Hace seis años, el cardenal de Honduras, monseñor Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, llamó a la reflexión al entonces presidente venezolano Hugo Chávez, diciéndole que "estaba ciego, sordo y se creía dios".
Monseñor Rodríguez, salesiano y quien se formó como maestro en El Salvador, le recordó un sabio consejo de los antiguos romanos: "Si no tienes un amigo que te diga tus defectos, págale a un enemigo para que lo haga…".
La reacción del gobernante sudamericano fue inmediata, con insultos y descalificaciones para el purpurado, tanto que el entonces presidente hondureño "Mel" Zelaya tuvo que hacerle un acto de desagravio a Rodríguez y aplacar la ira de Chávez.
El gobernante venezolano no pudo contestar con la fuerza de la razón, sino con la razón de la fuerza. Todos sabemos dónde está ahora el cardenal y dónde está el otrora todopoderoso mandatario.
Actualmente son los seguidores de Chávez y del socialismo del Siglo XXI los que "están sordos, ciegos y se creen dioses", al punto de negarle el sagrado derecho de expresarse en el Parlamento venezolano a quienes no piensan igual que ellos.
Primero, los chavistas le negaron la palabra a los opositores en represalia porque no aceptaron a Maduro como presidente. Luego vino la primera agresión a diputados opositores.
Dos semanas después, chavistas vuelven a atacar a puñetazos a sus rivales, incluida María Corina Machado, que se ha distinguido como una mujer valiente que incluso había cuestionado cara a cara a Chávez en su momento.
A cualquier denuncia de la oposición, el gobierno responde con revelaciones de supuestas conjuras, intentos de magnicidio y otros nueve episodios de evidente paranoia, mientras en el país falta hasta el papel higiénico.
Lo más triste es ver cómo los chavistas locales, incluyendo diputadas, imitan a sus pares sudamericanos e intentan justificar la agresión a los congresistas opositores y a Machado, pese a su condición femenina.
Se trata de esa vomitiva costumbre de canonizar y considerar "progresista" sólo lo que es de ellos, pero buscar aniquilar todo lo que está en contra. Es la intolerancia hasta el paroxismo, la misma de las dictaduras militares del pasado que tanto dicen odiar.
También ellos comienzan negándole la libertad de expresión a sus opositores, como está ocurriendo en el parlamento venezolano, además de tomar represalias contra los funcionarios que acompañaron las marchas de Capriles.
Les confieso que a mí me rebalsa cuando salen hablando de que Bolívar fue "socialista", que el "socialismo es amor", lo del "pajarito revolucionario" y toda esa sublimación política y explotación del sentimentalismo de las masas. Pero lo respeto. Si alguien quisiera callarlos, yo sería el primero en tratar de impedirlo. Todos tenemos el derecho de expresarnos, aunque digamos trivialidades.
De lo que no tenemos derecho es de imponernos, recurrir a la agresión y menos justificar los atropellos como los chavistas de acá, que ya se atrevieron a negar una vez la palabra a la oposición en la Asamblea. Quizá quieren que seamos ciegos, sordos y hasta mudos y pusilánimes.
Sólo basta ver también cómo, al estilo de las "turbas divinas" en Nicaragua en los 80, le echan encima a un ejército virtual en las redes sociales a alguien y en el clímax de la intolerancia, la discriminación y la xenofobia lo llaman "nazi" y le dicen que "se regrese a su país", simplemente porque escribió algo que no les gustó o no piensa como ellos.
Me dirán que tienen que "defender la revolución a toda costa", que "luchan contra los imperialistas" y que todos los que se oponen a su socialismo son "fascistas", aunque eso mismo que están haciendo estos que dicen ser socialistas sea lo que hicieron Hitler, Mussolini y los dictadores militares latinoamericanos en su momento manejando a las masas. ¿Quiénes son los fascistas modernos entonces?
No tarda el día que comiencen a reprimir a la oposición a sangre y fuego, levantar alambradas, muros de contención contra la democracia y decretar el año cero para proclamar que acaban de "crear el mundo", el "cambio verdadero" pero hacia atrás, hacia la carreta y la cavernas, como los jemeres rojos en Camboya. Pero más temprano que tarde caerán esas murallas de la ignominia como el Muro de Berlín y toda la Cortina de Hierro con él derribados por torrentes de libertad. Así lo veremos, porque no estamos ciegos ni sordos y creemos en Dios.