Francisco

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19 marzo 2013

La Iglesia Católica ha elegido a un nuevo hermano para que asuma el ministerio de Pedro. La semana pasada la historia de la Iglesia comenzó un nuevo camino bajo el liderazgo del cardenal Jorge Mario Bergoglio, ahora papa Francisco. Ya mucho se ha escrito sobre él y ojalá estas líneas inspiren nuevas ideas sobre este significativo hecho.

Entre los signos más visibles del nuevo papa destaca su sobriedad. De los más notorios son el uso de la muceta blanca (en lugar de la roja), la misma cruz sobre su pecho (en lugar de cambiar a la de oro), el haber pedido que oráramos por él, su leve inclinación de cuerpo para recibir dichas oraciones, el usar el bus, su calzado normal y el hacer uso de vehículos que no sean de lujo para transportarse.

Y, aunque ya alguien me comentaba que los signos exteriores no eran lo importante, sí es necesario tratar de descubrir en medio de ellos la verdadera naturaleza de nuestro nuevo papa. Lo superficial es únicamente eso. Y si lo superficial no es reflejo de lo interior, entonces no sirve para nada. Pero si todos estos signos reflejan fielmente una nueva espiritualidad, entonces sí son relevantes.

La sobriedad en el vivir del Vaticano es una poderosa señal de solidaridad con los pobres. Los excesos, los lujos y lo ostentoso no es sólo innecesario, sino que incluso puede ser insultante para aquellos que viven sumidos en la pobreza. ¿Cómo ser iglesia que quiera servir a los pobres si su actuar está rodeado de irrelevante suntuosidad? Aunque San Francisco de Asís se empobreciera en su proceso de conversión, la Iglesia necesita al menos ganar mucho en sobriedad, sencillez y austeridad.

No tardaron en surgir detractores del papa que han intentado manchar su pasado vinculándolo a crímenes cometidos en la época de la dictadura en Argentina. Es posible que el entonces responsable de los jesuitas en ese país no comulgara con una teología de la liberación activa y comprometida. Sin embargo, distante está la afirmación que hubiera apoyado incluso a los que secuestraron y torturaron a dos de sus hermanos jesuitas.

El papa Francisco deberá enfrentar muchos retos. Hay temas doctrinarios como la prohibición de la comunión a los divorciados y vueltos a casar, el uso de preservativos y la exclusión de la mujer del clero. Hay temas éticos como la pederastia en la que sacerdotes se vieron involucrados y el manejo del Banco Vaticano. Hay temas de Gobierno, donde se espera una reforma de la curia romana y una mayor colegialidad. Pero el más importante es el tema pastoral y evangelizador.

El gran reto de la Iglesia es reencontrarse. Redescubrir en su seno la espiritualidad de Jesús y promover desde dentro una nueva comunidad de amor. Los primeros mensajes del papa Francisco han sido que seamos misericordiosos, que nos convirtamos en custodios de la creación, que no nos dejemos apabullar por el pesimismo y la persistencia del pecado en el mundo. En la cuaresma pasada como obispo de Buenos Aires nos envió un mensaje de resistencia al acostumbramiento, como principal enemigo a nuestra capacidad de asombrarnos cada día de les bendiciones que recibimos.

Vivimos en un mundo cada vez más secularizado, que ha debilitado la influencia de la Iglesia en la vida de las personas. Además el trabajo pastoral de los obispos y de los párrocos parece al menos distante de lo que pasa y se predica en Roma. Ahora el Obispo de Roma debe ser pastor y uno con su pueblo. Debe comenzar a vivir como espera que nosotros vivamos.

Siempre confiamos en la providencia y estamos seguros que Francisco era necesario para estos tiempos. Ojalá que su mensaje renovador encuentre en nosotros la resonancia que espera. Ojalá que su ejemplo promueva mayor solidaridad con los pobres y los débiles. Ojalá que logre inspirar una nueva Iglesia comprometida y evangelizadora.

*Columnista de El Diario de Hoy.