La muerte de las Mariposas

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24 abril 2013

Minerva, Patria y María Teresa Mirabal eras tres jóvenes y bellas mujeres. El 25 de noviembre de 1960 las tres hermanas fueron asesinadas de la manera más salvaje por órdenes del entonces dictador de la República Dominicana general Rafael Leonidas Trujillo. Patria tenía 36 años, Minerva 34 y María Teresa 24. Las mataron porque luchaban contra la dictadura.

El día de su muerte ellas venían de visitar a sus respetivos esposos. Estaban presos acusados de ser enemigos del gobierno. A medio camino, en la oscurana, un grupo de esbirros les mandó alto en un recodo del camino. A pocos metros de la solitaria carretera había un precipicio. El aire quieto y pesado, las caprichosas sombras que la luna proyectaba y el silencio de los hombres, se combinaban para producir premoniciones de tragedia.

Uno de los sicarios, con el inmerecido nombre de Ciriaco de la Rosa, testificó después del asesinato que: "Después de apresarlas las llevamos al sitio cerca del abismo donde ordené a Rojas Lora que agarrara unos palos y se llevara a una de las muchachas, cumplió la orden en el acto y se llevó a una de ellas, la de las trenzas largas. Alfonso Cruz eligió la más alta. Yo elegí a la más bajita y gordita. Esa es la verdad del caso. Yo no quiero engañar a la justicia ni al pueblo. Traté de evitar el desastre, pero no pude, porque de lo contrario Trujillo nos hubiera matado a todos".

No les taparon los ojos, ni las acostaron boca abajo, ni nada. Solo las golpearon con palos gruesos como bates de béisbol hasta matarlas. A las hermanitas las encontraron con las cabezas deshechas, estranguladas y la piel reventada. Un año después, en medio del creciente repudio popular alimentado por el vil asesinato de las Mirabal, a quienes las llamaban las Mariposas, el dictador fue ametrallado como un gangster por sus mismos subalternos militares.

Leyendo la conmovedora historia de las hermanas Mirabal evoqué a muchas valientes mujeres que dieron sus vidas por hermosos ideales de libertad: Esmeralda, Mireya, Filomena, Lil, Mercedes, Maribel, Claudia, Arlen y tantas otras.

La lucha de los jóvenes latinoamericanos de mi generación fue, mayoritariamente, contra las dictaduras militares que durante décadas padecieron muchos de nuestros países. Ninguna persona honesta y cristiana puede justificar, por ninguna razón, la existencia de cárceles clandestinas, escuadrones de la muerte y cuerpos policiales torturadores como los que había en América Latina hace unas décadas.

Nada justifica el asesinato de las hermanas Mirabal, ni de ningún ciudadano por cuestiones políticas. Ninguna causa, ninguna, puede en mi opinión justificar las dictaduras de Pinochet, Rojas Pinilla, Somoza o Hernández Martínez.

Tampoco ninguna persona honesta y cristiana puede justificar la dictadura de Fidel Castro. Ese régimen policial que encarcela a periodistas y disidentes, que no permite ninguna voz crítica, que asfixia a la sociedad, es tan brutal o peor de lo fue el de Rafael Leonidas Trujillo. Nada puede justificar las matonerías, vulgaridades, concentración de poder y agresiones contra la oposición como lo que está ocurriendo en Venezuela.

¿Cómo puede alguien que dice luchar por la democracia ser socio de ese tipo de regímenes despóticos? ¿Cómo puede alguien decir que habla desde el punto de vista de las víctimas, los débiles y los pobres cuando no se condenan los fusilamientos y las reiteradas violaciones de los derechos humanos que comete el gobierno de Cuba?

Sigo preguntando: ¿Es coherente pasarse la vida recordando a los secuestrados y desaparecidos bajo las dictaduras y quedarse vergonzosamente callados ante el drama terrible que viven los secuestrados (la mayoría civiles) por los terroristas de las FARC? Esos mismos a los que Chávez, en vida, llamó bolivarianos como él, y que Daniel Ortega llama hermanos revolucionarios.

El demócrata verdadero y sin adjetivos, es el que siente indignación por crímenes como el relatado al inicio de este escrito. Es el que no guarda silencio o titubea ante las nuevas dictaduras del Siglo XXI. Ante los derechos humanos, un gobernante o aspirante a serlo sólo puede tener dos actitudes: o los respeta o los viola. Pasa lo mismo con la libertad: o se le ama o se le desprecia.

* Columnista de El Diario de Hoy