Nacho y el 18 de abril en Nicaragua

A Nacho le duele el asesinato de sus amigos, el exilio de importantes periodistas como Carlos Fernando Chamorro, el abandono en el que siguen millones de nicaragüenses, la desvergüenza de aquellos que prefieren mantenerse al margen y la desidia con la que la mayoría de los gobiernos centroamericanos han tratado el trance que vive su terruño.

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17 April 2019

Pocos meses después que los universitarios nicaragüenses detonaran la revolución del 18 de abril contra los Ortega Murillo, conversé con uno de sus protagonistas en un café de El Salvador. Se trataba de un joven estudiante de Derecho que decididamente empuñó la bandera de Nicaragua en favor de la democracia y en contra de la brutal represión del régimen. Nos relató emocionado los últimos momentos de vida de uno de sus compañeros de “lucha”. Supo describir con claridad los posibles escenarios que le esperan a Nicaragua. Y con total convicción expresó su deseo de contribuir a restablecer el orden constitucional en su patria.

De nosotros esperaba una sola cosa: apoyo para que él y sus compañeros continúen formándose académicamente. Su plan es regresar a la tierra de Darío con los conocimientos suficientes para aportar a la transición política que los llevará del totalitarismo implantado por Daniel al sistema democrático que anhela la población. Entonces necesitarán reformar el sistema electoral, devolver la independencia a los Órganos de Estado y garantizar plenamente las libertades y los derechos fundamentales de sus compatriotas.

“Nacho”, como le llamaré en esta columna al muchacho nicaragüense para preservar su identidad y no arriesgar su integridad física, no quiere empuñar las armas. Sueña con una Nicaragua en la que se sustituya el populismo por planes de desarrollo que terminen con la pobreza. Aspira a ser gobernado por funcionarios designados en elecciones libres, periódicas, transparentes y justas. Quiere terminar con el clientelismo político y engendrar una firme y vigorosa cultura política que cree ciudadanos críticos, interesados por los temas de Estado y comprometidos con el desarrollo nacional. Nacho no entiende por qué algunos de los empresarios más importantes hipotecaron a Nicaragua a la orden de un dictador con tal de preservar el crecimiento de sus negocios. Reconoce el aporte de aquellos al diálogo nacional pero resiente que este comportamiento surgiera cuando prácticamente todas las instituciones se encontraban bajo el dominio de la pareja presidencial. Nacho desea recomponer el tejido social de Nicaragua. Sus connacionales se han acostumbrado al asistencialismo. La pobreza es su “hábitat natural” y en buena parte de los habitantes no existe conciencia sobre los réditos que produce el esfuerzo individual.

Nacho quiere terminar con la corrupción. No concibe como una familia, la del presidente, se enriqueció a costa de los tratos oscuros pactados entre Ortega y la dictadura chavista. Le asombra la facilidad con la que el “clan orteguista” anuló los controles abriendo una avenida amplia y sin obstáculos para constituir un capital empresarial para él, su esposa y sus hijos. Lo que más le duele es la indiferencia de sus coterráneos, ricos y pobres, ante semejante desfalco estatal. Frente a la miseria que ahoga a miles de personas a Nacho lo enfurece la apatía y el desgano mostrado durante años por varias de las más importantes gremiales del sector privado, por ciertos intelectuales y, sobre todo, por la comunidad internacional. Debieron morir cientos de personas y abarrotar las cárceles de presos políticos para conseguir el interés de la Organización de los Estados Americanos. Nacho quiere guardar en su mochila dos o tres informes de Luis Almagro que contengan denuncias contundentes similares a las que el Secretario General registró en contra del régimen venezolano. Admite el esfuerzo de la OEA, pero exige que los Estados apliquen la Carta Democrática Interamericana y continúen prestando atención a las estrategias con las que se da largas al secuestro de la patria querida que sufre las embestidas del totalitarismo.

A Nacho le duele el asesinato de sus amigos, el exilio de importantes periodistas como Carlos Fernando Chamorro, el abandono en el que siguen millones de nicaragüenses, la desvergüenza de aquellos que prefieren mantenerse al margen y la desidia con la que la mayoría de los gobiernos centroamericanos han tratado el trance que vive su terruño. Sabe que recomponer el Estado, resarcir el dolor de las madres que perdieron a sus hijos y rectificar la conducta de quienes antepusieron el interés personal sobre el bien común no será tarea fácil. Sin embargo está convencido que hizo lo correcto. Que su renuncia a una juventud “normal”, la separación de su familia y el sacrificio al que está sometida su generación es condición necesaria para construir una Nación en la que se respete el Estado de Derecho y donde nunca más se repita la historia de Somoza, la de Ortega y la de los insensibles que entregaron la Nicaragua de todos por unos dólares más.

Doctor en Derecho y politólogo