El Estado parásito

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10 enero 2013

Fidel Castro accedió al poder en Cuba el 1 de enero de 1959 y se aferró a él por, al menos, los siguientes cincuenta y cuatro años --directamente hasta 2008, y a través de su hermano Raúl desde entonces--, creando así la tiranía más longeva y sombría en la historia de la América Latina. Esto no parecía probable cuando Castro entró en La Habana días después de la huida de su predecesor Fulgencio Batista, un tirano que en ese entonces se veía terrible pero que no le llegaba ni al tobillo a Castro en términos de lo sanguinario y obscurantista de su régimen.

Castro subió al poder ofreciendo libertad y progreso al pueblo cubano. En vez de eso, les dio esclavitud y el período más largo de declinación económica que haya sufrido un pueblo latinoamericano jamás. Cuba, que al momento de su accesión al poder era el país más rico y desarrollado de América Latina, es ahora un triste nido de miseria.

La miseria espiritual y material del régimen se está manifestando más claramente que de costumbre en estos días, cuando los líderes cubanos se esfuerzan por lograr rescatar de entre los escombros que quedarán a la muerte de Chávez, la limosna que Venezuela les pasa y así evitar el total colapso económico de Cuba. La limosna es de 15 mil millones de dólares, equivalentes a la cuarta parte del Producto Interno Bruto (PIB) de Cuba. Sin ella, Cuba no podría pagar sus importaciones, y la actividad económica en la isla, ya precaria, caería todavía más. La tarea de los Castro no es fácil, porque ninguno de los posibles sucesores de Chávez parece capaz de sostener este enorme subsidio, cuando hay mucha pobreza y mucha necesidad en Venezuela.

Esta situación es todavía más triste porque es una repetición de lo que pasó hace veinte años, cuando la Unión Soviética colapsó como consecuencia de las irracionalidades del mismo sistema comunista que ahoga a Cuba, y dejó de mandar la limosna que por las décadas anteriores le había mandado. La caída fue de más del 20 por ciento del PIB entre 1989 y 1992. Castro aguantó sólo porque empeoró la tiranía para sofocar las protestas.

Ahora Cuba se encuentra otra vez en la situación de un parásito que ha chupado tanto la sangre de su víctima que ésta ya no puede mantenerse viva si no recibe una transfusión de afuera. En los años noventa, los Castro encontraron otra fuente de transfusiones, la Venezuela de Chávez. Ahora que Chávez está muriendo, están buscando desesperadamente la manera de que Venezuela les siga dando la sangre que necesitan. Pero no importa lo que negocien los cubanos, los venezolanos no podrán entregar lo que están prometiendo.

La repetición de esta situación demuestra palpablemente lo que es obvio en muchas otras dimensiones, que el régimen comunista no sólo no genera riqueza sino que la destruye, y que funciona como un cáncer: mata al pueblo en el que se enquista.

Cualquier observador racional hubiera esperado que, con esos resultados, los cubanos habrían desalojado a los Castro y sus aliados décadas atrás. El hecho que no lo hicieron, y que los Castro estén todavía exprimiendo a la población, demuestra cómo la irracionalidad puede prevalecer sobre la racionalidad en todas las sociedades pero principalmente en las subdesarrolladas. Los Castro fracasaron en todas sus tareas excepto en una: ellos se posicionaron como los campeones de la destructividad como canal para dejar salir las presiones políticas de América Latina. Ellos se han mantenido populares entre los que no buscan mejorar la suerte de los pueblos sino dar salida a sus envidias y resentimientos, y entre los que usan esa destructividad para obtener el poder político y económico. Sólo así se puede explicar cómo un régimen tan tristemente fracasado puede seguir siendo popular entre tanta gente en Latinoamérica. El que esto pueda suceder es parte de la explicación de por qué somos subdesarrollados.

*Máster en Economía,

Northwestern University.

Columnista de El Diario de Hoy.