Eduardo Galeano y los pobres

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16 enero 2013

Eduardo Galeano es, lo confieso, uno de los escritores que más ha influido en mi manera de escribir. Desde que lo descubrí me impresionó su enorme talento para decir muchas cosas con pocas palabras. Contar grandes historias en pocos párrafos. El rey de la frase corta y el punto y seguido. En cierto modo fue un precursor del tuitero. Uno elegante y correcto, por supuesto.

No, no se puede negar que Eduardo Galeano es uno de los más brillantes escritores latinoamericanos. Estremecen sus crónicas intimistas de "Días y Noches de Amor y de Guerra"; los tres tomos de Memoria del Fuego, en donde mezcla historia, literatura y ficción, constituye, a mi juicio, su obra maestra. Es tan bueno el escritor uruguayo que hasta el menos afortunado de sus libros "La Venas Abiertas de América Latina", está muy bien escrito, a pesar de sus disparatados supuestos teóricos.

La única vez que lo vi en persona, y pude conversar con él unos minutos, fue hace mucho tiempo en Managua, cuando junto al gran poeta argentino Juan Gelmán y la escritora Claribel Alegría dieron un recital. Eran días de intensidad revolucionaria en Centroamérica. Ellos estaban jóvenes y yo, recién pasado los veinte, me alistaba para irme a la guerra. Me pareció un tipo afable, modesto, humano.

Y es que además uno establece una relación unilateral de afecto, con sus escritores favoritos. Además Eduardo Galeano siempre conmueve por su palabra de lado de los débiles, de los sufridos de la tierra, de los eternos ofendidos. Siempre del lado de los perdedores, incluso hasta en sus maravillosas crónicas sobre fútbol. Una de esas personas con las que uno siempre quiere tomarse un café, por el sólo placer de escucharlos hablar y contar historias.

Siempre consideré, aunque no comparto sus puntos de vista ideológicos, que es un hombre honesto. Y lo ratificó cuando hizo su dura crítica al atraco que perpetraron los comandantes sandinistas al Estado nicaragüense, después de haber perdido las elecciones de 1990.

Galeano en esa ocasión dijo sentir vergüenza por ese penoso episodio conocido universalmente como la piñata, mediante el cual los antiguos comandantes guerrilleros se robaron y se repartieron casas, fincas, dinero en efectivo, terrenos urbanos y hasta objetos como relojes lujosos y finas vajillas.

Por eso cuando vi en Youtube su presentación titulada: "Chávez, ese extraño dictador", no dejé de sentir cierta tristeza. En ella, Eduardo Galeano, hace una casi fanática defensa del comandante que hoy se encuentra postrado en un hospital de La Habana, Cuba. La presentación fue hecha, al parecer, hace unos meses cuando Chávez estaba en campaña previa a las elecciones del 7 de octubre del año pasado.

El argumento de Eduardo Galeano es que el comandante no es dictador, porque ha realizado muchas elecciones a lo largo de su prolongada estancia en el poder. Además ejecuta "programas sociales" y permite a la oposición hacer críticas. Pero lo mismo se podía decir de Anastasio Somoza, quien hacía elecciones periódicas y también regalaba cosas. La diferencia es que Chávez todo lo hacía en nombre de los pobres.

Allí está la clave. Hay ciertas buenas gentes, como Galeano, que prefieren no ver los abusos de "los poderosos" que hablan en nombre de los débiles, de los pobres. No importa sus botas y uniformes verde olivo, sus cárceles llenas de opositores, su ataques a la prensa, sus largas cadenas de medios y en el caso de Cuba hasta fusilamientos. No importa porque lo hacen en su lucha contra el imperio y la oligarquía y en favor de los pobres.

Mi admirado escritor es de esos intelectuales para quienes los pobres son grupos a los que hay que socorrer, ayudar, darles cosas, visitarlos, expresarles cariño y hacerles poemas. Pero eso si deberán seguir siendo pobres, porque ese es su encanto. En eso coinciden los comandantes revolucionarios y Galeano. La diferencia es que para Galeano ser rico es malo. Para los comandantes no, pero siempre y cuando los ricos sean ellos.

* Columnista de El Diario de Hoy.

marvingaleas@grupo5.com.sv