“Comenzaron despacio, después más rápido. Ellos estaban dando vueltas; todo alrededor estaba dando vueltas —las lámparas, los muebles, las paredes, el piso— como el movimiento giratorio de una rueca. Cuando pasaron a las puertas, la rueda del vestido de Emma se enredó en los pantalones de su compañero de baile; sus piernas se enredaron; él miraba a ella y ella miraba a él; una languidez la cubrió, ella paró. Comenzando otra vez, el Vizconde, sus pasos más rápido ahora, la llevaba lejos hasta los recintos lejanos de la galería donde, jadeando, ella casi cayó, y, durante un instante, descansó su cabeza sobre su pecho. Y entonces, todavía dando vueltas y vueltas, aunque más despacio, él la llevó a su asiento; ella se apoyaba contra la pared y cubrió sus ojos con su mano.”
Emma Bovary en el vals descrito en la novela,
Madame Bovary de Gustave Flaubert (1856).
Gustave Flaubert publicó su primera novela, Madame Bovary: Escenas provinciales, en 1856, en forma serializada en la revista Revue de Paris, dedicándola a su abogado, Marie-Antoine-Jules Sénard, quien lo había defendido exitosamente ante las cortes judiciales de los censores del gobierno de Francia.
Es una novela de nuevo estilo y su tema es que el adulterio podría ser tan aburrido, tan “bourgeois” y pleno de “ennui” como el matrimonio. “Bourgeois”, durante este período, significaba algo similar al concepto de “ennui”, “esta sensación y modo de vida especial de represión que imaginamos como una población horrorosa de arañas trabajando en el cerebro individual y aburrido”, como lo define su contemporáneo,
Charles Baudelaire, también enjuiciado legalmente por su “atentado contra la moral burguesa” por la publicación de Les Fleurs du Mal (Las flores del mal).
Flaubert consideraba que está —en todas sus obras—dirigiéndose a la desesperación que sienten las personas sensibles ante la clase media caracterizada por lo que él denomina “la bêtise”, una especie de estupidez provincial generalizada que caracterizaba al período de “La Monarquía Burguesa” de Louis Philippe (1830 – 1840).
Flaubert escribió muchas obras: la novela Madame Bovary, los cuentos cortos Un corazón simple, La leyenda de San Julién el hospitalier y Herodias (publicados juntos como los Tres cuentos); La educación sentimental, y la novela incompleta Bouvard et Pécuchet, la encarnación cómica y monstruosa de la vulgaridad irónica mental del esfuerzo de acumulación dispersa de cualquier clase de conocimiento para lograr una falsa grandeza. Debemos agregar volúmenes de correspondencia sobre su estética de estilo literario y la agonía nerviosa que sufría cuando escribía.
Flaubert introdujo dos modalidades estéticas especiales, que no formaban parte de los características de las novelas antes de que él comenzara a publicar sus obras. Estos son el pesimismo y el énfasis en el estilo, especialmente, la ironía, esta sofisticación que consiste en la habilidad de mantener dos conceptos opuestos o diferentes, en suspensión simultánea en la mente, hasta tal punto que, sin Flaubert, no hubiéramos podido tener a Marcel Proust, Émile Zola, Honoré de Balzac, Virginia Woolf, Henry James o James Joyce, por ejemplo.
Flaubert produjo estos enormes derrumbes estilísticos en sus escritos durante el siglo XIX (es decir, su nuevo énfasis en el estilo y el pesimismo de la ironía y “la bêtise” junto con la búsqueda de lo que Flaubert consideraba casi hallar el Santo Grial: “le mot juste”, o sea, la palabra exacta que encarna estos cambios en el estilo).
Consideremos lo que Flaubert explica en una carta a su amante, otra escritora, Louise Colet, el 15 de enero de 1853:
“Me ha costado cinco días escribir una sola página… Lo que me preocupa en mi libro es la insuficiencia del elemento de la diversión cómica.
Hay poca acción. Pero mantengo que las imágenes son la acción. Es más difícil sostener el interés en el libro por este medio, pero si uno fracasa, es un fracaso de estilo. Ya he compuesto un bosquejo de cinco capítulos en los que nada ocurre. Es un dibujo continuo de la vida de una aldea y de un romance inactivo, un romance que es especialmente difícil de pintar porque es simultáneamente tímido y profundo, pero, “hélas”, sin nada de la pasión silvestre e interna.
Un espasmo la tiró para atrás al colchón. Todos se acercaron. Ya no existía”.
La agonía de la palabra con que luchó Flaubert para conquistar las imágenes y el pesimismo es siempre resumida en su famoso comentario al fin del proceso legal en su contra: “Madame Bovary, c'est moi” (Madame Bovary, soy yo).
FIN