Desconexión

Desengancharse de la pantalla es beneficioso. No sin sabiduría se ha dicho que antes, cuando el teléfono estaba atado a un alambre, éramos más libres

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19 April 2019

Las vacaciones se han hecho para desconectar, para desprenderse de las preocupaciones del día a día, del tráfico, del corre corre cotidiano que no nos deja pensar, ni “vivir”. Pero en un mundo hiperconectado, los teléfonos inteligentes, el correo electrónico, las redes sociales, los juegos y tantas otras posibilidades que están literalmente en la palma de la mano, no nos lo permiten.

Uno puede irse de viaje lo más lejos posible, o pasar unos días en la playa o en la montaña… pero el mundo digital y sus relaciones virtuales hacen que “sin querer queriendo” sigamos en casa.

Quizá por esto los teléfonos “tontos”, esos cuyas posibilidades se agotan en hablar por teléfono y jugar con la app de la culebrita, se están poniendo nuevamente de moda.

Y también por ello, cada vez con más frecuencia se encuentra uno con empresas u organizaciones que solicitan a sus colaboradores que dejen sus teléfonos celulares a la entrada de la sala de reuniones; o, incluso, que no lleven sus teléfonos al lugar de trabajo.

Estamos llegando a un punto en que hay generaciones enteras que no han vivido nunca “fuera” de Internet. Jóvenes y niños que no han tenido la experiencia de pasar una larga temporada de vacaciones habiendo dejado el teléfono en casa. Los mismos que resultan incapaces de no enviar fotos a sus amigos de lo que hacen, comen, o sienten (para eso son los emojis); de mirar compulsivamente la pantalla para ver si han recibido un whatsapp, de relacionarse con otros sin la mediación de la tecnología, y de pasar largos ratos de silencio con un libro entre las manos; o bulliciosos ratos de juego compartiendo al aire libre con sus compinches.

Desengancharse de la pantalla es beneficioso. No sin sabiduría se ha dicho que antes, cuando el teléfono estaba atado a un alambre, éramos más libres que ahora que tenemos el mundo a nuestra disposición siete días (y siete noches) cada semana y durante todo el año.

En otras latitudes se están organizando para los más jóvenes campamentos de supervivencia (pues se trata de sobrevivir unos días sin Internet, ni juegos de video), a los no se puede llevar aparatos electrónicos. Son actividades que, paradójicamente, están teniendo cada vez más demanda, pues los asistentes son los primeros en querer repetir la experiencia, al darse cuenta de lo bien que uno se lo puede pasar conviviendo con los demás, haciendo actividades al aire libre, y viviendo la vida “real”, siendo alguien de verdad y no sólo un perfil de Twitter o Instagram.

Pero no pensemos que sólo los niños y los adolescentes deberían prescindir periódicamente de estar conectados. Los papás están a veces más enganchados que sus hijos a los dispositivos electrónicos, con la diferencia de que ellos pueden camuflar su situación alegando motivos de trabajo, sociales u otros más convenientes.

Por ello, también para los adultos se ofrecen días de retiro y reflexión que permiten volver a descubrir no sólo la naturaleza (suelen hacerse en el campo), sino también la belleza de poder relacionarse personalmente con los demás. Además de ayudar a darse cuenta de que vale la pena “aislarse” unos días del mundo digital para reconocer que el resto de tiempo la tecnología no ha hecho sino apartarles de su familia, amigos, clientes, etc., con la “excusa” -paradójicamente- de que es imprescindible, pues su misión principal es la de conectar personas.

Hubo un tiempo en que sólo los más privilegiados podían darse el lujo de estar permanente conectados. Ahora el modo como se mueve el mercado de los teléfonos celulares parece mostrar lo contrario: hay un grupo de rebeldes en aumento, para quienes el teléfono más buscado ya no es el último modelo... sino el primero, ese que no tiene Whatsapp, ni YouTube, ni email, ni notificaciones. Ese cuya función principal es, sencillamente, poder hablar por teléfono.

Ingeniero

@carlosmayorare