Cómo no fosilizarse en vida

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26 mayo 2013

"La pasividad es uno de los grandes venenos de estos tiempos", escribe Susanna Tamaro en su libro lleno de sabiduría "Querida Mathilda". Y yo estoy totalmente de acuerdo con ella. "Uno se vuelve pasivo" --explica Susanna-- "en el momento mismo que decide no crecer más, en el momento en que se detiene porque piensa que no puede o que no debe ir más allá. Se gira un conmutador y, al girarlo, uno se cierra ante la riqueza que la vida le sigue ofreciendo". Lo malo, pienso yo, es que, para muchos, la pasividad aparece ayudada por lo que a primera vista parece una actividad progresista: el multiforme mundo de la Internet y las redes sociales.

Yo estoy muy agradecido al vasto y colorido mundo de Internet. No tanto al de las redes sociales, donde encuentro mucha vanidad en Facebook y mucho juicio irresponsable en tantos twitteros. ¿Dónde está la pasividad en el uso de estos medios? No desde luego en la pasividad física, pues abundan los que emplean largas horas del día lanzando correos de Internet, a diestro y siniestro, en largas listas muchas veces irresponsablemente abiertas, con toda clase de power-points, chistes ilustrados y --lo que es peor-- exigencias de que uno envíe a todas sus amistades algo que esas personas consideran de vital importancia. Todo eso puede hacerse empleando circuitos mentales casi automáticos y crea en muchos una adicción casi tan fuerte como la peor de las drogas. La reflexión profunda, la admiración llena de sabiduría, las decisiones prudentes, suelen estar ausentes en todos esos trajines. No digamos del silencio y la soledad interior y el tiempo dedicado a la lectura de un libro; todo ello, silencio, soledad y páginas del libro, abiertos al mundo del espíritu.

"La soledad" --dice Susanna Tamaro-- "es el medio más extraordinario para entrar en intimidad con nosotros mismos. Y paradójicamente, la soledad es también el mejor medio para aprender a comunicarse. Tan sólo conociéndome, es decir, conociendo mi interioridad, puedo hablar a la interioridad del otro." Y es en la soledad activa y silenciosa donde mejor se encuentra a Dios, el gran olvidado por tantos.

Gran parte de las personas de nuestro siglo le tienen un terror tremendo a la soledad, al silencio, porque no tienen nada en qué pensar, nada que decirse, en qué reflexionar. Están vacíos por dentro. Esa es la peor pasividad; no la física, sino la espiritual. Necesitan distraerse, necesitan sonido, música, palabras, imágenes, barullo, que les hagan huir del vacío interior. Y con una nueva foto suya en Facebook, un video en YouTube, una canción estridente en su móvil, etc., ahuyentan de momento el peligro de toparse con su fosilización espiritual.

Lo que mata a muchos jubilados no es el colesterol en las coronarias, el infarto traidor y repentino, sino comprobar, casi de repente, que no tienen nada qué hacer. No cultivaron ninguna afición intelectual y la actividad física ahora está frecuentemente muy disminuida. Ya no tienen un trabajo que para muchos fue distracción pero nunca fue vocación a desarrollar y perfeccionar. Aquello ya se terminó y entonces surge la terrible pregunta: -¿y ahora qué hago? ¿en qué empleo las largas horas de cada día?

¿Quieren ustedes seguir vivos por dentro? Mantengan su capacidad de asombrarse, de descubrir la novedad y la belleza que ya estaba a su alrededor y en la que no se habían fijado; descubran cosas nuevas donde sea --también en Internet, por supuesto-- pero cosas o ideas que le hagan reflexionar, que le hagan ahondar en el sentido de la vida. También ayuda a estar activos esa música de calidad perenne, la que tiene algo de divina y permanece viva y a través de los siglos. Descubran lo que hay de sagrado en su alma pero también en su cuerpo. Aprendan a escuchar a aquellas personas que merece la pena ser escuchadas. Y ayuden a tanta gente de su alrededor que necesita su ayuda, precisamente la suya.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

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