Pompa circunstancial

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26 enero 2013

El pasado lunes, durante la inauguración de su segundo período al frente del órgano Ejecutivo, Barack Obama pronunció un discurso que dejó helada a toda su audiencia. Más que la fuerza de sus palabras fue la temperatura, que llegó a tocar 1C en los terrenos del Mall de Washington, DC., el área verde que une los más de 5 kilómetros entre el Capitolio y el Memorial de Abraham Lincoln, en la que esperaban ver esta moderna coronación cerca de un millón de personas.

Temperaturas aparte, el gran problema de Obama es su fama de orador exquisito, porque las expectativas cada vez que abre la boca frente a un micrófono son enormes y aunque supera a muchos políticos en el arte de la oratoria, digamos que hasta ahora no ha alcanzado los niveles del "I have a dream" de Luther King Jr.

Su discurso de inauguración tampoco fue comparable al "Ask not, what your country can do for you", de Kennedy, sino más bien un florido arreglo en el que se dedicó a tirar huesos políticos a diversos grupos de votantes hambrientos. Huesos, porque cualquiera buscando la carne de política pública que pueda servir como hoja de ruta de lo que podría ser este segundo período, difícilmente la encontrará.

Innegablemente, fue significativa la alusión a diversos movimientos que han luchado por los derechos humanos cuando mencionó en el contexto de la igualdad que consagra la Declaración de Independencia de Estados Unidos hitos como "Seneca Falls, Selma y Stonewall". Sin embargo, el resto del discurso lo rodeó con lo que el editor de la revista Reason, Scott Shackford, tan acertadamente ha llamado "colectivismo holgazán", la acción colectiva, los llamados vagos a trabajar todos de la mano para lograr cambios (sin decir, por supuesto, cuáles serán los cambios, qué es lo que hay que cambiar, lo que costarán y quién pagará las cuentas).

Históricamente en la lucha de los derechos humanos, quienes han logrado cambiar la historia han sido precisamente los ciudadanos que han empujado, no para que el Estado magnánimamente les conceda derechos que antes no tenían, sino para apartar el yugo de desigualdades legales ratificadas por el Estado.

Por lo que los huesos políticos que el magnánimo orador tirara a su millonaria concurrencia (millonaria por la cantidad, pues de la recuperación económica sólo se ha anunciado que ya inició) equivalen, en resultados reales, a los saludos a su mamá que manda un participante en un programa de radio, o como mencionaba Shackford, las menciones de la ciudad que hace un cantante durante su concierto.

Pocos de los retos que mencionó en su discurso, puede conseguir Obama desde la Casa Blanca, pues las reformas tributarias, migratorias o de derecho de familia que se puede asumir a las que hacía referencia en su adornada oratoria dependen del Senado, en el que los republicanos pueden abusar del procedimiento entrampando indefinidamente cualquier discusión; del Congreso, en el que su partido no cuenta con la mayoría, y en el último caso, de la Corte Suprema de Justicia.

La única diferencia del discurso de Obama con la intervención de Beyonce es que Obama no la tenía pregrabada. Por lo demás, idéntico: en lo espectacular, lo perfectamente ejecutado, lo sobrio, lo emocionante; pero en términos de políticas públicas o promesas específicas: completamente irrelevante.

*Lic. en Derecho.

Columnista de El Diario de Hoy.