Más allá del género

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04 enero 2013

No sé si ha reparado en el detalle: en su DUI, donde "debería" decir "sexo", dice "género", y a continuación (espero) aparece una F o una M.

Ese detalle responde a una forma de pensar, que hunde sus raíces en corrientes filosóficas y culturales muy importantes, que dan forma no sólo a la manera en que los seres humanos nos vemos a nosotros mismos, sino a cómo valoramos todo lo que nos rodea.

En pocas palabras: se sustenta en una concepción del ser humano según la cual nadie nace hombre o mujer. Se nace ser humano, y es la sociedad (cultura, educación, tradición, medio ambiente, etc.), quien nos determina; de tal manera que es perfectamente posible una persona femenina en un cuerpo masculino, o viceversa; siempre que ella, la persona, haya podido sacudirse el yugo social.

Por ello, lo verdaderamente importante para la realización personal es ser capaz de poder escoger libremente el género al que uno pertenece o va a pertenecer, tener la libertad de actuar en consecuencia, no tener trabas para cambiar de preferencia sexual siempre que a uno se le dé la gana, etc.

Gilles Bernheim, filósofo, pensador, y actual Gran Rabino de Francia, publicó en octubre pasado un tratado muy serio al respecto. Un documento que está siendo tomado en cuenta por los principales pensadores contemporáneos y forjadores de cultura, en el que trata el tema a fondo, partiendo de la célebre frase de Simone de Beauvoir: "mujer no se nace, se hace"; piedra fundacional de la llamada, a grandes rasgos, filosofía de género.

Bernheim argumenta que dicha corriente de pensamiento, más allá de una exaltación de la libertad individual, termina por ser un poderoso disolvente del tejido social contemporáneo, pues de llevar a término irrestrictamente sus principios y postulados, puede terminar por destruir no sólo la familia, sino la capacidad misma de los seres humanos para vivir en sociedad.

Beauvoir, al igual que su compañero de vida Sartre, parten de un dato fundamental: no hay nada, con excepción de la libertad misma del ser humano, que pueda condicionarnos a ser, y por lo tanto a actuar, de un modo determinado. De otro modo: no existe nada que pueda llamarse naturaleza humana, somos libertad. Los seres humanos no tenemos un modelo que imitar, un fin que alcanzar, un proyecto de vida que realizar: libertad en estado puro, incondicionada y libre.

Por lo tanto el cuerpo (con su carga genética que escapa a la propia voluntad), la sociedad (con sus normas morales y condicionamientos), la religión (con sus creencias indemostrables e impositivas), la familia (con su insostenible compromiso que coarta cualquier libertad), y cualquier cortapisa a nuestra voluntad libre, deben ser combatidas, derrotadas, para permitir no sólo que cada uno escoja sin influencias el género al que decida pertenecer, sino la incondicionalidad misma de su libre voluntad.

Entonces, el tema del género viene a ser solamente la punta del iceberg. Sus planteamientos celan posturas verdaderamente subversivas (en cuanto tienden a subvertir cualquier orden establecido), en el que el discurso machismo-feminismo, hombre-mujer, religión-ateísmo, autoridad-libertad, orden-anarquía, etc. Terminan por ser parejas dialécticas, protagonistas antagónicos del libre desarrollo de la libertad de cada uno.

Así, no es de extrañar que quienes están convencidos de que los seres humanos no somos más que espíritu y voluntad, seres autónomos y libres, se empeñen desde todas las instancias a su alcance en "liberarnos" de la naturaleza, del cuerpo, de la sociedad; utilizando para ello la democracia, el Estado de Derecho, la manipulación de la sensibilidad popular, o las preferencias sexuales de quien sea, a fin de terminar imponiendo su modo de ver la realidad.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org