Papa Francisco confirmó a 12 personas en Vigilia Pascual

Además instó a difundir la esperanza ante un mundo que necesita de fe y del amor misericordioso de  Dios

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El Papa realizó una visita pastotal a Carpi (Emilia-Romaña

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26 March 2016

El papa Francisco bautizó y dio la comunión y la confirmación a doce personas de diferentes edades y nacionalidades durante la Vigilia Pascual, uno de los ritos de la Semana Santa que se celebró en la basílica de San Pedro.


El papa Francisco pidió ayer a la Iglesia y a los fieles católicos que difundan la esperanza ante un mundo sediento de ella, durante su homilía en la Vigilia del Sábado Santo celebrada en la basílica de San Pedro.


En la Vigilia Pascual, el rito de la Semana Santa en la que los católicos esperan la resurrección de Jesucristo, Francisco recalcó cómo hoy se necesita tanta esperanza y que es necesario difundirla y anunciar al Resucitado “con la vida y mediante el amor”.


“Si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo”, agregó.


En una de las ceremonias más solemnes y cargadas de simbología de la Semana Santa, Francisco puso el ejemplo de Pedro que tras la muerte de Cristo no se dejo “ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada”.


“Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla”, agregó Francisco, quien también citó a las mujeres que acudieron al sepulcro.


E indicó a los fieles que, al igual que Pedro y las mujeres, “tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos”.  Aconsejó abrir “nuestros sepulcros sellados para que Jesús entre y lo llene de vida” y deshacerse “del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas, de las debilidades y de las caídas”.


Entre estas piedras pesadas, Francisco citó sobre todo que la primera en remover debe ser “el ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida”.


Explicó que la esperanza cristiana no es “simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo” sino salir de si mismo y entregarse a Dios.


Les dijo que la resurrección de Dios les invita “a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida”.


La ceremonia comenzó en total silencio y con una basílica de San Pedro completamente a oscuras para representar la ausencia de luz tras la muerte de Jesucristo.


El Papa argentino impartió la tradicional bendición Urbi et Orbi (para la ciudad y para el mundo) desde la logia central de la basílica.


¿Qué es Urbi et Orbi?
Urbi et orbi, palabras que en latín significan “a la ciudad,  Roma, y al mundo”. Eran la fórmula habitual con la que empezaban las proclamas del Imperio Romano. En la actualidad es la bendición más solemne que imparte el Papa, y sólo él, dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.


La bendición Urbi et orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de diciembre. Se hace desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, llamado por eso Balcón de las bendiciones, adornado con cortinas y colgantes, y con el trono del Papa colocado allí, y para ella el Papa suele revestirse con ornamentos solemnes (mitra, báculo, estola y capa pluvial) y va precedido de cruz procesional y acompañado de cardenales-diáconos y ceremonieros. También es impartida por el Papa el día de su elección; es decir, al final del cónclave en el momento en que se presenta ante Roma y el mundo como nuevo sucesor de San Pedro.


La característica fundamental de esta bendición para los fieles católicos es que otorga la remisión por las penas debidas por pecados ya perdonados, es decir, confiere una indulgencia plenaria bajo las condiciones determinadas por el Derecho Canónico (haber confesado y comulgado, y no haber caído en pecado mortal). La culpa por el pecado es remitida por el Sacramento de la Reconciliación (confesión), de manera que la persona vuelve a estar en gracia de Dios, por lo cual se salvará si no vuelve a caer en pecado mortal; empero, la pena debida por esos mismos pecados debe ser satisfecha, es decir, se debe reparar y compensar el desorden introducido por el pecado.