El legado político de Margaret Thatcher

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12 abril 2013

El Reino Unido, de estar en el caos social y económico en 1979, pasó a ser en pocos años y de la mano de Margaret Thatcher como Primera Ministra, no sólo una potencia económica en el concierto mundial, sino un punto de referencia. De un país "secuestrado" por los sindicatos, a una nación orgullosa de su potencial y segura de su futuro.

Con frecuencia, se hace énfasis en el profundo convencimiento que Margaret Thatcher tenía acerca de la importancia de la libertad de las personas, y consecuentemente, del papel que le corresponde al Estado en la salvaguarda de la misma. Pero tengo la impresión, de que el enfoque frecuentemente adoptado en los análisis, suele ser más económico que político, cargando las tintas en el aspecto económico-liberal de su pensamiento, y olvidándose en cierto modo que la Sra. Thatcher antes que economista, fue política.

Lo dejó ver siempre en sus actuaciones públicas, y en la naturaleza de sus decisiones de gobierno. Acciones que, si bien tienen consecuencias principalmente económicas, son de matriz política, y que sólo podían echarse a andar en un país de larga historia de respeto a la ley, y de un fuerte tejido y tradición política.

Era una mujer brillante. Se definía a sí misma como una política de convicciones, más que de consenso, y vaya sí tenía convicciones claras y firmes, como refleja en una declaración hecha a finales de los años Ochenta: "Me parece que hemos vivido unos tiempos en los que a demasiada gente se les ha hecho entender que si tienen un problema, es tarea del gobierno resolvérselo (…), y por ello responsabilizan a la sociedad de sus dificultades personales. Pero, como es bien sabido, la sociedad en sí es nada. Existen hombres y mujeres individuales, existen familias. Y ningún gobierno podría lograr nada a menos que lo haga por medio de las personas, quienes, por otra parte, siempre miran primero por sí mismas".

Tenía firmes y claras ideas políticas: las personas primero, la sociedad después. Y para ello, el deber del Estado es salvaguardar la libertad personal, remover obstáculos a la libre iniciativa, empoderar a la gente para que con el libre ejercicio de su trabajo, contribuyan primero al bienestar propio y de su familia, y luego al de la sociedad en general.

La cita continúa: "nuestro primer deber es velar cada uno por sí mismo, y luego por su vecindario. La gente ha tenido demasiado en mente sus derechos, pero no sus deberes. En realidad un derecho no es tal, si primero no se cumple con los propios deberes".

Era una opositora frontal al socialismo pero no por convencimiento meramente económico, sino netamente político: consideraba que el bien de la libertad individual está por encima del así llamado bien social; en contraposición de muchos que piensan que el verdadero mal del socialismo, o del Estado paternalista, es que sencillamente no funciona. Ella no, iba a fondo: lo que está en juego no es sólo la prosperidad económica, sino la dignidad misma de las personas.

Cambió su país a través de sus ideas políticas, y no a partir de planteamientos económicos. Para ella "la economía no es más que el camino, el objetivo es cambiar el corazón y el alma de las personas", para cambiar el Reino Unido.

Le importaba la persona individual y sus problemas, y sabía que para resolverlos el Estado tenía que contar con recursos (el buen samaritano --dijo en una ocasión-- quiso ayudar al necesitado, pero nadie lo recordaría, si no hubiera contado con el dinero para hacerlo…). Se puso manos a la obra y logró ambas: libertad política y prosperidad económica, en ese orden.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org