Declaración de intenciones

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01 febrero 2013

"Entendemos que nuestro país no puede salir adelante cuando sólo un puñado de gente, que cada vez son menos, viven muy bien, mientras la gran mayoría escasamente logra salir adelante". Son palabras de Barack Obama en el discurso de la toma de posesión de su segundo período presidencial.

La traducción es mía, y --como es natural-- acepta matices, pero la idea de fondo es esa: la grandeza de los Estados Unidos, la "prosperidad de América, debe descansar en muchos hombros, en los hombros de una cada vez más numerosa clase media", tal como el mismo Obama acotó.

Sabe, y lo subraya, que no se trata de que "todas las miserias de la sociedad puedan ser superadas por el trabajo exclusivo del gobierno", y por eso le apuesta a seguir haciendo de los Estados Unidos un país de oportunidades, y no una nación paternalista que pretende resolver todos los problemas desde las instancias gubernamentales.

Para decirlo de una vez: según su pensamiento, la verdadera inclusión no pasa por que los pocos que tienen mucho sean sustituidos por menos que tengan más, mientras los muchos que tienen poco son adormecidos con demagogia y discursos populistas, sino por fomentar y robustecer las dos columnas que sostienen el progreso: educación (preparación de las futuras generaciones) y libertades.

Las soluciones que Obama presenta a sus conciudadanos, para salir de las crisis y lograr más prosperidad, descansan en "forjar nuevas ideas y tecnología para rehacer nuestro gobierno, relanzar nuestro código de impuestos, reformar nuestras escuelas y empoderar a nuestros ciudadanos con las habilidades que necesitan para trabajar más duro, aprender más, llegar más alto".

Es la única manera: educación, empoderamiento, oportunidades. Sólo así se logra que los Estados Unidos sea un país de ciudadanos capaces de tomar riesgos y trabajar por su propio bien, y por el de su nación, y no una "nación de aprovechados", vividores dependientes de la caridad pública.

Sin lugar a dudas, una fórmula ganadora. Una manera de ver las cosas que se ha demostrado eficaz a lo largo de doscientos años, haciendo de cada ciudadano un motor de prosperidad, creando las condiciones para que cada persona llegue tan lejos como sea capaz, convirtiendo al gobierno no en un proveedor, sino en un guardián de las condiciones de igualdad en que --de acuerdo a sus convicciones-- todos los hombres han sido creados.

Por supuesto que entre el hacer y el hablar se encuentra el mar… que hay trecho por recorrer desde que se hace una declaración de intenciones y se alcanzan resultados. Pero hay naciones que no han superado el complejo de víctimas, la creencia de que todas las desgracias deben ser solucionadas por "el gobierno": así, entrecomillado, pues hay quienes entienden por gobierno un caudillo carismático, o el aparato estatal, o un grupito de iluminados.

Así les va: terminan por ser gobernados por un carismático mangoneador, o por un puñado de personajes que creen irracionalmente que todo es economía, y que mientras no desbanquen a los que acaparan el poder económico (tomándolo ellos, por supuesto), no podrán tener el control político que les permitirá trabajar por los pobres pobres.

Qué gran diferencia entre tener como aspiración que todos los ciudadanos alcancen una recompensa equivalente a sus esfuerzos, y querer hacerse con los hilos que mueven la sociedad para dar a la gente lo que "merece", simplemente porque sí… Es la misma que hay entre una sociedad que persigue y permite el desarrollo integral de sus habitantes, y otra que sólo posibilita el posicionamiento de una nueva y privilegiada minoría, o la conservación del estatus quo de la anterior.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org