La Fuerza Armada

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27 julio 2013

La transformación de la Fuerza Armada simboliza el estricto cumplimiento de los Acuerdos de Paz. Instrumentalizarla equivale a debilitar una de "las columnas de hierro" a la que los firmantes dedicaron buena parte de su tiempo en las mesas de diálogo. Su reducción en términos humanos y financieros, la subordinación al poder civil y la sumisión a la Constitución y a la ley, la singularizan como una de las instituciones con mayor credibilidad entre los salvadoreños. Los golpes de Estado, el irrespeto de los derechos humanos y la soberbia institucional que le caracterizó durante buena parte del siglo pasado es ahora parte de la historia.

Antes, cuando no se comprendía el correcto papel de la función pública, que se resume en buscar el bienestar general de la población, los militares constituían una élite que apoyaba con cierta exclusividad a quien le fuera fiel. Manifestar que "se era amigo de un coronel" o de un alto mando, le valía, a quien ostentaba esa amistad, la tramitación ágil y eficiente, por ejemplo, de la solicitud para obtener una línea telefónica.

En la actualidad la realidad es otra. Diversos estudios de incuestionable calidad técnica señalan a la organización castrense como la entidad que goza de los niveles más altos de admiración entre los ciudadanos. Para el caso, la Universidad de Vanderbilt, a través del "proyecto de opinión pública de América Latina", conocido por sus siglas en inglés como LAPOP, realiza periódicamente un análisis de la cultura política de la democracia en El Salvador y en las Américas. En la edición de 2012, los entrevistados ubicaron a la Fuerza Armada como la institución más confiable seguida de la Iglesia Católica, los medios de comunicación y las municipalidades.

En los últimos veinte años, los militares han acatado sin cuestionamiento alguno las órdenes del Comandante General de la Fuerza Armada, cargo que por Constitución recae en el presidente de la República. Los ciudadanos hemos testificado ese sometimiento y la firme convicción democrática de los soldados y de la alta jerarquía dentro del Ministerio de Defensa. En las dos décadas posteriores a Chapultepec, en ninguna tan sola ocasión se han escuchado expresiones de los principales mandos del ejército en contra de la separación de los poderes públicos, la autonomía de las instituciones o del gobernante de turno. La imparcialidad ha caracterizado a generales y oficiales y sus acciones se han orientado a cumplir el mandato establecido en la Carta Magna, que la califica como una institución "obediente, profesional, apolítica y no deliberante".

La agresividad y el belicismo con que se le identificaba en el pasado fueron sustituidos por sus acciones solidarias con la población cuando al país le han abatido catástrofes naturales. Los altos niveles de inseguridad pública han obligado a los últimos tres gobiernos a involucrar a la Fuerza Armada en el mantenimiento de la paz interna. Sin embargo su actuación se ha limitado a apoyar a los elementos de la Policía Nacional Civil, a quienes compete la seguridad pública. La magnanimidad con la que los militares han actuado en cada una de las tareas asignadas les ha valido la calificación de sobresaliente asignada por la sociedad.

La disciplina, la honestidad, el orden y la responsabilidad son sólo algunas de las muchas virtudes que se le pueden atribuir a la Fuerza Armada. La institución más respetuosa de las sugerencias legales que le hacíamos un equipo de abogados que contribuimos con el país durante la administración anterior desde la Secretaría para Asuntos Legislativos y Jurídicos de la Presidencia de la República, orientadas al estricto cumplimiento del debido proceso, fue precisamente la de los militares. También hemos constatado su interés por la realidad nacional y la evolución de los hechos políticos más relevantes. El Colegio de Altos Estudios Estratégicos con el que colaboramos varios profesionales y por el que pasan civiles y militares, estos últimos de manera obligatoria para obtener su ascenso dentro del escalafón militar, es una iniciativa cuyo reconocimiento debe hacerse público porque demuestra el afán de los miembros activos de la entidad militar por contribuir con su pensamiento e ideas al fortalecimiento democrático de la Nación.

Cuidar de nuestras instituciones garantiza la estabilidad política del país. Tratándose de la Fuerza Armada, la diligencia con la que se dirija debe ser aún mayor. Los militares representan la estabilidad democrática de la Nación. Si bien algunos países prefirieron abolir el ejército, en El Salvador se modificó el comportamiento de sus integrantes, los encauzaron dentro de la vía pacificadora de los acuerdos y ahora cuentan con el respaldo mayoritario de la población. Utilizarla para fines políticos, enfrentarla con otras instituciones del Estado e ignorar la carrera de distinguidos miembros del estamento militar es un riesgo para la Nación que debemos evitar.

*Columnista de El Diario de Hoy.