El autócrata de Ankara

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20 April 2019

Turquía se parece a una película latinoamericana. O rusa. El país que alguna vez fue democrático y gozaba de alto crecimiento se ha transformado en una autocracia.

Hasta hace pocos años, el presidente Recep Tayyip Erdogan guardaba ciertas formas democráticas y disfrutaba de cierta legitimidad popular. Pero su aprobación ha estado en picada y recientemente su partido perdió las elecciones municipales a lo largo del país, incluyendo Estambul y la capital, Ankara. Ha sido un golpe duro para el hombre fuerte de Turquía y no quiere aceptar los resultados. Si logra revertirlos -una alta probabilidad-, Erdogan habrá abandonado la pretensión democrática y el país se alejará todavía más de sus vecinos occidentales.

¿Qué ha pasado durante los 17 años de liderazgo de Erdogan? En la década anterior, Erdogan encabezó un gobierno reformista que abrió la economía y aspiró a la membresía de la Unión Europea (UE). Gozó de alto crecimiento económico y el “modelo turco” de un Estado secular, moderno y democrático en un país musulmán, fue admirado tanto en Occidente como en Oriente.

Pero Erdogan viene de la tradición política islamista que se caracteriza por ser antioccidental, socialmente conservadora y creyente en el poder del Estado para dirigir la nación y manejar una “economía islámica”. Cuando Erdogan fundó su partido en el 2001 y afirmó que no representaba la ideología islámica, lo hizo por oportunismo político. Según el analista turco Mustafa Akyol, aliarse con los liberales y apuntar hacia la UE fue lo que necesitaba para quitarse de encima a las fuerzas armadas seculares (pero no del todo democráticas), superarlas y consolidar su poder.

Después de una década en el poder, Erdogan ya no necesitó el apoyo de Occidente ni de los liberales, por lo que su ideología islamista resurgió de manera gradual. Además, empezó a centralizar el poder. En el 2014, al tener un impedimento legal para ser primer ministro por cuarta vez, ganó la presidencia, que en ese entonces tenía poderes mayormente ceremoniales. Sin embargo, parecido a lo que hizo Putin en Rusia, nombró a un primer ministro leal dado que su partido controlaba el Parlamento y siguió siendo el verdadero poder. Unos años después, Erdogan enmendó la Constitución y así cambió el sistema parlamentario a uno presidencial, como los de América Latina. Bajo la nueva constitución, el presidente nombra a los jueces más importantes del país y el Congreso perdió su eficacia. Fue así como Erdogan llegó a dominar el Ejecutivo, Legislativo y el Poder Judicial.

Cuando hubo un golpe fallido de Estado en el 2016, Erdogan aprovechó para atacar a sus enemigos y fortalecerse aun más, como lo hizo Hugo Chávez en el 2002. Decenas de miles de personas fueron detenidas -entre ellas soldados, jueces y periodistas- y más de cien mil personas perdieron su trabajo, entre ellas maestros y profesores. Hoy Turquía es el país con más periodistas tras las rejas en el mundo, lo que ayuda a explicar el control que tiene Erdogan sobre casi todos los medios. Según el último Índice de libertad humana, Turquía cayó del puesto 60 en el 2011 a 107 de 162 países.

El impacto económico también se está sintiendo. Contra toda lógica, Erdogan insiste en que la alta inflación turca se cura al bajar las tasas de interés. Es consi stente con su ideología islámica que reprueba el interés, pero que ha contribuido a la devaluación de la lira. Hoy vale la mitad de lo que valía hace tres años. Para el 2019, el Fondo Monetario Internacional proyecta una contracción económica de 2,5%. Si nos guiamos por las películas que conocemos, podemos esperar que el nepotismo, la corrupción y el autoritarismo del régimen turco empeorarán.

(Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 16 de abril de 2019).

Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute