Sobre los pecados de la Iglesia

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31 marzo 2013

Hay gente ingenua que se escandaliza al saber que dentro de la Iglesia Católica hay pecadores, no sólo entre los seglares, los cristianos de a pie, sino también entre sacerdotes, religiosos, obispos y cardenales. Y hay enemigos acérrimos de la Iglesia que se encargan, con gozo, de difundir insistentemente esos pecados, aumentándolos lo más que pueden y añadiendo otros de su propia invención.

Lo peor es cuando un elogio de Benedicto XVI se adorna con una crítica despiadada hacia toda la Iglesia. Así, por ejemplo con el artículo de Vargas Llosa El hombre que estorbaba. Peor aún la homilía incendiaria de un cura español --el video circula ampliamente por Internet-- que lleno de amor por Benedicto XVI no trepida en decir que renunció porque "le doblaron la mano" y "le dejaron solo". ¿Quiénes le dejaron solo? ¿Toda la Curia? ¡Toda la Iglesia, menos él y su parroquia! Supongo su buena intención pero pésimo e irresponsable criterio.

Benedicto XVI nunca estuvo solo y el papa Francisco tampoco lo estará, pero ambos saben perfectamente que los mayores peligros de la Iglesia vienen de dentro y que por repugnantes que sean los pecados de los curas pedófilos eso es algo secundario a un derrumbe previo de la fe de esos sacerdotes. Ambos, Benedicto y Francisco, saben que los pecados peores no son los del dinero, el arribismo o el sexo. Saben que la peor corrupción es la que ataca la fe. Son las teologías enseñadas en universidades presuntamente católicas que en realidad son corrosiones de la fe. Saben que hay exégesis bíblicas que --como señala Messori-- diseccionan la Escritura como si fuera cualquier otro texto antiguo, aceptando acríticamente un método llamado "histórico-crítico", creado en el siglo XX por ateos o protestantes secularizados y que más que crítico es ideológico.

En uno de sus libros –-creo que en el primer tomo de Jesús de Nazaret-- Benedicto XVI incluye dos chistes sobre la corrupción de la Iglesia. El primero es el de un judío que va a Roma y se convierte al catolicismo y cuando vuelve a los suyos le reprochan que si no había visto en Roma la vida corrupta de tantos eclesiásticos. El judío dice que precisamente por eso, si a pesar de eso, la Iglesia no había desaparecido en veinte siglos, era clara señal de que era divina. En el otro chiste es Napoleón, joven y arrogante, que asegura que él destruirá la Iglesia Católica. Entonces dos cardenales le dicen con sorna: "¡Con que ni siquiera hemos podido nosotros…!"

Gente ingenua: ¿por qué Jesús eligió a Judas y permitió que le traicionara? No lo sé, claro, pero una de las enseñanzas que se deducen es que si falló alguien elegido por el mismo Jesús, no es extraño que a lo largo de los siglos, dentro de la Iglesia, seguirían sucediéndose muchos otros Judas.

La Iglesia Católica tiene signos en exceso, abrumadores, para ver que es una institución divina, Santa en su doctrina, en su moral, en sus santos canonizados y en tantos otros santos anónimos, eclesiásticos y seglares, que pasan inadvertidos, creyendo en ella, rezando y sacrificándose por ella, doliéndose pero sin desesperarse al comprobar los pecados de muchos otros católicos. Como dijo Blas Pascal, insigne matemático y pensador católico, la Iglesia siempre estará viva, llena de vida y de fecundidad pero, en ella, Jesús siempre, de algún modo misterioso, seguirá estando en agonía. ¿Clero indigno, entre abusos sexuales y negocios turbios? No debería sorprendernos -escribe Vittorio Messori- pues es, en su rostro humano, tanto casta como meretriz, tanto madre de los santos como refugio y patria de los pecadores. ¿Perseguida? Si no lo fuera, desmentiría la advertencia de Cristo a sus discípulos, diciéndoles que no esperasen ser tratados de modo diferente que su Maestro.

Ahora le toca al papa Francisco, que ya sabe que los peores enemigos a veces están dentro de la propia casa.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

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