Bajo la mano súper dura

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28 febrero 2013

Las autoridades del Centro de Readaptación de Menores interpretaron la ausencia de Jorge como una falta grave a la fase de confianza que le habían otorgado. A pesar de existir evidencias de que había estado detenido los días anteriores por la policía, le suspendieron sus beneficios por todo un año.

Después, volvió a recuperarlos por su buena conducta y pudo visitar de nuevo a su padre los fines de semana. El anciano continuaba enfermo y ya casi ciego. La apretura económica impedía que tuviese la atención médica adecuada y no había más remedio que soportar, soportar y soportar. Abrigando la esperanza de que un día la enfermedad desapareciera por sí sola. Después de ocho años viviendo en los correccionales juveniles, Jorge finalmente terminó de purgar sus cuentas con la ley y recibió la libertad. Era el momento de seguir el camino que se había propuesto: encontrar un trabajo para ganarse la vida.

Sus antecedentes penales y sus tatuajes eran un obstáculo serio para hacer realidad su deseo. Pero un amigo ex pandillero le informó de una construcción en donde daban oportunidad de empleo a jóvenes como él. Jorge solicitó el trabajo y, en efecto, se lo otorgaron. Comenzó a trabajar de albañil pero por esos días comenzó a escucharse de una nueva política de ley súper mano dura.

Las cosas se ponían difíciles para jóvenes como él que buscaban insertarse laboralmente. Cada día se volvía más riesgoso ir a trabajar en la construcción. No sabía si al final del día podría volver al lado de su padre enfermo o si tendría que pasar otra semana en las bartolinas. En el peor de los casos, alguien podía fabricar contra él un caso ficticio que le enviara a internamiento.

La situación llegó a un punto en el que era ya insostenible el poder desplazarse por las calles de la ciudad. Jorge tuvo que abandonar su trabajo y no pudiendo ganarse la vida como lo había hecho por casi un año comenzó a sobrevivir a veces robando y a veces vendiendo droga al menudeo. Las cosas cambiaron cuando su padre murió. Jorge se quedaba solo en el mundo.

El recuerdo de su amoroso padre y lo mucho que había sufrido por su conducta de pandillero le dolía en el alma. La bebida se volvió su aliada y se vio convertido en un alcohólico a los 21 años de edad.

Como otros alcohólicos y con el agravante de sus tatuajes fue a parar a las bartolinas en varias ocasiones. Pero, en una de ellas, encontró un libro olvidado. Al ojearlo se dio cuenta que se trataba de una Biblia. Al comenzar a leer el libro de Dios, Jorge rememoró su primera infancia cuando su padre le llevaba a la iglesia Elim.

La semilla de las enseñanzas cristianas comenzaron a aflorar en su corazón y ante el hecho innegable que Dios le hablaba, Jorge comenzó a llorar ante los aproximadamente cuarenta hombres que se apiñaban en la bartolina. Un pandillero no debe llorar y menos ante tantas personas, pero él no podía evitarlo y, además, le hacía bien a su corazón.

Jorge redescubrió el valor de aquella Biblia que alguien había despreciado pero que, para él, era una fuente de luz tan preciada que se rehusaba a soltarla incluso cuando dormía.

*Pastor general

de la misión cristiana Elim.