis de la conciencia europea (1680-1715)". Allí dice que "Europa es un pensamiento que nunca se contenta, que no tiene piedad por sí mismo, que busca por un lado el bienestar y por otro, la verdad, que es más indispensable y querida". Fue un periodo denso, que parece confuso, que está arremolinado en la lucha entre las ideas conservadoras con las innovadoras y del que van brotando el racionalismo, el materialismo y la corriente sentimental, el romanticismo, que invadirán siglos posteriores. Hazard completó su magno estudio con otro libro: "El pensamiento europeo en el siglo XVIII", donde hay una crítica socarrona del ingenuo optimismo de los Ilustrados cuando pensaban que estaban dando a luz a un Siglo XIX lleno de paz, progreso y felicidad eterna y universal. Pero el parto verdadero fue muy distinto: la Revolución Francesa, con el Rey y la nobleza decapitados por la guillotina, Robespierre implantando el terror, para acabar todo ese violento y sangriento periodo con un nuevo rey y una nueva nobleza: Napoleón y su Imperio.

Con todo ello ¿desapareció la cultura cristiana? No; pero la Iglesia Católica fue sufriendo la sangría del luteranismo primero; del cristianismo bíblico y subjetivista, después, y el persistente espíritu revolucionario que dará nuevos monstruos: el comunismo y el nazismo con sus campos de exterminio y sus millones de asesinados o muertos en las batallas. De allí salieron otra serie de monstruitos menores muy actuales (el FMLN, las FARC, el Sendero Luminoso, el Sandinismo, el Chavismo, etc.) de los cuales aún no se ha librado la humanidad.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

luchofcuervo@gmail.com