Candidatos: cuidado con la parálisis

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16 marzo 2013

La parálisis nunca es buena. Entumece los sentidos y edifica murallas difíciles de remontar. No es recomendable ni para el Estado ni para las empresas ni para las familias. Tampoco para los individuos. Si se tolera, las democracias se estancan, las familias se desintegran, las empresas quiebran y los individuos no encuentran la razón de su existencia. El antídoto es la movilización, la reforma, el cambio de paradigmas.

Si como resultado de ese atasco se deja de creer y de actuar con coherencia, se renuncia a la esperanza y muere el dinamismo. Sin los balseros huyendo de la isla para recuperar la libertad, Cuba continuaría con las restricciones absolutas a los derechos fundamentales. Sin los miles de inmigrantes que lo abandonan todo por el sueño americano, Estados Unidos no tendría entre sus prioridades la reforma migratoria. De no surgir los personajes suramericanos que han concentrado el poder y han hecho del populismo su mejor estrategia electoral ¿habría reaccionado la conciencia de los latinoamericanos frente a tanta miseria humana y corrupción política?

Por esta razón es fundamental que los liderazgos políticos y sociales cultiven un afán reformista. Ese espíritu renovador rompe el estancamiento de las sociedades cuyos ciudadanos han renunciado a una vida más plena. Se trata de un anhelo que alimenta la ilusión de los pueblos y les promete una vida mejor. Es un sentimiento que invita a modernizar la institucionalidad, a quebrar esquemas y a desechar el conformismo que peligrosamente acepta como normal la situación de pobreza y exclusión. Un lamentable ejemplo es el nicaragüense, donde la mayoría, pobres y ricos, aceptaron que los Ortega llegaron para quedarse y que en consecuencia se deben amoldar sus intereses a los de quienes manejan el Estado.

Por el contrario, más al norte, Enrique Peña Nieto ha entendido muy bien el impacto que genera la transformación de todo aquello que se creía inmóvil. En sus primeros cien días, ha impulsado importantes reformas en los sectores de educación y de las telecomunicaciones, además de promover firmemente el cumplimiento de la legalidad. Con la captura de "La profe", la líder sindical más importante de México, el gobernante priista revitalizó el concepto de justicia y comprobó a sus compatriotas que la impunidad no es invencible. Apenas inicia su mandato pero ha demostrado que no llegó sólo a administrar los problemas, sino a buscar soluciones y a promover el diálogo y la negociación entre las diferentes expresiones políticas. Quiere rejuvenecer el nacionalismo mexicano, ese orgullo que sienten sus habitantes de pertenecer a la tierra tapatía y que había dejado de brindarles sucesos que pudieran mostrar como medallas en el pecho.

Sin la audacia de Peña Nieto ni con la oportunidad debida, El Salvador también ha procurado avanzar durante los últimos veinte años. Hemos reformado la justicia, el sistema político y las entidades reguladoras del mercado. Con esa nueva institucionalidad es muy difícil que a los agentes económicos se les ocurra violentar la libre competencia y los derechos del consumidor. Los partidos políticos, a diferencia del pasado, ya no contemplan el fraude electoral como una de sus estrategias para acceder al poder político. Y aunque todavía muy reciente, contamos con una Sala de lo Constitucional que ha derribado los planes de quienes pensaban continuar manipulando la justicia constitucional.

Sin embargo esa ola reformista no superó todos los problemas. Aún existe impunidad, corrupción e injusticia social. La inseguridad atropella los derechos humanos diariamente; la parcialidad de la justicia se mezcla con la política y obstaculiza que a cada quien le den lo que le corresponde; la débil institucionalidad alienta el incumplimiento de la normativa laboral, la medio ambiental y la de tránsito. Carecemos de justicia electoral y los comicios si bien son transparentes, libres y periódicos, presentan serios matices de inequidad en materia de financiamiento político. Nuestras autoridades en los últimos quinquenios no han fomentado el diálogo social y por el contrario explotaron el miedo, la polarización, la lucha de clases y las diferencias ideológicas para ganar popularidad. Salvo contadas excepciones, la mayoría de instituciones continúan al servicio de los partidos políticos o del gobernante de turno. Como consecuencia disminuye la confianza en el país, crece la pobreza, aumenta el desempleo y la gente continúa migrando.

El reto es enorme para los candidatos presidenciales. Necesitan creatividad, solvencia y un buen equipo. La nota positiva de la historia es que de manera similar a los casos de los balseros cubanos y al de los inmigrantes, en El Salvador es la sociedad civil la que avanza con paso firme para convertirse en el dinamo, en el generador de las grandes transformaciones.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@LMRRelsalvador