Cuatro jóvenes que residían en diversas comunidades del cantón Tierra Blanca fueron sacados de sus casas a la medianoche del domingo y minutos después fueron asesinados en tres calles de la comunidad San Hilario.
Hasta ayer al mediodía, la Fiscalía sólo había identificado a tres de los asesinados como José Ramiro Gómez Mejía, de 22 años, Ernesto de Jesús Molina Arévalo, también de 22, y César David Hernández Ramírez, de 18.
La comunidad San Hilario es parte del cantón Tierra Blanca, en el municipio de Jiquilisco, departamento de Usulután, donde desde a mediados de 2014, los asesinatos han sido frecuentes, según cuentan sus habitantes.
La masacre cometida entre la medianoche del domingo es la segunda que se registra en esa comunidad en menos de un año.
Ambas han sido cometidas casi con exacta similitud, según comentan los lugareños, algunos de los cuales dijeron ayer que los asesinados eran parte de la mara Salvatrucha, en tanto que otros los consideraron como jóvenes trabajadores. Eso mismo dijeron las madres de tres de los muertos.
El 10 de mayo de 2015, mataron a tres jóvenes. Los sacaron de sus casas y al siguiente día hallaron los cadáveres en fila en una calle polvosa de San Hilario. Uno de estos asesinados tenía cierto parentesco con uno de los ejecutados anteayer a la medianoche.
Mensaje de advertencia
En los dos casos, las víctimas fueron asesinadas con armas largas. Pero la matanza del domingo tiene un rasgo bien particular: ya había sido anunciada.
De acuerdo con una mujer, familiar de uno de los asesinados, el viernes 19 de febrero de este año, al teléfono de un miembro de la familia a la que por afinidad estaba vinculado Hernández Ramírez, cayó un mensaje amenazante.
Palabras más, palabras menos, en el mensaje de texto advertían a una mujer residente en San Hilario a que sacara a los mareros que les daba cabida en su casa porque de lo contrario, le matarían a otros familiares.
El mensaje indicaba claramente que si la mujer no obedecía, le matarían a las hijas que estudiaban en el centro escolar de la comunidad.
Al final del mensaje, decían que eran la Sombra Negra, que quitaba brazos, cabezas y pies. Luego le reiteraban que le hicieran llegar el mensaje a alguien en específico, cuyo nombre no se revela por seguridad de esa persona.
Molina Arévalo, otro de los asesinados, al parecer ya estaba al corriente de la advertencia, pues hacía algunos días que le había dicho a su madre que quería irse de la comunidad pero que no tenía para dónde mudarse.
Según la mujer, su hijo no le quiso explicar por qué se quería marchar.
De acuerdo con testigos de la masacre, a las 12:00 de la noche del domingo, varios grupos armados llegaron simultáneamente a las casas de cada uno de los cuatro jóvenes diciendo que eran policías.
Algunos no querían abrir pero ante la amenaza de tumbar las puertas, accedieron.
Inmediatamente llamaron a los hombres por sus nombres y al resto de la familia les ordenaron tenderse boca a bajo y luego encerrarse.
A menos de cinco minutos de llevárselos, se oyeron varias ráfagas de fusil. De inmediato, los familiares recorrieron las calles de San Hilario.
No tardaron mucho en tropezar con los cadáveres. A diferencia de la masacre del 10 de mayo de 2015, esta vez los cuerpos estaban dispersos.
Impotentes, los familiares escucharon que los carros (uno gris y otro rojo) se retiraban de la comunidad. Avisaron de inmediato a la Policía, pero tardaron mucho tiempo en llegar. Unos afirman que media hora; otros dicen que casi dos horas, a pesar de que en el cantón Tierra Blanca hay un puesto policial que hubiese llegado cinco o siete minutos a San Hilario.