John Blundell, director general del London Institute of Ecomomic Affairs, el más influyente tanque de pensamiento del Reino Unido, en su interesante libro "Margaret Thatcher: Un retrato de la Dama de Hierro", la describe como "el eje central del rescate del país, despertándolo y dotándolo nuevamente del liderazgo mundial que había perdido".
Comenta que tras su elección como Primer Ministro, tras varios años en el Parlamento y con una sólida formación profesional en química y derecho, recibió cursos para mejorar su capacidad de oratoria, su tono de voz y adquirir las herramientas requeridas para cumplir a cabalidad el difícil rol que se le había encomendado.
¡Qué beneficioso sería para muchos de nuestros funcionarios, seguir este ejemplo de humildad y responsabilidad! A diario, somos testigos de su total desconocimiento de las más elementales reglas de educación y urbanidad, cuido de su imagen, lenguaje gestual, cumplimiento del estricto protocolo que se exige en las diferentes actividades públicas.
Si nuestro mundo globalizado, exigente y competitivo ofrece capacitación para actividades tan diversas como concursos de belleza, es mandatorio que los que ocupan importantes posiciones en la conducción del Estado, estén conscientes de sus propias limitaciones y de la necesidad de superarlas. Como figuras públicas, deben despojarse de simpatías particulares, de filiaciones partidarias, y sobre todo de su mal carácter y de muchos hábitos de mala educación o resentimiento social. Es en la infancia y en el hogar donde se adquieren los buenos modales, la urbanidad y la ética, practicados en el trato diario y en las relaciones con los demás.
Sería de gran beneficio para estos funcionarios recibir una capita de barniz, que les inculcara el comportamiento adecuado en los medios diplomáticos, donde frases como "aunque no les guste" y "Fitch puede dar misa" y otras similares, están totalmente fuera de lugar.
El lenguaje peyorativo y prepotente que usa el Presidente Funes, en sus alocuciones sabatinas, en actos públicos, de mayor o menos importancia, y hasta en ocasiones solemnes como su rendición de cuentas a la Nación en la Asamblea Legislativa, está totalmente reñido con su alta investidura. Su ofensiva y tradicional impuntualidad demuestra que su ego le exige demostrar públicamente que él manda, y que todos los demás, diplomáticos incluidos, tienen obligación de esperarle. Internacionalmente, puso al país en evidencia llegando con l5 minutos de retraso a una audiencia con el Santo Padre, dejando en claro su culpable ignorancia sobre el protocolo a seguir con figuras de la talla del Pontífice, que exige a los jefes de Estado llegar por lo menos con una hora de anticipación.
Los diputados de la Asamblea frecuentemente avergüenzan con sus desafortunadas declaraciones, con el uso equivocado de ciertas expresiones, lo que nos lleva a concluir que independientemente de su formación académica, muchas veces discutible, fallan en desarrollo humano, y comportamiento social, tan necesarios para el trato con empresarios, diplomáticos y funcionarios de países con mayores niveles de cultura.
Estos desaciertos que ocurren en público, hacen sospechar cómo será su comportamiento en recepciones diplomáticas, qué modales mostraran en la mesa, poseerán algún mínimo nivel de cultura general, nociones de historia, costumbres y tradiciones, como para mantener una conversación de altura. Cuáles serán sus actitudes y comentarios, al consumir licores, si carecen de esa elegante sobriedad, que distingue a los bien nacidos.
Urge considerar estos aspectos al seleccionar a los funcionarios públicos, para someterlos a una estricta capacitación en urbanidad y buenos modales, evitando así que caigan en el ridículo a que nos están acostumbrando muchos de los del gobierno del cambio.
*Columnista de El Diario de Hoy.